martes, 8 de agosto de 2017

NIÑOS QUE YA NO LO SON

Sobre “Qué será de los Niños que Fuimos”, de Claudio Guerrero
Felipe Moncada Mijic


Hay un poema del cubano Eliseo Diego, llamado El Oscuro Esplendor, que recordaba fragmentariamente y a menudo mientras leía el libro que hoy se presenta. En el poema mencionado, Eliseo contempla a un niño que juega con “unas pocas piedras inocentes” y se pregunta: "Qué irremediable catástrofe separa / sus manos de mi frente de arena, / su boca de mis ojos impasibles", y es quizás esa “irremediable catástrofe” –la distancia insalvable entre el niño y el adulto– un tema central en el libro “Qué será de los Niños que Fuimos”. Esto coloca a la idea de la pérdida, en el centro del tema de la niñez. Pérdida de la inocencia, de la seguridad, de la fascinación, de la pureza de “animalillo humano” (idealizada o no), en el supuesto, claro, de una infancia protegida por la familia, la comunidad o el Estado.
En este libro, Claudio Guerrero revisa una gran cantidad de poetas chilenos, de distintas generaciones, centrando la mirada en las diferentes experiencias, evocaciones y maneras de relacionarse con la infancia. A partir de ello ahonda en los correspondientes registros escriturales y los conecta con la realidad histórica y los cambios sociales que han ocurrido en nuestro país. En ese sentido, la figura del niño[1] es el extremo más sensible de la realidad nacional, por ser quien recibe toda la carga sicológica y física por parte de los adultos y su mundo en permanente conflicto.  
Es así, que con la libertad que da el género del ensayo, la infancia se aborda no solo desde la literatura, sino también desde la política y la psicología, para argumentar y ahondar en las cualidades de los distintos tipos de niños desarrollados en el libro, así aparecen la teoría psicoanalítica, Freud, así como Lacán, Piaget, Hermann, entre otros autores.
Sobre la clasificación que utiliza el autor para organizar su análisis de lectura, catalogando a los distintos tipos de infancia y bautizándolos con nombres propios (el Niño Huacho, el Niño Ángel, la Niña Desaliñada, el Niño Bosque, el Niño azuloso de frío, etc.), me atrevería a afirmar lo que dice Claudio Guerrero sobre el libro Relación Personal de Gonzalo Millán y sus recursos literarios: “…uso de giros coloquiales, imágenes feístas, disonancias entre título y contenido que generan amplitud semántica.” Lo anterior es aplicable sobre todo en el hecho de bautizar de particular manera a los niños, al generar una disonancia inicial con lo esperado para una denominación infantil, pero que al ingresar a la lectura produce un amplio espectro de resonancia con los registros poéticos visitados, pues en la tipología mencionada tienen cabida el Antiniño, el Niño Roto, el Niño Monstruo, el Niño Queer, la Niña Anciana, el Niño Taimado, la Niña que escribe, el Niño Parricida, entre muchos otros, en lo que a mi parecer enriquece y actualiza los modos de vivir la infancia, los que muchas veces como sociedad son incómodos de reconocer y mencionar. Creo que en estas denominaciones aparece el poeta Claudio Guerrero, en el sentido de que sintetiza un amplio contenido en un nombre simple y profundo a la vez, y que provoca evocaciones y estimula la imaginación.
Sobre la manera en que Claudio organiza su análisis, me parece que los tres índices que tiene el libro (uno principal y dos índices alternativos), dan cuenta de la cuidada estructura interna, o bien, de lo literario del estudio, en el sentido de posibilitar distintas rutas de lectura, y sobre todo de relectura y consulta puntual, pues ocurre que algunos autores citados aparecen en más de una sección, pero en contextos distintos, lo que dota a este libro de un brillo narrativo que hace más estimulante la lectura del libro. Con respecto al estilo, se debe agradecer con énfasis el hecho de que no sea una obra para especialistas, sino pensada para un lector que se asoma con curiosidad a la poesía chilena contemporánea sin ser un lector especializado como lo podrían ser un poeta o un académico. Ese gesto de invitación y no de exclusión, de utilizar un lenguaje llano e inclusive pedagógico, creemos, apunta a reducir la noción del lenguaje poético como algo necesariamente tabú o hermético.
