Presentación del libro “Todo cocido a leña”,
de Chiri Moyano
de Chiri Moyano
Por Bernardo
González Koppman
Ediciones Inubicalistas 2014
Un
libro breve pero intenso es el que nos ofrenda Cristian Moyano [1] en su último trabajo “Todo cocido a leña”. En su conjunto son 24 textos,
algunos apenas de cuatro o cinco versos, agrupados en tres apartados o
capítulos (“Sueños de barros”,
“Recuerdos de trigo” y “Vida de piedras”).
La escritura de
Moyano presenta rasgos distintivos, que la hacen peculiar en el concierto
poético chileno actual; a saber, resalta su simpleza extrema en la construcción
de las imágenes, todas arraigadas semánticamente al quehacer artesanal,
bordeando a veces lo prehistórico de la recolección, el arreo, el piso de
tierra y el arado de palo. Utiliza el habla de la tribu en su variante rural,
lo que nuestro autor se encarga de dejarlo bien claro y preciso; es el habla
del campesino pobre que resiste a la invasión de la vida moderna con todos sus
embelecos, modismos estos que pretenden despojarlo hasta del nombre originario
de las cosas que ama. Así construye esta obra, con una temática que nos
rememora a un tiempo pretérito donde los gestos humanos se enraizaban en los
sueños de las materias elementales [2].
En
el primer apartado, “Sueños de barros”, el autor
se sitúa con todos sus pertrechos en el territorio de su canto, Quebrada de
Alvarado [3],
y relee la historia en “versos escritos en la pared de abobe”.
A poco andar por esta propuesta el poeta nos despoja de un sopetón la mirada
paternalista, romanticona o escapista de lo rústico arcaico que representan
para los pijes citadinos las faenas humildes de su parentela. Creo que estamos
frente a un realismo sucio rural, como queda de manifiesto en el poema “Vives
en el campo”: “Todo no se puede en la vida. / Vives en el campo / pero igual
los gatos de mierda / se mean y cagan dentro de las casas”. Hay un dejo escéptico, aunque
no derrotista, en su visión de mundo; y es que no podría ser de otra manera,
dada la ambición desmedida de turistas y parceleros acomodados que le echan el
ojo a estas bellezas naturales para su afán y esparcimiento. Este cuerpo nos
instala en los motivos esenciales de su Poesía.
En el segundo
capítulo, llamado “Recuerdos de trigo”,
encontramos la hermosura de lo auténtico en versos rotundos, consolidando
definitivamente una escritura cocida a leña que trasciende con mucho el signo,
la grafía; así, al adentrarnos en estas páginas vamos reconociendo paso a
pasito vocablos llenos de significados y símbolos rupestres casi. Poesía de
alto vuelo hallamos en este singular libro donde Moyano, o el hablante, nos
pasea por la memoria viva de personajes que aún deambulan a
pata pelá con la
leyenda al apa. “Condenados”, “Huellas
de infancia” o “Costumbres”son
poemas que se incrustan en el paisaje y lo humanizan. Leamos de este cuerpo el
texto “Los almacenes”, como ejemplo de lo anterior:
“I) Los almacenes de pueblo se deshojan / como un sueldo mínimo
en un supermercado. //
II)Los almacenes de pueblo / te
saludan, / te fían, / te preguntan por tu madre, / te dan una yapa. / Los
supermercados / te piden el vuelto.” Moyano no ceja frente al abuso
del sistema neoliberal, que nos envuelve como manzanas en papel mantequilla.
Los invito a que reparemos en el poema “A la entrada de mi casa”,
que viene a ilustrar lindamente nuestras aproximaciones teóricas: “A
la entrada de mi casa / Jacinto armó un nido de pájaros / en una cantimplora de
barro / hecha por las manos de la humanidad / igual que la casa / la casa
que intenta tener su huerta / que intenta tener su viña / que intenta
tener las cosas de una casa / la casa de barro / que intenta ser casa / que
intenta vivir al ritmo de la casa // A la entrada de mi casa / Jacinto armó un
nido de pájaros”.
