miércoles, 18 de julio de 2018

En lugar de la certeza

Palabras sobre el libro “Color Hormiga” del poeta Chiri Moyano
por Natalí Aranda

Es a la vida adonde intentamos llegar en la poesía
Wallace Stevens

Este texto piensa construir el camino de una interpretación que no se aleje demasiado del poema, o, dicho de otra manera, un texto sobre la experiencia de la lectura del libro “Color hormiga” de Chiri Moyano. Experiencia que, a través de la materia y la naturaleza, nos muestra un acceso a lo simbólico, a la sombra, al vaciamiento y al dolor. Imágenes primitivas cercanas a lo arquetípico, pero que mantienen siempre un elemento situado.

Para partir quisiera hablar del poema como aquello que devela el tramado, los trazos que va dejando una realidad muchas veces inaccesible en otras modalidades de la palabra. Es una mirada hacia adentro que nos revela el afuera, la naturaleza, el hallazgo de una continuidad entre las cosas de un mundo y nosotros. Palabra que en su gratuidad nos entrega el acontecimiento y nos relaciona con los hechos, con lo real, por eso Stevens dice que el poema es aquello que aumenta nuestra sensación de realidad y nos aproxima a la vida. El poema “Color hormiga”, que le da nombre e inicia el libro de Chiri Moyano, nos abre una oportunidad de interpretar esta relación entre la poesía y el mundo. 

La hormiga rubia
sube a la copa del árbol,
a buscar el fuego del sol.

La hormiga negra
baja a las raíces del árbol,
a buscar la sangre de la sangre.

