lunes, 27 de enero de 2014

Del realismo caricaturesco a la pesquisa del slogan social

“Piel de Gallina”, de Claudio Maldonado. Ediciones Inubicalistas, 2013
Por Luis Herrera

La caricatura realista de “Piel de gallina”, es el extenso delirio agónico de un profesor, que ejemplifica la cronicidad y desgaste del aula, típico de nuestro país. ¿Su nombre? Lizardo Melgarejo. ¿Su delirio?: un mundo imposible, pero no por ello diferente al nuestro. Con el propósito de regresar pronto a la conciencia, termina haciendo clases en un Colegio que nos recuerda a “La Ciudad y los Perros” de Vargas Llosa, a “The Wall” de Pink Floyd, al fordismo norteamericano: el Colegio de Aplicación Avícola Abelardo Taladriz, alma mater de pollos titulados, bien educados en el buen morir. Debe hacerse cargo del último nivel, debido a la licencia de una profesora. Su labor consiste en fortalecer el criterio, forjar el espíritu de los pollos para que puedan enfrentar serenos y civilizados su último aliento, antes de terminar en las cocinas del Acá.Salvo por los tipos de alumnos y los aprendizajes a desarrollar, la educación en el colegio no difiere de la realidad. Planteado en niveles progresivos, los pollos pasan de un primer nivel en que identifican su anatomía; a un segundo en que se forja la educación física y la motricidad; a un tercero en que el alumno reflexiona sobre sus antecesores, su conformación biológica, su adaptación al entorno, la diferenciación final y su relación con el humano; y finalmente a un cuarto nivel, el de nuestro amigo Lizardo, en que se forja un espíritu integrado y equilibrado, con las capacidades necesarias para enfrentar la agonía, el desangrado y el futuro procesamiento mortal. Una organización escolar que Bloom y su taxonomía, elogiaría.

sábado, 25 de enero de 2014

Incomunicaciones, de Rodrigo Arroyo: una escritura de la posibilidad.


Por Carlos Henrickson

           Los sucesivos traumas históricos que han alejado al poema de sus escenas primordiales -las demandas que permitían su despliegue “natural”- no lo han podido desarmar en uno de sus roles dentro de nuestro bien escéptico mundo contemporáneo: como un camino propio de conocimiento que andaría en armonioso codazo con la también traumada filosofía. Que una enorme porción de nuestro campo literario aun lo dude o quiera borrar esto de un plumazo con fines que cada cuatro años se nos demuestran menos sustantivos y más ambiciosos, es tan sólo un signo de tinieblas a las que ya tendríamos que estarnos acostumbrando.


Dentro de la escritura más reciente de Chile hay pocos que se planteen realmente estas aspiraciones superiores para la palabra poética. Rodrigo Arroyo (Curicó, 1981) ha sido ejemplar ya en sus dos libros anteriores -Chilean poetry (Valparaíso: Ed. Fuga, 2008) y Vuelo(Valparaíso: Ed. Inubicalistas, 2009) en darle a su poética el suelo movedizo -imposible- de la búsqueda de sentido, atreviéndose a una poesía sitiada por sus propias interrogantes. 

lunes, 13 de enero de 2014

Seguir ahí

Sobre La lámpara de Kafka, de Luis Herrera
por Rodrigo Arroyo
Todos somos exiliados
Raúl Ruiz

La clave de la comunicación en el campo está en nunca decir lo que uno lleva dentro. Señala Luis Herrera en La pena máxima, uno de los relatos que conforman La lámpara de Kafka. Leer y recordar es una mirada que ve lo que allí está, incluso tras el velo que por momentos constituyen las palabras, el lenguaje o las intensiones del autor; es preciso señalar esto porque dicha oración inevitablemente nos lleva a pensar en Primo Levi, en cuál era la clave en el campo. Para el químico italiano, la sobrevivencia en un lugar que podemos describir, parafraseando a Martín Cerda, como uno de los estratos más abisales de la historia, dependía en gran medida, y pese a todo lo que pudiésemos imaginar, de los zapatos.




El lenguaje del pueblo que falta

“La lámpara de Kafka y otros cuentos”, de Luis Herrera
Por Claudio Maldonado  

Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera
M.Proust

Se dice que Plinio el Viejo, el escritor romano, el que dijo entre otras cosas que lo mejor que la naturaleza había dado al hombre era la brevedad de su vida, fue uno de los primeros en emplear el sustantivo masculino inventus, con el sentido de invención o hallazgo. Me adentro, con este concepto, en la exploración de lo que está aquí, uno de los libros de narrativa más interesantes publicados el año que recién pasó: el inventario de cuentos de Luis Herrera, La lámpara de Kafka y otros cuentos.