De este modo
parco, certero, al estilo de la poesía china clásica, donde el correlato
objetivo nos muestra cosas, entidades, seres amados en su dimensión histórica
atemporal, Moyano desenmascara el vacío existencial, la hipocresía y la
ambición grotesca del bárbaro invasor mercantilista [4].
Imposible no relacionarlo con “El poema de las tierras pobres”de
Jorge González Bastías, con Miguel Hernández, con más de algún poeta étnico,
con el primer Efraín Barquero o con el último Antonio Gamoneda.
En la tercera
parte del libro, “Vida de piedras”, nuestro
autor, al igual como lo plasmara en “Silbo de afirmación en la aldea” el venerado poeta de Orihuela, nos
despliega aquí toda una forma de ser campesino auténtico, toda una forma de ser
campesino, toda una forma de ser… En este conjunto despeja firmemente las
dudas, si es que aún quedara alguna, respecto a lo restituyente y definitivo de
esta Poesía en estado natural. Es una propuesta que nos interpela a vivir
inmersos en la verdad primigenia de lo elemental; es una respuesta estética al
existencialismo nihilista de hombres y mujeres contemporáneos, entes
desorientados, habitantes de un siglo XXI que se desbandan en tecnologías
galopantes. En “Doña Ramona” encontramos estos versos que vienen,
intuyo, a reafirmar lo dicho: “Con 93 años / vive en una casa de piso
de tierra / y un manzano vivo dentro de ella // Compara las estaciones del año
/ con su vida / en el ciclo del manzano”.
En uno de los
últimos poemas del libro, “Le pone el pecho Eusebio”,
expresa: “Le pone el pecho Eusebio / le pone el
pecho / con no vender su tierra / y seguir viviendo como vivían algunos
antiguos / sin patrón ni ley / ni que lo bajen del caballo / y lo mandoneen
como un perro / Le pone el pecho Eusebio / le pone el pecho”. Aquí se resuelve su queja y pasa esta
Poesía y toda su propuesta a una fase superior de toma de conciencia histórica.
He aquí una muestra de lenguaje poético en toda su plena madurez, como
representación del cabal conocimiento antropomórfico del contexto y las
circunstancias que lo constriñen y cuestionan como ser humano. El poeta
descifra en estos versos los motivos profundos de su canto y de su vida entera,
que no es otra que luchar por la tierra de sus antepasados para “seguir viviendo como vivían algunos
antiguos” y
defenderla contra viento y marea de la ambición desmedida de los afuerinos.
Creo que con lo
dicho ya es bastante, pero quisiera terminar estas reflexiones con un par de
ideas. Lo primero, reparar que con el hermoso poema “Viejos
campesinos, con el cual el poeta Moyano se empieza a despedir del
lector, nos lega toda una manera de enfrentar la vida y sus desafíos; es la
certeza de una existencia plena, humana, trascendente que se revalida en sus
manifestaciones culturales propias. Detengámonos un momento, por favor, a leer
este texto: “Árboles muertos de pie, cargando la cruz
de la nieve, / de viejas historias de palmatorias alumbrando la eternidad de
las malezas, / sabiendo que debajo de las piedras / hay un pequeño mundo mágico
/ en donde nadie es dueño de nada. / Y en la copa de la palma / saben que ahí
viven las águilas con las culebras, / desde esa cima dominan la campiña. /
Viejos campesinos / que se reúnen a la sombra engreída e indomable de la vieja
higuera, / sabiendo que a la vuelta de la esquina / está la muerte borracha
/ que tratará de conquistarlos / con un cacho de buey burbujeando en
chicha.”¿Qué más les podría faltar a estos lugareños para ser
felices, a pesar de los pesares? En esa pregunta están todas las respuestas, creo.
