domingo, 16 de octubre de 2016

Silvestre, la fina bestia de Felipe Moncada.

Por Damaris Calderón Campos

Hay pocos libros que consiguen la fragancia de lo que nombran, no sólo su representación. Pocos libros donde la delicadeza o la vehemencia de los elementos, resuenan, se manifiestan. Silvestre, de Felipe Moncada, a mi juicio lo consigue notable, sencillamente. Y creo que esa sencillez, es expresión cabal de su depuración, de su honestidad, de su maestría. No hay alardes retóricos ni de ninguna otra índole, y el poeta, el hablante, se interna en lo agreste, en la espesura del bosque o la selva, que no es umbría, porque ha conseguido, dentro de ella, hacer un claro.
Partiendo de una imagen con que abre a manera de epígrafe, hay un cardo, solo y agresivo, a quien nadie amó, ni siquiera los asnos. Pero la soledad que se atraviesa en el poemario, con la que se ironiza también y se escriben, envían recados paródicos al Monje, es de naturaleza solar, nutritiva. A diferencia de los hombres enajenados de la “ciudad grande”, que apenas pueden levantar las cabezas del asfalto que pisan, acá se regresa a un tiempo y a un espacio fuerte, ritual, rural, por la palabra. Aparecen los arrieros, los montañeros, los hombres que bajan y suben la cuesta, un país de barrancos, que escuchan cantar al gallo con su eterna pregunta sobre si no estará solo en el perdido corral de madera, aparecen las manos de Filomena Manquepi, que aprendieron de memoria y por la memoria regresan al territorio del poema, de la escritura:
“¿Cómo aprendió?
De pura memoria, dice.
De los murallones coronaos por pehuenes
De los cardos y los dos metros
De nieve, de ahí, de lo que me acuerdo.
Si en el silencio del fogón , lentamente
Se urde la geometría del azul,
La flor silvestre de los barrancos,
La esbelta fragancia del poleo, y si el viento
Se pudiera tejer, el balanceo
De los grandes sauces,
Sería también de pura memoria”.
(de Manos de memoria).
Porque este poemario recobra así, la relación primera, indisoluble, entre poesía y memoria, entre cultura y memoria. el hablante, escindido entre las exigencias de una cotidianidad que encadena a un deber productivo, cuentas, deudas, pagos, consigue, por la palabra y la memoria, remontarse en el lenguaje.
Cito:
Urgente:
Correo del monje
Anuncia
La fiesta de los avellanos.
Carpinteros de cabeza roja
Y un canto para llenar cien jarras.
Lo leo
Encadenado al arriendo,
La luz, los gastos comunes
Y si no fuera por la deuda,
Por el peso a peso
De la gotera en la cocina,
Por la ambición nuestra
De cada semana
Con siete lunes de piedras:
Me bañaría en el Sol,
Animal de puro lenguaje,
Perdería la vista en los cóndores.”
(de Urgente).
Leyendo este poemario sentí el recuerdo, la remembranza con poetas como Jorge Teillier, Tibulo, cantor agreste, con Eliseo Diego, quien creía firmemente que nombrando las cosas tan despacio regresarían bramando con el alba. Quiero decir, se pueden establecer filiaciones entre el poemario de Felipe y poetas como Robert Frost, el objetvismo norteamericano o la depurada poesía oriental. Pero sobre todo, reconozco un tono, personal, de autenticidad, que se ha despojado de todo lo superfluo para llegar a lo esencial, a lo medular, por sobre lo decorativo o lo enfático. Con él uno puede entrar en la orfebrería del bosque, en el aroma de la cocina a leña o escuchar un caligrama en los riscos del Paine. En el ritmo de una escritura, que no traiciona el ritmo del bosque. Y que, en su búsqueda de lo medular, se enfrasca en la estética de “lo pequeño”: Otros verán lo sublime, el glaciar cayendo a nebulosas lagunas, soñará el profetón su nombre escrito en los acantilados, su ego en la camanchaca de los desiertos. Déjanos Moisés, mirando el destello en los hilos de araña, recogiendo avellanas, crepitando junto al fuego de la rústica cabaña”.
Con estos poemas regresan la cabaña, la cocina a leña, el rehue, el lonko que habla de la revolución, rituales, costumbres, personajes que con la seudocivilización ( su barbarie) van desapareciendo. Pero como el fino huemul de Gabriela Mistral, no importa la fina bestia extinta, sino que haya existido, que exista, en estos poemas, y dejen su impronta en la cultura de una raza.

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