“La lámpara de Kafka y otros cuentos”, de Luis Herrera
Por Claudio Maldonado
Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera
M.Proust
Ya no se puede hablar de coincidencia, la narrativa de
los escritores que residen en provincia, hace ya un tiempo nos está entregando
imaginarios que se sustentan en la parodia de lo carnavalesco, en una crítica
social sostenida desde el pueblo menor, que no tiene nada que perder ni
venderle a la gran aldea. Rodrigo Ramos y Cristian Geisse en el norte, Marcelo
Mellado y Cristóbal Gaete en la Quinta Región, Oscar Barrientos en el sur, por
nombrar algunos, nos entregan la invención de los pueblos que nos faltan, de
esos pueblos inacabados en perpetuo devenir, una ciudad bastarda en que el
bastardo ya no designa un estado familiar, sino al decir de Deleuze, sólo el
proceso o la deriva de las razas. Kafka para Centroeuropa, Melville para
América del Norte, por ejemplo, presentaron la narrativa como la enunciación de
todos esos pueblos que encontraron su expresión en y a través del escritor.
Esta acción fabuladora, es a mi juicio, el pilar fundamental de estas nuevas
narrativas chilenas. La lámpara de Kafka pertenece a esta emergencia escritural,
que hace del acontecimiento una forma de lenguaje y no al revés, que no impone
una forma a la materia vivida, tan dada a ciertas timoratas “nuevas” narrativas
de la capital, sino más bien decanta a lo inacabado, a lo informe. ¿Cómo es el
pueblo que Luis Herrera nos quiere inventar? ¿Cómo son sus personajes y la
invención que motiva sus deseos? Sus personajes nacen en la provincia del
Maule, algunos más al sur, Temuco, Osorno, zonas campesinas de la zona central,
ciudades europeas de segundo orden. A partir de esa realidad, los personajes
proyectan sus obsesiones, algunas basadas en entelequias intelectuales,
supuestos morales o evasiones sicodélicas de la imaginación. El autor nos
propone sumirnos en quijotadas, en intentos de seres desesperados por ganarle
de alguna forma a esa vida determinada por el anonimato. Los personajes de Luis
Herrera presentan un plan, la búsqueda de una verdad como causa final del
cuento, como decía el maestro del género Allan Poe, en su Filosofía de la
composición: la idea está en producir un efecto que decante en la naturalidad,
para así lograr la afinidad entre escritor y lector, el tono de la gran mayoría
de la humanidad. Esto, en todo caso, nos
lleva a la bizantina problemática del escribir para las masas o para nosotros o
para nuestros amigos. Un dilema que según mi opinión es la génesis de los
cuentos de Poe, la constitución mórbida capaz de pasar del más fino rasgo
aristocrático a la explosión más vulgar. Los cuentos de La lámpara de Kafka,
que suelen estar emparentados con este cuento clásico, presentan también un
dilema clave, para que sus personajes construyan sus deseos: la pugna entre lo
coloquial y un culteranismo paródico.
Procedo al análisis: En Juan Rosa y el lenguaje imposible nos presenta el arquetipo del provinciano
que desde pequeño quiere triunfar a través de su sensibilidad e inteligencia,
con un entusiasmo a prueba de titanes, incursiona en el mundo de la artesanía,
desde muy joven se adentra en los campos de la filosofía, de la poesía, la
teología. Todos se burlan de él, y al igual que Iván Zamorano (que garabateó su
firma en la pizarra de su liceo de Maipú y dijo ésta valdrá oro) el ya verán ya
verán resuena amenazante y luminoso. Es aquí cuando el autor nos da un giro
inesperado, pues nos quiebra el arquetipo y nos lleva a un extremo, el
personaje no sigue la ruta oficial y despreciando los estudios formales (que
para muchos es el verdadero esfuerzo que hay dar) se transforma en un
autodidacta que indaga con fruición en la lingüística y que por extrañas
razones encuentra una oportunidad en una conferencia en la Universidad de
Chile. Se ríen de sus ideas, lo echan por payaso, es golpeado por unos de los
profesores. El delirio de Juan Rosa no tiene cabida si no es formalizado; con
la voluntad no basta mijo, aquí en el reino no hay cabida para los disparates
creativos de un don nadie.