Poema sobre la continuidad, el árbol es el acceso al arriba y al abajo, simbólicamente es el centro del mundo, verticalidad que hace posible el diálogo entre una vida subterránea y una vida hasta el cielo. La hormiga se sabe reflejo, por eso su color determina su ascenso o descenso, a la copa o las raíces, buscando la luz o la sangre. La naturaleza y su eterno retorno en lo micro y en lo macro de las cosas. Este poema es la entrada a una escritura que observa las señales de ruta de una naturaleza que se va perdiendo en lo inhóspito, ocultándose, pero dejando pequeñas marcas de su dolor y su ausencia. Cito del poema Detrás de la ventana: “observando cómo se seca el canelo/ en la selva de cemento”. Se seca lo sagrado por el desencantamiento del mundo, la decadencia es la nueva máscara de una humanidad que niega la dimensión del sentido. Chiri Moyano escribe sobre esta expulsión de lo sagrado y la carga psicológica que lleva a un sujeto a sentirse abandonado, huérfano de una naturaleza que le entregaba su dirección y su centro. Con la muerte del árbol sagrado por un cemento que avanza, ¿cómo reconocer el centro del mundo? Cito del poema Lágrimas: “Dios no vino a trabajar/ se quedó en la muda casa del olivo”. Dios se ausenta, se retira a lo íntimo, a la mudez de la casa de un árbol sagrado, donde no hay verbo para seguir en la creación de un mundo. El verbo se ha retirado, no hay sentido primero, hay ausencia, el rayo de dios no atraviesa las tinieblas, se queda en lo indiferenciado, en lo materno, en la contención de un universo anterior a su nacimiento. El poema Los abandonados nos entrega esta orfandad absoluta.  Cito un fragmento: “Una casa abandonada/ con gatos abandonados/ con ventanas abandonadas/ con un hombre abandonado.”
¿Abandonados por quién? pienso en Blanchot cuando dice que “profundizando el verso el poeta entra en ese tiempo del desamparo que es la ausencia de los dioses...Quien profundiza el verso escapa del ser como certeza”. Esta orfandad interior a la que se enfrenta el poeta, este abandono del sentido, es la dimensión existencial a la que nos conduce Moyano. La casa abandonada es la desacralización del mundo interior del ser humano y un símbolo del inconsciente, el árbol también apunta a la misma interioridad, ambos son hogar, protegen de la lluvia, del sol, son la sombra que nos oculta de lo externo. La casa es, citando a Bachelard “un instrumento para afrontar el cosmos”, ¿qué hacer cuando aquel instrumento se abandona, cuando no existe la confianza en aquel nido?  Perderse en la incertidumbre y en el horror de esta orfandad, escuchar la ausencia, lo que comienza a nacer como murmullo en la poesía de Moyano, murmullo de agua, pero esta agua no fluye, sino que está estancada, abandonada también por el sentido. Aguas podridas, símbolo de la muerte, materia que en su estancamiento aumenta la profundidad del dolor. Cito a Bachelard nuevamente: “para la imaginación todo lo que corre es agua”, es la materialidad del devenir y la manera de mirar el tiempo, el agua que no corre, que está podrida y estancada, es la imagen de un abandono radical respecto a la vida y su sentido.  Es así que el poema empieza a tomar el lugar que ha dejado libre la certeza, nace como manifestación de este desprendimiento. Cito el poema Viaje: “Con poco equipaje/ y una triste historia de vida/ en blanco y negro/ que sube/ y baja/ como ese botecito que veo al final del mar/ que gira donde lo lleva el viento/ que sube/ y baja.”
La vida al desatarse del sentido y de la certeza se convierte en un fragmento que sube y baja por la marea y el viento, un desastre como diría Blanchot, aquello separado de su astro, de la estrella que le daba un origen al viaje de la luz por el universo. Ya no hay astro, la luz viaja sin origen y sin destino, como la vida de un ser humano que ha abandonado toda certeza. ¿Qué hace la hormiga si el árbol se seca? ¿Cómo reconocerá su destino?
Hay momentos en el libro de Moyano donde la casa no está abandonada, tampoco el ser humano se ha abandonado, hay una intimidad compartida que hace olvidar la soledad inevitable, la carga del desencantamiento del mundo. Como en el poema Vienes a verme, la visita de alguien nos regresa a un hogar como refugio, un retiro que nos devuelve la confianza en los asuntos cotidianos, la tranquilidad de las cosas simples. Cito: “Vienes a casa/con la blusa de seda que te regaló tu madre, / con los ojos pintados. / Vienes a conversar conmigo/ a tomar vino conmigo/ a leer y hablar de poesía conmigo / a dormir conmigo. / Cocino porotos granados/ charquicán/ cazuela de vacuno/ y tú/ me zurces la basta de un pantalón regalado/ de ropa americana.”  El acto simple nos revela el misterio, el amor no puede mostrarse a través de una concepción mental, es el develamiento de su naturaleza en los actos cotidianos como podemos tener esa experiencia, por eso Stevens dice que todo poeta debe tener algo de campesino, cercano a la naturaleza de las cosas y no a sus nombres o conceptos: cercano a la vida. El ser humano de las ciudades contemporáneas ha perdido este contacto, ha olvidado la vida en nombre del funcionamiento de un mundo que tampoco desea, que le parece contrario a sí mismo, que le causa incomodidad. El cemento avanza al mismo tiempo que su desconexión con la existencia. Es que ya no entendemos los signos del cielo, de la lluvia, las estaciones, este mundo se nos ha vuelto completamente ajeno.
Moyano termina su libro con el siguiente poema, denominado En medio de la cama: “Abandonado como un trapo sucio/ en medio de la cama/ insomnio, desvelo. / Amores definitivamente perdidos/ amistades lejos de casa.”  Vuelve el abandono, todos están lejos de casa, la soledad inevitable de un ser humano que se abandona a sí mismo. A la deriva, la casa no ayuda a enfrentar el cosmos, lo externo, el poeta en el desierto, a la intemperie. Recuerdo un verso de Arto Melleri “Desgraciado es aquel que no tiene una sombra en su interior”, sombra que lo ayude a cruzar el desierto, que lo ayude a afrontar su propia muerte, su suicidio en la casa abandonada. Soportar el silencio, empezar a escribir desde esa cicatriz, desde ese dolor del que agoniza. Abandonar toda certeza, incluso la certeza de uno mismo, la única forma de empezar una relación real entre la escritura y la vida. La experiencia poética necesita de un sujeto perdido, porque es hallazgo, don y acogida.









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