Canciones gringas de Mario Verdugo
(2013)
por Andrés Florit
Mario Verdugo, en el prólogo a Canciones gringas, afirma que al
autor de estos poemas, un tal Keith Duncan, “lo acosaron pesadillas
identitarias”. Junto con dar título a esta serie, pronto nos damos cuenta del
artificio: Keith Duncan y el supuesto traductor al castellano de sus textos,
Santiago Zilleruelo, no existen. Son parte de la creación del mismo Verdugo y
parte, por qué no, del humor del libro y del autor. Más que un juego heterónimo
fallido, lo que hay es una toma de posición que dialoga con sus obras
anteriores, como La novela terrígena (2011) y Apología
de la droga (2012), donde el “yo” está difuminado en voces paródicas,
costumbristas o asociadas a supuestos papeles inéditos de nombres “menores” de
la tradición poética chilena.
Lo que hace Verdugo es apropiarse con humor,
exactitud y lucidez de un lenguaje “gringo” “traducido” a un “español” de
traducción de Anagrama. Mi excesivo uso de comillas obedece a la puesta en
tensión por parte del autor de todos estos conceptos en sus poemas; no de
manera teórica, sino que en la ejecución de los mismos. La ejecución aquí es
importante, pues además se trata de “canciones”: logra estructurar rítmica y
melódicamente los textos mediante estrofas y repeticiones que funcionan como un
“chirrido melopoético”, en el decir del mismo Verdugo. El texto introductorio,
que me recuerda los perfiles de poetas regionales chilenos que el autor ha
escrito para el semanario The Clinic, es prescindible (el libro podría ser
firmado por Verdugo sin que disminuya el efecto de extrañeza que provocan estos
textos), pero nos da claves para situar su propia obra. En especial, la llamada
Tipología del Apocamiento, diseñada por Keith Duncan y “cuyas diversas
manifestaciones o gradaciones estaban ejemplificadas, entre otros, por Chan
Marshall, Joey Ramone y el género shoegazing en su conjunto”, es una buena
manera de entender su “apocada” visión personal de la poesía: complejiza
radicalmente la idea de un “yo” usando máscaras que ponen en solfa cualquier
pretensión grandilocuente, sacando el foco de sí y poniéndolo en el lenguaje,
cuestionando la noción de autor hasta el extremo de volverse inconfundible.
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