Es
un ser solitario el que busca
comunión
con la naturaleza.
E. Che Guevara
Quisiera
agradecer la invitación a presentar este libro que me hicieron los
Inubicalistas, en un lugar rescatado de la destrucción y lleno de símbolos que
se salvaron de las llamas, como lo es el Valparaíso Mi Amor, y aprovechar de saludar
al comandante Neco, a Flores, a Nelson Cabrera por aportar con un espacio para
la poesía marginal, como dicen viperinamente algunos académicos burgueses[1].
El
primer motivo que salta a la vista para proponer una tesis sobre la antología
de poesía que nos reúne es su sub-título, el epíteto, el hecho de que sea social. ¿No es un pleonasmo otorgarle a
la poesía el título de social? ¿No es
la poesía social ella por sí misma, en todo sentido y propiamente tal, siempre?
Entonces, vuelvo a preguntar, ¿por qué esta antología es social y no política
simplemente? Quimantú, por ejemplo, publicó el año 73 una Antología de Poesía Combativa.
Para que vean que los epítetos sobran.
[1] El puto A. Sarrocchi, entre otros.
El
sistema capitalista es contrario a la emanación de los humores voluptuosos de
la naturaleza, contrario a un ser humano creador, dialéctico si queremos.
Pasando
ahora al libro que nos reúne, no es que sea flojo, pero quisiera referirme al
primer poema, se llama “El hombre nuevo”, para ello me voy a nutrir de la carta
enviada por el Che al uruguayo Carlos Quijano, de nombre no menos
revolucionario, como se darán cuenta.
Por
ejemplo, lo siguiente:
Los rebeldes son
dominados por la máquina y sólo los talentos excepcionales podrán crear su
propia obra.
De
esta forma, la tesis de esta presentación es la siguiente: la poesía es el
elemento fundamental de una sociedad nueva, lo que vuelve al ser humano algo
nuevo.
En
la poesía de Bernardo González se halla la representación del mundo mítico de
la provincia como contraparte y resistencia a la esterilidad de la ciudad y al
tan mentado “progreso” neoliberal, que solo accidentalmente se abre a otros
mundos. Así lo constatamos en el primer libro que publicó con Ediciones
Inubicalistas, Memorias del Bardo Ciego (Valparaíso,
2009), libro con el que el lector retorna a un tránsito continuo de fuerzas y
apariciones que se encuentran en extinción, donde las cosas y los elementos
sostienen largos diálogos con el poeta y la naturaleza es una divinidad que
está en constante movimiento, cambiando su centro en un orden sin orden, en una
flexibilidad rigurosa, si es que podemos decirlo, pues ella despierta todos los
sentidos a través de la fractura expuesta que manifiesta. Pero esa fractura de
la que hablo no es una fractura nueva, sino una mucho más vieja, anterior al
arte, si soy drástico. Es un estado de sensaciones que se contradice con el
habitar de la ciudad, que existe como un pasado que la post-modernidad y el
tráfago de la ciudad quieren borrar; en otras palabras, sacar de la consciencia
y del mediodía del hombre, relegarlo. Pero cuando hablo de la ciudad, me
refiero al sentido que ésta cobra cuando aísla al ser humano. Sobre eso quizá
podríamos referirnos a la costumbre del ciudadano de cerrar los poros de la
fantasía. Aldous Huxley criticó la paulatina estrechez de los sentidos en una
era consumadamente industrial, añadiendo incluso que drogas como el café no
solo restan permeabilidad a los hombres, sino que lo ajustan a un sistema
predominantemente productivo[1].
Cuando
hablamos del hombre nuevo del poema de Bernardo, podemos encontrar la figura
del hombre de vanguardia, del revolucionario cristiano, del muerto que da a luz
un nuevo estado espiritual, no sólo suyo, sino dirigido a un despertar de la
masa. Víctima que se repone del terrorismo de estado al servicio del
capitalismo brutal, en una etapa inmaterial, de valor metafísico incluso.
Este
estado es el mismo que permite al poeta señalar las cosas tal cual son,
desvelarlas y dialogar con ellas en su forma real. Un comportamiento y una
agitación de su absoluto que luchan, parafraseando a los editores, por la
sobrevivencia a la catástrofe. Sobre esto, y a propósito de la sociedad capitalista,
el Che dice lo siguiente:
En ésta, el hombre está
dirigido por un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de la
comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical
que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos
los aspectos de la vida, va modelando su camino y su destino.[2]
Sobre esta enajenación pareciera
preguntarse el poeta en el poema “Los bacanes”, cuando reflexiona sobre cómo
harán los enajenados, aquellos que perciben el mundo económico sólo para sí
mismos, cuando están en el lecho con la mujer amada. ¿Es ella el objeto lleno
de Eros? ¿El mismo lugar de la stanza
del Dante, sobre la cual ha reflexionado el filósofo Agamben? Claramente una
respuesta positiva ante esas preguntas es dudosa. Al parecer, incluso en ese
espacio íntimo el bacán hace la ele a la verdad y a los símbolos, o acaso todo
esto sea producto de una intención inconsciente, propia y simplemente efecto de
la amputación de la percepción original. El actor que participa de la
dominación, de un sistema enajenador, no debiera alcanzar estados propios de
una sociedad que se construye en conjunto, pero un convencido del sistema se
enajena gravemente y lo defiende.
En un epigrama, Bernardo vuelve a
señalar, me parece, esta condición:
Burguesita
Pensar que dentro de mi
patria
siempre hay una
muchacha prisionera
detrás de un parabrisas
detrás de un trajecito
diseñado en Europa
detrás de un héroe
ignorando por siglos
la paz de andar a pie
por estas calles
En Catacumbas, como en Memorias
de Bardo Ciego, el hombre nuevo no se expresa netamente como un estado
posterior, propio de una nueva sociedad, sino como el tejido que une las
percepciones antiguas, derribadas y huyentes de un mundo ligado a lo hogareño,
a lo pagano, donde el ser humano se halla inmerso en el mito, no porque lo
comprenda, sino porque son uno y se pertenecen.
Cuando el poeta se planta sobre la
tierra, las cosas que lo rodean comienzan a cantarle, pero porque ellas existen
en el presente, porque son la memoria, son el pasado, completan un lugar donde
no hay muerte y los amigos que abandonaron la materia siguen completando las
rutas que les conocemos, en un plano más perfecto, como las ánimas, aquellas
que nos recuerdan todo lo que nos hicieron llegar a ser, por tanto nosotros
somos también ellas, jamás hay repetición:
La
poesía que rescatamos por aquí y por allá
son restos de ocio de
otros días
(Bolitas
de piedra)
Nadie sabe que la
poesía anda
a pie o en bicicleta, a
la intemperie
entre cáscaras y
sueños, susurrando
el nombre de las cosas
verdaderas
con palabras mojadas de
rocío
(El
poeta)
Finalmente, quisiera destacar en esta antología, que
nos invita a la vida y a la esperanza, una poesía que nos indica que la mejor
revolución es no olvidar lo bello que resiste entre los escombros del día,
entre aquellas cosas que al parecer se pierden, como señalara el fotógrafo Acevedo
en su Viaje de Rakar, y que otorgan
una responsabilidad única del poeta por colectar todo lo que el progreso y la
mercancía y el valor no destruyen.
Por estas razones la antología es social, porque reivindica
una noción del arte, del ser humano, un estado espiritual de correspondencia
con la realidad que es eje de un mundo nuevo, la poesía está dentro de toda
acción por volver a una sociedad igualitaria, una sociedad justa, porque una
sociedad de tales principios es un sociedad donde la poesía prevalecerá.
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