Y una segunda
cosita, para concluir. Les sugiero que fijemos el ojo atentamente en lo que
implica el rescate de la vida y sus expresiones cuando los objetos - y los
gestos - se hacen a pulso, y se cuecen a fuego lento, a leña, a chamiza, a
bosta. La plusvalía de esta escritura entonces se potencia, se dignifica, como
el buen pipeño de rulo zarandeado en coligue o cuando la tortilla corredora se
amasa en una cocina tiznada de la República de Andorra. Cristián Moyano ha
levantado su propuesta desde la marginalidad ancestral, que por callada y
humilde se ignora, plantando un árbol dentro de la Palabra; sin duda,
pretensión literaria novedosa, rebosando ese canon al que nos tenía
acostumbrado tanto texto seriado, cursi, hiperventilado, crudo. Y se agradece.
Quedamos,
entonces, más que complacidos con la lectura de “Todo
cocido a leña”. Poesía sincera escrita a la intemperie y plenamente
consciente del valor de resistir con el alma y con el cuerpo, con el silencio y
con la voz, a las apariencias estériles, a fórmulas vacías en lenguajes
amanerados, a signos o formas externas que a nosotros aquí y ahora no nos dicen
nada; aguachentas rúbricas y caracteres insustanciales, inexpresivos e
irrelevantes que nos acosan en Chile, por lo demás, desde hace más de 500 años
a la fecha. Toda una mirada honesta sobre la historia y sus gentes, como hace
un buen rato ya lo profetizara Arthur Rimbaud: “Avanzamos,
¿no será mejor retroceder?”. Eso.
Notas:
[1] Cristian Moyano Altamirano (Quebrada de
Alvarado, 1974) ha publicado en Poesía los siguientes títulos: Hace
siglos que no iba a la ciudad (1998), Taciturno (1999), Las
cosas de Magdalena (2002), Las
confesiones del caballero andante(2004) y El
olivar (2011).
[2] “Los temas de la poesía de Moyano han
sido a lo largo de sus libros el amor, la familia, la lucha por la
sobrevivencia. Todo ello en contraste con la irrupción del neoliberalismo, la
industrialización, la explotación, la extensión de las ciudades. Su escritura
está marcada por la resistencia frente a la pérdida de sentido de lo cotidiano,
proponiendo como respuesta el arraigo a la tierra y la dignificación del campesinado,
como también a la cultura callejera, al viaje como aprendizaje y su rechazo
total, pero lírico, a la brutalidad de un sistema que proclama la muerte de la
semilla, la venta de la tierra, el desprecio por formas de vida que se
desenvuelven en el sudor de la faena.” (“La
idea de arraigo en la poesía de Cristian Moyano”, ensayo inédito de
Felipe Moncada.)
[3] Quebrada de Alvarado se caracteriza como
un lugar de valles rodeados de altos cerros costinos, que por su parecido con
su símil europeo fue denominado “República de Andorra” por los acompañantes de
Pedro de Valdivia.
[4] “En estas tierras se repite el patrón
colonial: las mejores tierras de cultivo fueron designadas por “derechos de
usurpación”, reduciéndose progresivamente en el tiempo, mediante parcelaciones
y ventas; mientras que, por otro lado, los campesinos con menos derechos se
fueron instalando en las laderas de los cerros, como ahora lo hacen algunas
“parcelas de agrado”, claro que bajo la noción de lujo. En este último caso ya
no se trata sólo de tener un lugar donde vivir, además se requiere
compulsivamente de espacios rurales donde descansar, como si el enriquecimiento
de las ciudades a partir de la explotación de los campos no se conformara con
los bienes acumulados, sino que asimismo necesitara volver a “acercarse a la
naturaleza”; aunque esto signifique el desplazamiento de antiguos campesinos ya
arraigados a un territorio, bajo las promesas de dinero contante y sonante y de
un arcaico discurso de modernidad. De ahí la importancia de defender esa
heredad, aunque sea pequeña, de la ilusión de la venta; pues, para el capital
no es difícil ofertar una cantidad irresistible de dinero generando
desplazamiento campesino hacia la pobreza urbana, la cual, a su vez, tiene
otros matices indignos como el hacinamiento, la dependencia de los servicios,
el mísero salario y la exposición a la más cruda penetración cultural a través
de los medios que en el confinamiento urbano pasan a sustituir el horizonte.” (“La idea de arraigo en la poesía de
Cristian Moyano”, ensayo inédito de Felipe Moncada.)
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