por Javier
Aguirre Ortiz
Temuco, septiembre 2013
Claudio
Maldonado, Piel de gallina,
ediciones Inubicalistas, Chile, 2013.
El viejo susurro, carpe diem, de aquel profesor que ha motivado a tantas
generaciones de estudiantes a querer transmitir el entusiasmo por la
literatura, -carpe…- a tener fe en la profesión docente -…diem…- , el susurro
de aquel profesor que se subía en las mesas y alborotaba a los directivos,
recorre los pasillos de estas páginas libres, carpe, es el mismo susurro, la
misma invitación, la misma lección aprendida, diem. Sólo que en Piel de Gallina
el mensaje nos llega por la vía negativa. Los esfuerzos denodados de un
profesor por llegar a ninguna parte, su aspiración a la jubilación total -¿verá
Lizardo cumplido su sueño?-, el viaje por las oscuras galerías de unas visiones
ácidas, corrosivas, desternillantes a veces, patéticas otras tantas, son una
invitación a despertar, a aprovechar el día, a no dejar que nadie nos viva la
vida, nos dicte nuestro infierno cotidiano. Son por eso las líneas de esta
novela regueros de pólvora, una llamada a la rebeldía, pero desde la imagen
contraria de la sumisión, de la somatización de un sistema inhumano: ver a
Lizardo Melgarejo, el protagonista, debe hacernos reaccionar, reconocernos en
su destino y tratar de escapar de las casillas de nuestra ficción, porque no
puede ser esto la vida. ¿Qué mejor invitación a aprovechar el día que la
contemplación de la muerte, como Hamlet frente a la calavera de Yorick? Y es
que Lizardo es un muerto en vida.
Es
por eso que intuimos –sabemos, en realidad, porque tenemos la fortuna de
conocerle- que en Claudio Maldonado sigue vivo el aliento del profesor Keating,
porque nunca ha desfallecido. Y Piel
de Gallina es prueba
fehaciente de ello. Ante los enveses del destino, ante las quinientas horas
semanales, reaccionando contra la parte detestada de sí mismo que cuenta el
autor que representa para él Lizardo Crisantemos Melgarejo, nos entrega este
fruto delirante, esta piedra de la locura extraída de las presiones, de los
sinsentidos, del absurdo en que una profesión tan hermosa como la docente ha
podido llegar a convertirse. Por eso este libro no es un panfleto contra el
sistema educativo, no es un libro programático: es el fruto de una catarsis
personal; pero siendo esto un índice de su autenticidad, no estaríamos
contagiados de entusiasmo si no fuera por su valor literario.
Que
Maldonado es un escritor con mundo propio y con armas de narrador ya lo había
demostrado en su primer libro, Santo
Sudaca. Uno de sus cuentos, por cierto, La rata de Judas, escrito de un
plumazo en una noche de insomnio de profesor entre semana, contiene el germen
de esta su primera novela. En él ya se apuntaban algunas de las características
del mundo de Piel de Gallina,
regido también por la arbitrariedad y el absurdo. No es en vano que el autor
haya elegido la cita vallejiana “Absurdo, sólo tú eres puro” para encabezar su
obra: tal y como también Valle-Inclán apuntó en su momento, una realidad
deforme sólo puede ser retratada con una estética sistemáticamente deformada:
ni la racionalidad, ni el calco, pueden dar razón del sometimiento monstruoso,
de la crueldad de la rueda que avasalla día a día a los pollos que somos camino
a la procesadora.
En
cuanto a la estructura de la novela, también podemos notar su parentesco con su
anterior publicación: si aquella era una colección de cuentos imbricados, aquí
también los capítulos recuerdan a menudo a cuentos breves (algunos incluso lo
son, como el relato La cucaracha
previsora que un colega
dedica al bueno de Lizardo); de modo que al terminar un capítulo, por el
cuidado de sus finales, por su autonomía, se tiene la sensación de estar ante
una pieza independiente, que no por eso deja de estar en la misma casa que las
contiguas. Esta variedad mantiene despierto al lector, que no acaba de saber
nunca lo que le espera, pues a menudo de un capítulo a otro cambia el punto de vista
narrativo, y toman el relevo de la narración los personajes secundarios que van
iluminando distintos aspectos de la vida del ajado profesor, protagonista
agónico –su padre, su madre, su ex mujer Danixa o sus alumnos- que complementan
la narración en primera persona de la aventura que vive mientras está en coma
en el Colegio de Excelencia Avícola Taladriz, donde tendrá la misión de
licenciar a unos pollos Golden Premium sapiens para que sean de la mejor
calidad del mercado, preparándoles para todas las fases de la procesadora que
les espera: el desangrado, el hervido, el enfriado, el trozado, el empaquetado…
Pero
mejor no entremos en detalles ni nos pongamos demasiado sesudos, para eso están
los análisis que le ha dedicado (y le seguirá dedicando) don Gilberto Sánger. Y
es que ante todo Maldo es un gran bromista, por más que don Gilberto habría
preferido la palabra iconoclasta (¿alguien dijo alguna vez que un bromista no
pueda ser serio?). Claudio Maldonado es un profesor universitario que hace lo
posible por prescindir del lenguaje de cartón academicista, y exprime al máximo
la expresividad del habla cotidiana, popular, hasta flaite a veces, pero
siempre viva, creativa, espontánea, y en cuanto puede la caricaturiza, de paso;
y a cada paso le tuerce el cuello al cisne de plumaje flemático, y atiza un
charchazo al lenguaje para que no se quede como estaba, para chascarle un hueso
en un nuevo crac. Por eso abundan los diálogos chispeantes, que a ratos nos
hacen pensar que el siguiente salto del autor podría ser hacia el teatro o el
guión cinematográfico. La de Claudio es una escritura que huye de la letra
muerta, que se niega a asumir cualquier predeterminación, cualquier gesto
prefijado que no venga de su propia necesidad, y por eso parte continuamente en
busca de nuevos recursos, inconforme, nerviosa, inquieta.
Hace
poco discutían dos amigos sobre Piel
de Gallina.Comentaba uno que la novela puede leerse como una crítica brutal
a la educación chilena, en un momento en el que el tema está candente, y que desde
su dimensión literaria podría tener una repercusión importante por la
radicalidad de su planteamiento, como toma de conciencia y llamada de atención
desde su impacto estético. Quien más quien menos está interesado por el devenir
de la educación. Pero es difícil caer en la cuenta de una manera tan extrema,
tan reveladora, como la que provoca la lectura de esta obra, de los efectos de
esa caída de Lizardo, no del caballo camino a Damasco, sino de las escaleras
del liceo durante un simulacro de evacuación, porque sus visiones en el coma
son el reflejo deformado de la insufrible realidad educacional, del invencible
absurdo que se presenta como lógica y al que sólo un absurdo parejo puede
oponerse. Pero habría que darle la razón al otro interlocutor, porque la obra
no debe buscar ninguna justificación externa. No es un panfleto, no es una
propuesta circunstancial, ni un manifiesto. Es una aventura literaria de la que
se pueden hacer múltiples lecturas, todas diferentes, las de cada par de ojos
que tengan la suerte de posarse y avanzar por sus páginas de lúcido delirio.
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