En el segundo cuento, Un hombre en el plano, lo coloquial y la parodia de lo culterano se
mixturan a través del conflicto de tres jóvenes que en un bar se disputan la
preferencia de una chica. La estructura del cuento se sostiene en diálogos que
dan cuenta del cortejo, de los escarceos, de las apuestas conversatorias que
ellos hacen para ganarse la simpatía de la fémina, hablan de jazz, de
literatura, de publicidad; ella es estudiante de sicología y luce sin pudor sus
medallitas de erudición. La trama se sostiene en base a la historia evidente
que esconde un drama subterráneo, muy en el estilo de los cuentos de Chéjov (en
uno de los diálogos se hace alusión a él y a su idea que si en un cuento hay
una escopeta colgada hay que hacerla disparar); el perdedor mayor de la
contienda es el que tiene más lazos afectivos con la mujer. La escopeta, al
final de la historia, a pesar de la derrota de alguna forma tiene que estallar,
y el derrotado mayor lo sabe; el que más desea, el que menos estudios tiene, el
que no puede aplacar la erudición de sus enemigos, gatilla de manera perfecta
la teoría del maestro ruso.
En el cuento Belisario
Vildósola el personaje es un provinciano que ha dado un paso más que Juan
Rosa, es un escritor osornino que ha logrado salir de su terruño y triunfar en
el mundo de las letras. Su vida parte en
1920 y termina en 1983. El relato es una cronología imaginaria de nuestra
literatura, un escritor que simboliza a aquellos que fueron y a los que no
fueron, un reflejo si se quiere del siglo XX. En este cuento el giro hacia lo
paródico se desata en el progresivo deterioro mental del escritor, que termina
escribiendo libros que son plagios directos de Borges, uno de sus escritores
favoritos, del cual ha leído cinco, seis o hasta siete veces sus obras
completas. El delirio de este genio lo lleva a escribir un poema a los
militares salvadores de la patria, a fundar una sociedad de escritores en
Puerto Montt que a los meses capota por falta de quórum, a ser poco a poco
minado por la esquizofrenia, apagándose como un gran hombre de letras frente a
su familia y escritores y críticos y universidades extranjeras que pese a sus
esfuerzos no logran darle el Nobel; sólo la promesa de un recuerdo imborrable
en la literatura universal.
En el cuento La
envidia, el más breve del volumen, el autor nos presenta un relato con un
narrador en primera persona, que emula de manera magistral ese tono que
adquiría Bolaño cuando describía en tiempo presente el estado emocional de un
escritor en decadencia. A través de este formato el cuento nos inserta en una
discusión sobre Bolaño y los escritores que lo admiran, pero no quieren que se
note su admiración, pues quieren que sus vidas -que no son interesantes como la
de Bolaño- tengan una identidad propia que los distancie de la admiración que
sienten por su maestro. Este juego de cajas chinas reduce al personaje
principal del cuento (X) a ser dentro del relato unos de esos personajes que
Bolaño describía con sarcasmo en sus historias, una doble trampa, la envidia y
el dolor de estar encerrados en la ficción de una ficción.
La clave de la comunicación en el campo está en nunca
decir lo que uno lleva adentro. Esta es una de las frases más notables del
cuento La pena máxima, y en cierto
modo refleja la intensidad con que los sucesos son relatados a través del
recuerdo de un narrador que da cuenta de su visita a Pelarco, el pueblo que lo
vio nacer y crecer junto a la figura de Segundo Domitilo Soto, la gran promesa
futbolística del pueblo, el astro destinado a ser figura nacional, el primer
pelarquino en conquistar algún pasto europeo. Para el narrador todo gira en
torno a su ídolo; el pueblo, a pesar de los años y del terremoto sigue igual,
menos sus amigos, que se quedaron vegetando, estragados en la chicha y en el
trabajo bruto, menos Segundo que como un tomate al sol se pudre a la orilla de
la cancha de tierra. Percibo, en este cuento, un gran guiño al Hombre de la esquina rosada de Borges;
la culpa, el secreto de un acto que sólo la muerte podrá cubrir, quizás ese
sentir latinoamericano que nos habla Octavio Paz, ese deseo de no rajarse, de
no mostrar los sentimientos para seguir siendo un hombre de verdad.
