Catacumbas
presentación en Talca, 09 de octubre, 2012
Por
Felipe Moncada Mijic
Me gustaría partir agradeciendo a los dueños de
casa; a los administrativos de la Universidad Autónoma, al Colegio de
Profesores de Talca, por la invitación a presentar este libro, y sobre todo, a
los asistentes que vienen a oír y acompañar al poeta en su lectura.
Como editorial, con el nombre de Inubicalistas u otros nombres,
llevamos algunos años publicando libros, revistas, organizando lecturas,
encuentros y planificando lanzamientos; en fin, haciendo un poco de ruido desde
el lado mudo de las comunicaciones, un poco contra la corriente, a ver si se
puede transmitir otra mirada sobre las cosas, una que no necesita de grandes
plataformas, ni dependa de patrocinios.
El resultado es el libro Catacumbas, el cual hace alusión desde la portada -mediante el símbolo del
pez-, al cristianismo practicado en secreto en los subterráneos del Imperio
Romano, en esa clandestinidad originaria que quizás representa para nosotros, a
dos mil años de distancia, un estado de pureza del cristianismo, con su llamado
a la fraternidad, la pobreza, el abandono de la hipocresía; con su relato
cosmogónico de por medio en que las almas regresan al Padre, a sus cábalas, previo
a los artificios que han ido volviendo pesada de gestos la religión, sobre maquillada,
casi siempre inclinada hacia la buena mesa y la extrapolación de la culpa.
Menciono estas cosas porque el libro de Bernardo comienza con una
dedicatoria muy significativa; dice: a
los sacerdotes del pueblo asesinados por la dictadura, y le acompaña una
lista de nombres a la manera de los obituarios, o los memoriales.
Esto se vuelve particularmente significativo a pocos días de la
muerte del padre Pierre Dubois, párroco de la población La Victoria y compañero
de André Jarlan, ese otro sacerdote asesinado en el año 1984, cuyo féretro fue
llevado en andas hasta la catedral de Santiago en una de las primeras
manifestaciones masivas que se atrevió a salir de las “catacumbas” de la periferia,
y desafiar a la dictadura con sus mecanismos de represión en plenas facultades.
¡Qué cantidad de símbolos encontramos, entonces, al ingresar a
este libro! Sacerdotes asesinados por el terrorismo de Estado, un pueblo que
sale a la calle, dictadura, muertos; heridas de un Chile reciente que parecen
ocultas bajo toneladas de ruido y propaganda, pero que ante una leve brisa
vuelven a mostrar el resplandor del carbón que se creía apagado.
Y podría pensarse que son conceptos anacrónicos, como aquel “hombre
nuevo” que encarnaba los ideales de una revolución social y que, en el primer
poema del libro, mira desde el otro mundo a sus asesinos que asisten al
funeral, haciendo gala de su impunidad. La muerte del hombre nuevo al comienzo
del libro es una señal de que se deben actualizar los significados, y eso es
justamente lo que ocurre página por página. No olvidemos que bajo el simbolismo
cristiano los muertos nacen de nuevo en su sacrificio.
Una reflexión me parece necesaria. La palabra “pueblo” en esta propuesta
se podría poner bajo la disección de la sociología; dirán algunos que
corresponde hablar hoy en día de muestra,
de público, de votantes, deudores, consumidores; pero sería un fracaso
establecer una naturaleza muerta de la noción de pueblo, porque precisamente, desentrañar las connotaciones
antropológicas de este concepto, ahondarlo, es la constante temática y una búsqueda
esencial del autor en esta antología. El pueblo aquí puede aparecer encarnado
en ferroviarios, pescadores, artesanos y tantos practicantes de los rústicos
oficios, pero también se puede hallar en una novia besada entre las teatinas, o
en las abejas que rondan los cuescos secos de los huesillos: el pueblo
sobreviviente de su ideal político, de la derrota militar, es el que desfila en
estas páginas gracias a la memoria o la observación directa. Ahí aparece la
sensibilidad del poeta y establece una distancia con un discurso grandilocuente
o alambicado, pues prefiere la lentitud en la mirada ya que confía en aquello
que menciona José Comblin en el epígrafe del primer poema del libro: Sólo el
pueblo es humano.
Usted podrá preguntarse, ¿qué tienen que ver todas estas cosas con
un libro de poesía? Y es que son justamente estas ideas las que traspasan la
médula de Catacumbas; metáfora símbolo
que nos evoca los subterráneos de la ex Vicaría de la Solidaridad, una capilla
de tablas en una población donde se picaron panfletos a mimeógrafo, o curas de
la teología de la liberación organizando ollas comunes, tan lejanos de aquellos
que repetían sermones desde la pantalla reproduciendo la culpa de una sociedad
que llama a la austeridad y el trabajo, por parte de quienes no son austeros ni
trabajan.
Entonces quedamos de acuerdo en lo siguiente: estos poemas hablan
de las transformaciones de una sociedad, pero no a través del gran discurso;
más bien, mediante las observaciones de un hombre de a pie o, más exactamente,
en bicicleta para el caso de Bernardo. Y es que en su pedaleo lento por la
ciudad es cuando decide darle importancia a una mueblería con olor a virutas, a
un guardia que vigila de punto fijo, a una bailarina de un café topless; nos
dice que la derrota es salir a vitrinear o ver el noticiario mientras la
belleza está ahí, en la abundancia terrestre, acaparada por la gula de unos
pocos.
Este libro se puede leer como una historia vista desde abajo, o como
la bitácora de un país transformado al modo instantáneo del experimento
neoliberal - obligado a delatar al vecino, a esconder los libros, a contraer la
deuda, confinado a una solución habitacional, hasta un presente que muestra la
desnudez del saqueo económico -, pero también desde la lucidez de quien
despierta y decide retomar las viejas herramientas de labranza para expulsar la
cicuta de su huerta. En palabras de Bernardo, la derrota es quedarse amurrado,
pero, sin embargo, vuelve a intentar el ser social mientras se atiza la ceniza
con un palo buscando brasas que aún tengan color. Si bien es cierto, en la
poesía escrita por el autor durante los años noventa y en la primera mitad de
la década del dos mil, hay un refugio de lo político en la intemperie, como
contradictoriamente se podría pensar, en sus últimos textos retorna a la
memoria para convocar a los fantasmas, y con la madurez de las soledades
cordilleranas o la lentitud con que se sube una cuesta, vuelve a creer en el ser social con un lenguaje más
descarnado, pues, el presente es agresivo. Su poesía se puebla entonces de
evocaciones campesinas, como ecos de ánimas en pena que se opacan por las
balizas de un furgón policial.
En otras oportunidades me he extendido más sobre la poesía de
Bernardo, sus temas, sus imágenes, sus registros, hoy quise divagar un poco
sobre lo que me produce esta obra como totalidad, que probablemente difiera de
lo que usted encuentra, por que dejarse leer muchas veces, dando cada vez
nuevas señales, es uno de los logros mayores de la poesía. Los dejo entonces
con los poemas de este libro en la voz de su autor. Muchas gracias.
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