jueves, 5 de julio de 2012

Sobre Catacumbas y la poesía de Bernardo González K.

Por Andrés Arce
Es un ser solitario el que busca
comunión con la naturaleza.
E. Che Guevara

Quisiera agradecer la invitación a presentar este libro que me hicieron los Inubicalistas, en un lugar rescatado de la destrucción y lleno de símbolos que se salvaron de las llamas, como lo es el Valparaíso Mi Amor, y aprovechar de saludar al comandante Neco, a Flores, a Nelson Cabrera por aportar con un espacio para la poesía marginal, como dicen viperinamente algunos académicos burgueses[1].
El primer motivo que salta a la vista para proponer una tesis sobre la antología de poesía que nos reúne es su sub-título, el epíteto, el hecho de que sea social. ¿No es un pleonasmo otorgarle a la poesía el título de social? ¿No es la poesía social ella por sí misma, en todo sentido y propiamente tal, siempre? Entonces, vuelvo a preguntar, ¿por qué esta antología es social y no política simplemente? Quimantú, por ejemplo, publicó el año 73 una Antología de Poesía Combativa. Para que vean que los epítetos sobran.           

[1] El puto A. Sarrocchi, entre otros.
           Me atreveré a proponer una respuesta. Quizá el poeta pretenda explicarlo en su debido momento, o tal vez lo aclaren los distinguidos, los excelentísimos señores editores, pero quisiera aventurar acaso una bifurcación, no con el afán de crear polémica en esta misa inubicalista, sino más bien con la iniciativa de un juego, uno que ya ha sido descifrado y aclarado en el mismo libro, pero que me gustaría retomar.

El sistema capitalista es contrario a la emanación de los humores voluptuosos de la naturaleza, contrario a un ser humano creador, dialéctico si queremos.
Pasando ahora al libro que nos reúne, no es que sea flojo, pero quisiera referirme al primer poema, se llama “El hombre nuevo”, para ello me voy a nutrir de la carta enviada por el Che al uruguayo Carlos Quijano, de nombre no menos revolucionario, como se darán cuenta.
Por ejemplo, lo siguiente:
Los rebeldes son dominados por la máquina y sólo los talentos excepcionales podrán crear su propia obra.
De esta forma, la tesis de esta presentación es la siguiente: la poesía es el elemento fundamental de una sociedad nueva, lo que vuelve al ser humano algo nuevo.
En la poesía de Bernardo González se halla la representación del mundo mítico de la provincia como contraparte y resistencia a la esterilidad de la ciudad y al tan mentado “progreso” neoliberal, que solo accidentalmente se abre a otros mundos. Así lo constatamos en el primer libro que publicó con Ediciones Inubicalistas, Memorias del Bardo Ciego (Valparaíso, 2009), libro con el que el lector retorna a un tránsito continuo de fuerzas y apariciones que se encuentran en extinción, donde las cosas y los elementos sostienen largos diálogos con el poeta y la naturaleza es una divinidad que está en constante movimiento, cambiando su centro en un orden sin orden, en una flexibilidad rigurosa, si es que podemos decirlo, pues ella despierta todos los sentidos a través de la fractura expuesta que manifiesta. Pero esa fractura de la que hablo no es una fractura nueva, sino una mucho más vieja, anterior al arte, si soy drástico. Es un estado de sensaciones que se contradice con el habitar de la ciudad, que existe como un pasado que la post-modernidad y el tráfago de la ciudad quieren borrar; en otras palabras, sacar de la consciencia y del mediodía del hombre, relegarlo. Pero cuando hablo de la ciudad, me refiero al sentido que ésta cobra cuando aísla al ser humano. Sobre eso quizá podríamos referirnos a la costumbre del ciudadano de cerrar los poros de la fantasía. Aldous Huxley criticó la paulatina estrechez de los sentidos en una era consumadamente industrial, añadiendo incluso que drogas como el café no solo restan permeabilidad a los hombres, sino que lo ajustan a un sistema predominantemente productivo[1].
Cuando hablamos del hombre nuevo del poema de Bernardo, podemos encontrar la figura del hombre de vanguardia, del revolucionario cristiano, del muerto que da a luz un nuevo estado espiritual, no sólo suyo, sino dirigido a un despertar de la masa. Víctima que se repone del terrorismo de estado al servicio del capitalismo brutal, en una etapa inmaterial, de valor metafísico incluso.
Este estado es el mismo que permite al poeta señalar las cosas tal cual son, desvelarlas y dialogar con ellas en su forma real. Un comportamiento y una agitación de su absoluto que luchan, parafraseando a los editores, por la sobrevivencia a la catástrofe. Sobre esto, y a propósito de la sociedad capitalista, el Che dice lo siguiente: 
En ésta, el hombre está dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de la comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de la vida, va modelando su camino y su destino.[2]
            Sobre esta enajenación pareciera preguntarse el poeta en el poema “Los bacanes”, cuando reflexiona sobre cómo harán los enajenados, aquellos que perciben el mundo económico sólo para sí mismos, cuando están en el lecho con la mujer amada. ¿Es ella el objeto lleno de Eros? ¿El mismo lugar de la stanza del Dante, sobre la cual ha reflexionado el filósofo Agamben? Claramente una respuesta positiva ante esas preguntas es dudosa. Al parecer, incluso en ese espacio íntimo el bacán hace la ele a la verdad y a los símbolos, o acaso todo esto sea producto de una intención inconsciente, propia y simplemente efecto de la amputación de la percepción original. El actor que participa de la dominación, de un sistema enajenador, no debiera alcanzar estados propios de una sociedad que se construye en conjunto, pero un convencido del sistema se enajena gravemente y lo defiende.
            En un epigrama, Bernardo vuelve a señalar, me parece, esta condición:
Burguesita
Pensar que dentro de mi patria
siempre hay una muchacha prisionera
detrás de un parabrisas
detrás de un trajecito diseñado en Europa
detrás de un héroe
ignorando por siglos
la paz de andar a pie por estas calles

