Ellos, los vencedores
caínes sempiternos
que de todo me arrancaron
Luis Cernuda
Por Felipe Moncada
Al leer este libro que se podría
considerar una novela testimonial, es difícil sustraerse de la “parte emotiva”,
esa que acostumbramos a llevar en la sombra en esta sociedad de triunfadores,
esos caínes sempiternos, siempre listos a borrarnos con sus máquinas de la
realidad.
Podemos leer en Un exilio, la
historia de una mujer quebrada por la policía política de Chile en dictadura,
esa que sobrevive de máscara en máscara a lo largo del territorio y del tiempo.
Pero también es la historia del desencanto, pues Adriana, al relatarnos su
exilio, no pretende conmovernos con una farsa heroica que alimente el relato de
los eternos privilegiados, sino escribir como quien ya no tiene nada que
perder, pues ha sido arrebatada de todo, de la familia, de los ideales, del
cuerpo, así que de ahí en adelante irá con esa liviandad de quien vive en lo
esencial, reconstruyendo su mundo a partir de los fragmentos que han sido
dejados por un descuido de los oficiales de la totalidad.
Dentro del contexto del trabajo
editorial, debo mencionar la enorme distancia que se observa entre un relato
testimonial, como contraparte de una narrativa concebida como ejercicio
literario de brillantez intelectual o experimentación. Sin poner en ningún tipo
de balanza a las dos opciones, debo mencionar que acá se trata de la “única
historia posible”, y el vértigo que se desprende de ello, difícilmente se puede
comprender si no se mira desde el fondo de la edad, una vez transcurrida gran
parte de esa trama.
Adriana nos propone entrar en la
cotidianeidad del ser humano roto a partir de la violencia política, pero con
una sutileza tal que no necesita del morbo para convencer, ni para granjearse
simpatía o lástima, por el contrario, revela la fortaleza de quien guiado por
la convicción de que un espíritu de humanidad es posible, sabe restituirse,
como esas teatinas que se doblan al paso del viento, pero solo para volver a
recuperar su forma.
¿Cómo llenar ese vacío que dejan las
desapariciones?, ¿cómo silenciar el recuerdo de los que alguna vez fueron
compañeros de ruta?, son preguntas similares, las que Adriana intenta
responder, manteniendo el frágil equilibrio de sus propias determinaciones,
entre lo que otros esperan, con sus interminables prejuicios a cuestas, y
mientras su impulso de libertad le habla al oído.
Esta novela testimonial del exilio,
escrita en una prosa rápida y exacta, nos plantea más allá de las anécdotas,
que siempre es posible empezar de nuevo.
El mito antiguo del héroe,
arquetípico y transversal a muchas cosmogonías, nos remite a que el escogido
debe pasar por innumerables pruebas y desafíos para regresar con una promesa de
paz para los seres de su clan. Adriana, luego de recorrer muchos caminos en
Europa, denunciando las violaciones a los derechos humanos en Chile y
Latinoamérica, de involucrarse en la educación en el corazón del África, de
crear una oficina de búsqueda de desaparecidos en Londres, regresa luego de sus
terribles pruebas a su casita de Talca, con árboles, libros, pinturas y una
vista al bajo del río Claro, donde jugara con sus hijos en la infancia, antes
de Colonia Dignidad y otros centros de tortura, del exilio y del retorno, como
si lo que permanece, la verdadera derrota o victoria, reposara en el fondo de
un corazón dispuesto siempre a empezar de nuevo. Puede ser esta una manera de
cerrar el camino: volver a un país que no fue posible, pero que permanece vivo
en los gestos humanos de personas anónimas, quizás la única utopía que persiste
luego de un camino frágil y lleno de pesadillas.
No encontrará aquí el lector una
fábula de una izquierda idealizada, los lugares comunes de una lucha sin
trizaduras, o un heroísmo fabuloso sin debilidades, por el contrario, se hace
en todo momento la autocrítica a los mecanismos de poder, se menciona la viga
en el propio ojo del idealismo socialista, puesto que tanto se ha dicho sobre
la paja en el panóptico del fascismo.
La noche en Chile es eterna,
nos recuerda Ennio Moltedo, pero mientras existan mujeres como Adriana, que
levantan su voz lúcida sin prestarse al show de la cultura vencedora, esa noche
tendrá todavía rincones humanos donde refugiarse. Agradecemos la posibilidad de
trabajar con este libro, en este segundo y tan merecido nacimiento.
Talca,
12 de junio 2015
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