Sobre "Escombros", cuentos de Felipe Montalva
Por Álvaro Bisama
Por Álvaro Bisama
Pienso
en esto cuando leo “Escombros”.
Pienso
en caminos cortados, en afectos rotos, en conversaciones interrumpidas, en
caminos laterales, en un paisaje que se va quebrando.
Pienso
en las parejas que confunden el afecto con la violencia, en los apuntes de un
diario que van quedando sueltos a lo largo del calendario, en los tiempos
muertos de las carreteras interiores de un país que solo sabe olvidar sus
carreteras interiores.
Pienso
en el frío como una consigna.
Pienso
en porteños perdidos en el desierto de una guerra lejana y cómo la sombra de
una ciudad hostil es la única postal que tienen de su casa.
Pienso
en el hambre.
Pienso
en las formas de escribir la soledad, en cómo el lenguaje puede ser capaz de
concentrarla, de convertirla en una especie de dolor sordo, de jugar con ella
al modo de una manifestación de la ausencia.
Pienso
en el Chile de los narradores y personajes del libro de Felipe, ese país que
existe a espaldas de todo, hecho como una colección de rutas interiores donde
la intemperie de los personajes se sincroniza con la intemperie del paisaje,
todos desposeídos de la Historia, como anotó alguna vez Villoro de Juan Rulfo;
todos respirando en posición de espera ante el desastre, invisibles, rotos,
alucinados, a la deriva en un continente hostil.
Vuelvo
a pensar en el frío como un efecto de la lectura.
Pienso
en el peculiar efecto de extrañamiento que provoca leer "Escombros",
en la idea de vidas narradas como pedazos de piel suelta, como ropa abandonada
en casas que nadie habitará porque ya nadie recuerda la dirección.
Pienso
en que este libro lo escribió Felipe y se parece a Felipe y hay en él cierta
desesperación engañosa que tiene harto de humor negro.
Pienso
que el Comandante Oso hizo una lectura demoledora de estos cuentos cuando
ilustró la portada.
Pienso
en que este libro es quizás una novela: los relatos son fragmentos de algo
mayor que nunca alcanzamos a ver mientras que el gesto gráfico de los
paréntesis rellenos con puntos suspensivos nos permiten imaginar ese texto
fantasma, esa vida de la que solo quedan estos cuentos.
Pienso
en cómo la literatura es lo opuesto al periodismo.
Pienso
en qué significa contar algo en este libro, cómo Felipe trabaja la síntesis,
los detalles concentrados, la atomización de la experiencia.
Pienso
en eso como una poética posible: "Escombros" renuncia a la épica,
deja solo lo esencial de la palabra, concibe el acto de narrar como algo
póstumo, tardío.
Pienso
en que quizás no se trate de cuentos y sí de fotogramas, de pedazos de
películas perdidas, de viejas grabaciones en video, de voces apareciendo de la
nada como fantasmas sobre el territorio.
Pienso
en las ideas de que esos fotogramas es lo que ha quedado después de la
disolución de algún proyecto de vida: imágenes, postales, fotos que van a
borrarse.
Pienso
en que no hay consuelo en eso.
Pienso
en que este es un libro sobre el sur de Chile pero también sobre Viña y
Valparaíso y pienso que Felipe hace parecer iguales a esos lugares, los hermana
en la desolación, construye sus caminos secretos en un mapa que es geográfico
pero también afectivo.
Pienso
en las anotaciones fechadas que se intercalan entre los relatos, al modo de
aforismos pero también como una forma de unir la ficción con la experiencia, la
autobiografía con la mentira que puede llegar a ser la literatura.
Pienso
en cómo la escritura de Felipe parece depurada, despojada de todo accesorio,
concentrada en su desconsuelo.
Pienso
en la condición escombrada de la misma, en que la escritura es lo que resistió
al olvido de toda biografía, en que la ficción está hecha de lo que sobrevivió
a la vida; pienso en que esa concentración hace de la escritura de Felipe algo
material, precario, como si fuera un objeto abandonado y la vez reencontrado.
Pienso
en cómo debió haber sido armar este libro, en cómo se unieron sus partes, cómo
los relatos encontraron su lugar hasta simular algo parecido a un orden.
Pienso
en que ese orden es falso.
Pienso
en que este libro me gusta porque sus relatos muchas veces están cortados y
rotos y ahí hay una cuota importante de inquietud y extrañeza.
Pienso
en algo raro: Felipe es un melómano pero en "Escombros" casi no hay
música o si la hay suena bajito porque lo que importa es la voz de los
personajes lanzados hacia adelante, porque son apenas capaces de escucharse a
sí mismos.
Pienso
en algunas escenas que me quedaron dando vueltas.
Pienso
en la pareja que hace el amor a golpes.
Pienso
en el cineasta argentino perdido, en ese artista que ha renunciado a todo salvo
a sí mismo.
Pienso
en lo que queda de él: la caricatura, el cambio de identidad, la soledad
secreta.
Pienso
en esos chilenos peleando una guerra ajena, sombras de sombras en un alfabeto
de violencia.
Pienso
en todos esos caminos interiores que aparecen en el libro, en cómo llegan al
suspenso y cómo el suspenso es una puerta hacia la nada.
Pienso
en que "Escombros" es un libro sobre el tiempo: un tiempo fracturado,
un tiempo deshilachado en historias y frases sueltas, en un tiempo que ha sido
desalojado de un tiempo mayor, un tiempo que es una especie de línea hecha de
sombra, un tiempo que se devora a sí mismo, que crece hacia dentro, que descree
de cualquier posibilidad narrativa.
Pienso
en que quiero decir con esto en que quizás esa percepción el tiempo puede ser
generacional: Felipe escribe un libro sobre personajes que quedaron suspendidos
en una época que no les pudo dar nada y, por lo tanto, se lanzaron a los
caminos a buscar algo que no sabían muy bien qué era.
Pienso
en que no sé cómo volvieron de ahí, cómo sobrevivieron a la pena y el miedo y a
la soledad y al frío y al sonido de las risas de los otros mientras trataban de
habitar territorios que apenas entendían.
Pienso
también que "Escombros" es un libro sobre el paisaje o, mejor dicho,
sobre cómo escribir del paisaje, de la provincia, de la identidad.
Pienso
en que es un libro sobre el lenguaje, sobre cómo podarlo, sobre cómo dejarlo a
solas, sobre cómo el corazón de las palabras es quizás lo que queda en la
orilla de una playa después de una tormenta.
Pienso
en ciertos libros que me recuerda: Millán, algunos fragmentos del "Poema
de Chile" de Mistral, algunas anotaciones sueltas de Emily Dickinson,
González Vera, Germán Marín, algunas viejas canciones de Nick Cave, la sombra
ominosa de Lord Cuchuflí.
Pienso
en cómo se llega a una prosa así, una prosa que ha sido despojada de todo,
menos de su propio abandono; una prosa que contiene su propio abismo porque no
puede existir sin ese suspenso que la define, sin esos cortes, sin la estática
que provoca tratar de entender al mundo como un signo opaco.
Pienso
en el título de este libro: "Escombros" y creo que me parece
perfecto, feroz y terrible.
Pienso
en que me también me parece insoportable porque ahí quizás está la tesis que
anima la escritura de Felipe y que le da sentido a la aspereza de estos
cuentos: la idea de una literatura fabricada con los pedazos de su propio
desastre, una literatura que solo puede existir en tanto poesía de la
catástrofe y del abandono; y una narrativa hecha de una desesperación que
apenas estalla, una literatura que piensa que de la experiencia solo se pueden
narrar los restos, solo se pueden contar los escombros.
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