por Cristian Geisse
Verdugo insiste
en deslocalizarse, en marginalizarse, en descentrar. Quizás a estas alturas
esto ya no sea tanta novedad, pero lo hace maravillosamente bien. Cada vez que
sale alguno de sus libros, yo lo comento, porque me parece que lo que está
haciendo es verdaderamente notable, pero nadie lo nota. Las obras maestras
siempre pasan desapercibidas. La conjura de los necios funciona siempre. O
peor: no es que haya sabotaje o silenciamiento, quizás todo sea desidia. El
caso es que Verdugo está ahí hace rato, pasando piola, con un gesto
desarticulador que desconcierta, o bien debiera desconcertar. Sus libros son
verdaderamente extraños, no los voy a comentar todos, pero cada uno tiene lo
suyo, cada uno quiere ser algo más que un libro, cada uno propone una forma
distinta de leer. Busquen Maula,
busquen La novela terrígena, busquen Apología de la droga y se darán cuenta
de lo que les hablo. Y ahora este otro: Canciones
gringas.
Canciones gringas es un libro que
se propone como una traducción. Son las traducciones de los poemas de Keith
Duncan, un músico de rock, hechas por un “oscuro traductor español” llamado
Santiago Zilleruelo. Es todo una mistificación, por supuesto, una mascarada,
que yo me atrevo a revelar, solo para que vean que está ahí. No es de
aguafiestas, es porque estoy preocupado de que nadie (se) dé cuenta de este
juego raro que está jugando Verdugo.
Hay que detenerse
–pienso– en esta idea extraña de que estamos frente a una traducción de poemas.
Este es, por lo tanto, un libro cuyo original no existe, un libro que me
encantaría alguien pudiera traducir al inglés, cosa que quizás no pase en mucho
tiempo, pero que de alguna manera completaría este extraño ejercicio. En ese
caso, sería un original simulado, posterior a la segunda versión en español. Se
nos está recordando así, como en complicidad con Auerbach, que la nuestra es
una época que "prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la
representación a la realidad, la apariencia al ser...", la nuestra sigue
siendo la época de la reproducción técnica, la época del simulacro, la época en
la que ya no es necesario ver el original. En este caso es así: no hay
original, nunca tendremos acceso a los poemas de los que salieron estas
traducciones.
Pienso que en
general Verdugo propone lecturas donde se tiende a la dislocación: se disloca
la sintaxis en menor grado, la semántica en un grado mayor, y –por lo menos en
este caso– la pragmática en grado supremo. Siguiendo a Piglia, podemos entender
las traducciones como constructoras de contextos. En este sentido el prólogo,
sospechosamente escrito por Verdugo, ya nos avisa sobre uno de estos canones de
la marginalidad que tanto nos gustan hoy por hoy. Me da la impresión de que
Verdugo está siendo siempre “absolutamente post moderno”, como Rimbaud nos
pediría que fuésemos. Como dije, a Verdugo le gusta dislocar, descentrar,
desarticular, y en sus textos, los paratextos tienen una relevancia crucial,
son textos disfrazados de paratextos. En la novela iceberg que es este librito,
Keith Duncan no sólo es un cantante de rock que escribe poemas, es un cantante
y un poeta “apocado”, cercano al showgazing y a la literatura que quiere salir
de sí misma y justificarse en otras artes, en su caso, en la música indie. De cierta forma entonces, hay en
este libro, proposiciones en torno a una pregunta que se responde de mil formas
y que no se responde nunca del todo: ¿qué chucha es la poesía? En el caso de Canciones gringas parte de su
proposición parece encontrarse en un desplazamiento del canon poético a la
música popular, queriendo siempre ir más allá, tratando de confirmar lo que el
mismo Duncan-Zilleruelo-Verdugo dice cuando dice “yo sé que esos lugares
existen”. Los rockeros y músicos populares que se las han dado de poetas son
muchísimos, y si bien muchos de ellos parecen establecer una frontera entre la
poesía escrita y la cantada, las fronteras son siempre difusas: Pensemos en Bob
Dylan, pensemos en Leonard Cohen, pensemos en Patty Smith. ¿Son poetas? ¿Son
artistas del trapecio? Y hay que seguir pensando, en Jim Morrison, en Joaquín
Sabina, en la Violeta Parra. Pensemos en el rap: rithym and poetry. Duncan se
alinea con Chan Marshall, Joey Ramone y el género shoegazing en su conjunto. Un
canon privado que se complementa con una mala lectura de Nicanor Parra y la
admiración por libros de Sergio Coddou y Andrés Anwandter. ¿Qué chucha es la
poesía entonces? ¿Palabras? ¿Canciones? ¿Actos performáticos? ¿Gestos? No lo
sabemos, pero he ahí las malas traducciones en los que se adivinan y se leen
los excelentes poemas de Duncan, cercanos a la fraseología de las canciones de
rock, a veces apuntando a difusos rasgos autobiográficos, al dolor existencial,
al hastío de todo, a cierta poética del rock, a la simpatía por el fracaso, a
la impotencia frente a la maquinaria y la mano invisible que mece la cuna y
empuja a la tumba, a la política y cierta visión –como no– contracultural de la
american way of life, cada vez más
lamentablemente cercana a nosotros. Todo bajo el filtro de la odiosa traducción
al español coño.
Porque además
todos esos “jodidos vecindarios”, esas “braguetas”, “lavabos”, “bocazas”,
“guisantes”, “albercas” que nos sacan roncha y nos desagradan tanto (“lo sabes
condenadamente bien / lo sabes puñeteramente bien”), refrendan formidablemente
ciertas proposiciones de Piglia, que prefiero consignar textualmente:
la relación estilo-traducción se
vuelve alarmante cuando uno ve que las corporaciones editoriales españolas
divulgan traducciones en jerga española, para llamarla de alguna manera, con lo
cual los jóvenes escritores y aspirantes a escritores de América Latina, los
pedagogos, están leyendo traducciones en una especie de español, que yo creo ni
siquiera hablan en una plaza de Madrid.
Alguna
vez le escuché a Cristóbal Gaete decir que estaba cansado de leer a escritores
chilenos que escribían como novela de Anagrama. He aquí entonces por primera
vez a alguien que sabemos lo hace a propósito. Por supuesto con su qué. Es
posible que Canciones gringas esté
atacando a esa suerte de imposición estilística española que revela debilidades
editoriales latinoamericanas, y cierta incapacidad de producir traducciones más
cercanas a nuestra realidad; y lo hace mediante un ejercicio estilístico que
busca nuestro desconcierto, un efecto estético corrosivo, una patada en el
hígado y una particular manera de joder la pita. Porque hasta el momento, de
una manera violenta, aunque bastante desapercibida, Verdugo ha jodido la pita
majaderamente, deslocalizando el canon y
proponiendo formas de acercamiento al texto que muestran inteligencia y
experimentación. Una manera postmo de molarla, una razón más para que vosotros
espabiléis y de una puñetera vez leáis a Mario Verdugo. Os lo digo una vez más,
majaretas, merluzos, deschavetados: ¡Leed a Mario Verdugo, gilipollas!, pero
qué digo, ¡traducid a Mario Verdugo, gilipollas!
Canciones
Gringas
Keith Duncan
Selección y prólogo de Mario Verdugo
Traducción de Santiago Zilleruelo
Ediciones Inubicalistas, 2013.
56 págs.
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