            En Catacumbas, como en Memorias de Bardo Ciego, el hombre nuevo no se expresa netamente como un estado posterior, propio de una nueva sociedad, sino como el tejido que une las percepciones antiguas, derribadas y huyentes de un mundo ligado a lo hogareño, a lo pagano, donde el ser humano se halla inmerso en el mito, no porque lo comprenda, sino porque son uno y se pertenecen.
            Cuando el poeta se planta sobre la tierra, las cosas que lo rodean comienzan a cantarle, pero porque ellas existen en el presente, porque son la memoria, son el pasado, completan un lugar donde no hay muerte y los amigos que abandonaron la materia siguen completando las rutas que les conocemos, en un plano más perfecto, como las ánimas, aquellas que nos recuerdan todo lo que nos hicieron llegar a ser, por tanto nosotros somos también ellas, jamás hay repetición:
            La poesía que rescatamos por aquí y por allá
son restos de ocio de otros días
(Bolitas de piedra)

Nadie sabe que la poesía anda
a pie o en bicicleta, a la intemperie
entre cáscaras y sueños, susurrando
el nombre de las cosas verdaderas
con palabras mojadas de rocío
(El poeta)

Finalmente, quisiera destacar en esta antología, que nos invita a la vida y a la esperanza, una poesía que nos indica que la mejor revolución es no olvidar lo bello que resiste entre los escombros del día, entre aquellas cosas que al parecer se pierden, como señalara el fotógrafo Acevedo en su Viaje de Rakar, y que otorgan una responsabilidad única del poeta por colectar todo lo que el progreso y la mercancía y el valor no destruyen.
Por estas razones la antología es social, porque reivindica una noción del arte, del ser humano, un estado espiritual de correspondencia con la realidad que es eje de un mundo nuevo, la poesía está dentro de toda acción por volver a una sociedad igualitaria, una sociedad justa, porque una sociedad de tales principios es un sociedad donde la poesía prevalecerá.


[1] Citado en: Olivos, Chanchán, El Pequeño Jarry Ilustrado, Beauvedráis, 2011, Pág. 112
[2] Guevara, Ernesto, El socialismo y el hombre en Cuba en Palabras sobre el socialismo, Colección Palabras Esenciales, Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información de Venezuela, Pág. 254

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