Por Jessica Atal
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 18 de mayo de 2014
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 18 de mayo de 2014
Una "rimbaudiana incorregible", nos cuentan -en la presentación de esta Obra reunida - que decía de sí misma Ximena Rivera. Pero su cercanía no era solo con el genio de Rimbaud, sino también con la religiosidad de Hölderlin, la locura de Artaud, la metafísica de Anguita, la maternidad de Mistral. Lamento no haberla conocido antes. Mucho más lamentable es su prematura muerte, a los 54 años. Ximena Rivera murió, al menos respecto de su obra y como muchos poetas en este país, desconocida y abandonada a su suerte, salvo por la gente de Valparaíso y un par de prólogos que se escribieron a libros que alcanzó a publicar.
Aunque sea de manera tardía, hablemos de la poesía de Ximena
Rivera, libre, que no repara en la forma, que es como una casa inmensa y con
infinitas puertas, y cada palabra es un gesto o un paso que lleva a lugares
diferentes, siempre profundos, del ser interno sobre todo. Para este ser que
teme y no teme al mundo, a su entorno -porque deja que emerjan sin límite
rarezas y contrarios, desperfectos y desórdenes-, son temas esenciales el
tiempo, el hades y la muerte, esta última entendida como la perturbación
hermana de la vida: "...¿no has pensado/ la posibilidad de que el hades
sea/ otra clave de tiempo en el poema?", leemos en Delirios o el gesto de responder (2001).
El silencio y el ritmo no buscado -pero encontrado, sin duda- son
otros elementos que juegan un papel significante en la poesía de Rivera. Ella
escribe respetando las pausas del pensamiento y, también, como por arte de
magia, las pausas que toma hacer o decir cada cosa. Van, de este modo,
conformando la belleza de su obra, la pausa del sueño o del olvido, del juego y
la risa, la pausa del terror o de la misma escritura, cuando, como ella misma
dijo, desaparece el tiempo todo.
La poesía de esta autora tiene olor a tierra, "que es el
aroma de todo lo comprensible/ y claro de este mundo". Ella hunde las
manos en la tierra como queriendo desenterrar sus inquietudes sobre el misterio
de estar vivo y del arte de la poesía; así, como se trabaja la tierra, con la
pura piel, desentraña palabras como raíces, como semillas que dan frutos. El
fruto de la comprensión, del entendimiento, de la fe, a fin de cuentas, porque
Rivera escribe poesía como si rezara. Se advierte el recogimiento del alma y ya
hablamos del silencio, necesario para escuchar o rezar o rezar y escuchar y,
finalmente, entender.
Rivera entiende, por ejemplo, el amor, humilde y generosamente. La
sonrisa del hombre amado -Pepe- como "el encanto de la fugocidad",
sin ataduras. sus "Poemas del agua" son etéreos, en el sentido de ser
desprendidos, probabilísticos. Ante la pregunta qué es la vida, leemos:
"Algo que va y viene, le dijo la marea". A veces también se trata,
con esa misma humildad, de entender que no se entiende: "No comprendo la
continuidad/ de las partículas de agua,/ no comprendo su acción,/ su recorrido/
no comprendo la imagen de este espejo, / no comprendo la realidad/ en el
reflejo de mi rostro".
Ella pudo haberse ido sin llegar a comprender muchas cosas. No
sabemos. Lo que sí podemos decir es que su poesía contiene un marcado
compromiso con el ser poeta, reflejado en una irreductible fidelidad a sí
misma. A fin de cuentas, su escritura es una que denota puro amor a la verdad.
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