En el cuento El
fin de la historia el narrador es un peón de fundo, de muy escasa
educación, pero que, sin embargo, relata con una fluidez y un estilo
sorprendente los sucesos acaecidos en su fundo. El autor logra, con una
maestría sorprendente, zafarse de los giros idiomáticos criollistas y presentar
un relato sin estereotipos, que en ningún momento carece de verosimilitud. Como
en las narraciones de Manuel Rojas, cuando sus personajes por muy marginales
que fueran siempre intentaban “decir” un poco mejor lo que representaban; un
intento quizás de hacer hablar al pensamiento, como señalaba Juan Rulfo,
torcerle la mano a la lengua que habita, para, en este caso, explicar las
razones de un peón que quiere romper un destino prefijado por la dominación del
poderoso.
En La caída de
Armando Briceño la parodia culterana y lo coloquial se sustenta en la
construcción ideológica homofóbica que tiene un peluquero frente al mundo gay
peluquero. El personaje se inventa una batalla; siente que los 90 han pasado y
que está frente a un nuevo paradigma, siente que su negocio de peluquero
heterosexual va a sucumbir y es ahí donde reflexiona sobre el tiempo y su
devenir, elabora un sindicato de peluqueros heterosexuales, elabora discursos
plagados de una moral trasnochada e ignorante, elabora arengas, refranes, para
sus compañeros, dicta un plan militar para acabar con esa plaga de “degenerados”.
Su discurso, que podría ser tan avalado por ciertas momias del poder, no es
escuchado porque sólo es un hombrecillo pasado de revoluciones, un sujeto solo
en un barrio periférico de una ciudad invisible, profiriendo gritos en el vacío
de la noche.
En el cuento Seis segundos, el autor nos muestra una estructura donde hay un
juego con la temporalidad. Es un viaje a través de la sicodelia de su
imaginación; transita por el Puerto Montt de 1965, sus ojos son comidos por
ratas, se sube a una embarcación, etc. Todo ocurre en seis segundos, mientras
va sentado en una micro y lee un libro de poesía y un ex compañero lo quiere
saludar.
Llegamos al cuento Perro;
una alegoría que simboliza la soledad de un hombre que, a través de lo
fantástico, se transforma en un animal para ser aceptado por una mujer. Hay
necesidad de alegoría en estos tiempos, extremar los recursos de la expresión,
contribuir a nuestra tradición narrativa, siempre apegada a la explicación de
lo real, atreverse a ejercitar estilos, pues si vivimos en la aldea de la aldea,
¿quién nos puede molestar en nuestra artesanía?
Al igual que el prologuista del libro, dejo para el
final uno de los cuentos emblemáticos del volumen, La lámpara de Kafka. A
través del recorrido de una lámpara se construye la conexión de las obsesiones
del creador del artefacto y de su último dueño, Kafka: el miedo a la oscuridad,
la constatación de que la luz en algún instante se apagará y nacerá en ese
momento la única verdad que existe y que
siempre queremos obviar, nuestra segura desaparición de la faz de todo lo que
hay. A través de este cuento la parodia del culteranismo y lo coloquial
establece un viaje, que parte desde el deseo de un electricista mediocre por
iluminar por siempre las noches de los hombres, hasta llegar a las manos de un
Kafka que a ratos, en sus desvelos, solía apagar la lámpara para contemplar la
ciudad en toda la negrura de su noche, una ciudad que no pretende dominar el
mundo, sumida en el delirio de todas esas ciudades inventadas en los cuentos de
Luis Herrera, que son delirios. Porque toda literatura en sí es un delirio de
dos polos: el delirio de la enfermedad de la casta pura y dominante y el
delirio salvador que resiste a todo lo que le oprime y que a la vez crea nuevos
lenguajes, el de la invención de un pueblo, el de una posibilidad de vida.
Celebro este primer libro de relatos de Luis Herrera,
porque con sus creaciones se atreve a otras posibilidades de un decir, que no
tiene que ver necesariamente con un habla regional recuperada, sino con un
devenir, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una
línea mágica que se atribuye a la oscuridad de un lámpara olvidada.
.
Librería
Lagar, Valparaíso, 10 enero 2014.
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