En la misma línea me gustaría destacar el hecho de que incluye autores fuera del canon tradicional. Aunque aparecen pilares fundamentales como Pezoa Véliz, Gabriela Mistral, Neruda, Nicanor Parra, Linh, Teillier, Millán, por nombrar algunos, también aparecen una gran cantidad de autores contemporáneos como Tamym Maulen, Gustavo Barrera, Antonia Torres, Rosabetty Muñoz, Alejandra González, Angélica Panes, entre otros. Se destaca también la valoración de autores que “han pasado de largo” por la mezquina crítica literaria, así nos encontramos con un desarrollo profundo de obras de Delia Domínguez y Teófilo Cid, así como la mención de obras de Andrés Sabella, Victoria Contreras, María Cristina Menares, por citar algunos. También es interesante, que al fin se esté naturalizando el hecho de incluir a autores como Violeta Parra o Víctor Jara en antologías y textos de estudio, quienes desde la canción popular han reflexionado profundamente, con el contexto social que eso implica, ayudando a borrar esa frontera entre lo culto y lo popular, barrera defendida por el profundo clasismo nacional. Creemos que es saludable salirse de la comodidad de trabajar sobre autores reconocidos, escapar un rato de la sombra de los árboles canónicos, los que muchas veces ya están sobrexplotados, manipulados genéticamente, injertados e inyectados con hormonas de crecimiento para seguir produciendo, por usar una metáfora agrícola actualizada. Claudio prefiere ampliar los registros de análisis incorporando autores que proponen miradas nuevas y con ello enriquece los imaginarios de infancia que desarrolla a lo largo del libro.
Sobre la cronología histórica en que está desarrollado este libro, se podría afirmar lo que Guerrero apunta sobre las Décimas de Violeta Parra, cito: “El libro toca a menudo los problemas sociales que aquejan a la población y da cuenta de la historia del siglo XX en sus páginas”. Es así como el libro de Claudio, inicia su viaje a finales del siglo XIX con José Martí y Rubén Darío como referentes hispanoamericanos, desde un niño pasivo que no tiene voz y es más que nada vehículo de ensoñaciones e idealismos, y sigue con todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI, incluyendo libros publicados recientemente (hasta el año 2014). Esto implica que se pasea por la forzada consolidación de la identidad nacional, las luchas de la clase obrera que desembocan en el gobierno de la Unidad Popular y la posterior dictadura cívico–militar, para finalmente entrar al remanso exitista del chile actual, con su obsesión por el éxito personal y el abandono virtual de la infancia a manos de la tecnología, el materialismo y el culto a la individualidad. La historia de Chile, sus contradicciones y conflictos, pasan como un fondo velado, aunque siempre presente por el desarrollo de este libro. En esa línea, cuando llegamos al presente histórico, es notorio que las últimas infancias visitadas tengan relación con la desigualdad social, los traumas históricos y una infancia vivida en la soledad del “vacío mundo posmoderno”, justo ahora cuando en la contingencia de la prensa, políticos de distintos bandos rasgan vestiduras por los horrores ventilados en el Servicio Nacional de Menores (SENAME), esa especie de frágil trinchera que intenta contener por la fuerza la parte oscura del exitoso modelo económico: el abandono masivo de niñas y niños y una cruel frontera de incomunicación intergeneracional escondida bajo la alfombra de la tecnología y la cultura de masas. Cito las reflexiones de Claudio en el capítulo final titulado “Escribir la Infancia” y que funciona como epílogo al libro, en donde a partir de Focault y refiriéndose a la maquinaria de adiestramiento social, afirma que:
“Esta maquinaria, además, se inscribe en la institucionalidad social como una tecnología política, tendiente a sostener un saber y un poder que somete al cuerpo y a la racionalidad de los sujetos sociales bajo el manto objetivado del conocimiento, el desarrollo, la libertad y el orden. El niño vendría a ser, en tanto sujeto que se inserta gradualmente a la vida adulta a través de su instrucción y normalización, una víctima de una ortopedia correctiva que busca prevenir cualquier desviación con tal que funcione como cuerpo útil. Atado de manos, su existencia inequívocamente se dirige al suplicio del disciplinamiento silencioso de la sociedad panóptica.”
Esto último, a la luz de las evidencias sociales, dota al libro que presentamos hoy de importancia y actualidad política, además de todos sus atributos formales en lo investigativo y lo literario. En buena hora y mérito absoluto del autor.






[1] En una nota introductoria, el autor explica por qué usa el término “niño” para referirse a infantes de ambos géneros.

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