El ronco sonido del lenguaje
Presentación de Pequeños Migratorios, de Claudio Guerrero
Presentación de Pequeños Migratorios, de Claudio Guerrero
el infierno no es
nada que se encuentre, aún,
frente a
nosotros, sino que es ya esta vida, aquí.
August Strindberg
En
otras palabras, y como una forma de adentrarnos en estos Pequeños migratorios, de Claudio Guerrero, cabría preguntarnos si ¿no
consistirá este libro en un intento de adelantarse al lenguaje al, más allá de narrar
otra vez un conjunto de sucesos, hacer visible aquello que se observa como carente
de lenguaje o en estado de omisión?, ¿ o será que toda exhibición pública tiene
como fin convertir los acontecimientos en archivos, en imágenes? Quizá lo que podemos
afirmar con cierta certeza es que Claudio deja ver que se narra como un modo,
no de aparecer en el lenguaje, sino de indagar en aquello que le precede y que traería
consigo el enmudecimiento de la conmoción, de un pensamiento compartido. O más
aún, de la acción por venir.
Así,
una propuesta de lectura para este libro es pensarlo, no como una
reivindicación sino como el sutil gesto de sostener, sin aspavientos
estrategias o cálculos, la historia de los vencidos; más allá del cliché, la
figuración política o cualquier tipo de asomo por parte de la figura del autor.
Volver sobre la historia y pensar una época cuyo lenguaje fue cobrando vida al
mismo tiempo que nosotros, o tal vez en nosotros mismos como testigos de una
unión ficticia basada en la violencia, o como niños que observábamos a padres y
abuelos siendo partícipes de una historia que no deja de venir y que nos legó una voz interminable al decir de Piglia,
que nos invita, más allá de respetar el luto ante las víctimas, a no aceptar lo
ocurrido, y comprender que a través de la reiteración de las imágenes o testimonios cuyo cobijo es el lenguaje, debemos
hacernos cargo del futuro que ellas proponían y que el libro deja ver a través
del paso del tiempo. Esto implica, entre otras cosas, no aceptar de modo alguno
la concepción de vivir para la muerte, como tampoco olvidar, que más allá de
toda categoría y condición, lo que persiste es un enemigo que piensa su
estrategia mientras se dedica a administrar, y que siempre dispondrá de sujetos,
cito a Claudio
Con la
seguridad de manos
de quien está
dispuesto a disparar.
Es
así que a través de cuatro secciones nuestro pasado reciente se convierte en la
sombra que se mueve sobre el muro, a través de un lenguaje contenido, que nos permite
sentir o tal vez imaginar la profundidad de los sonidos que preceden al
lenguaje. Constituyéndose así en una escritura que no pretende detentar sino la
posibilidad de conmovernos ante los tiempos que, oscuros, han configurado una
lengua que permanece en las ruinas que siguen desapareciendo. Una lengua cuya
posibilidad consiste en hacernos partícipes de un diálogo, o incluso más, en los
intentos de volver sobre el inalcanzable futuro que nuestros muertos nos
legaron. En este sentido, el deseo o futuro que cada lector pueda encontrar en
este libro no lo convierte a éste en la descripción hermética de una utopía o en
el contenedor de grandes relatos,
Está todo
vendido
también
nuestros sueños
nos
señala a través de uno de los personajes que pasaron por Villa Las Ánimas, espacio
que nos trae a la memoria los innumerables centros de tortura que operaron en
todo nuestro país. Es más, y como un dato del que poco importa si fue definido
por el autor o resulta una coincidencia, en la décima región hubo un retén de
carabineros destinado a dichas funciones, cuyo nombre era Las Ánimas.
Si decimos
que en la casa tomada duermen
Cuidadosamente
las cartas y
pergaminos
fotos con
reyes europeos
y carísimos
libros de genealogía
es porque en
la casa abandonada duermen
los secretos
papeles que ocultan los violentos crímenes
fundantes.
Es
importante destacar que los hechos que Claudio incorpora no se restringen sólo
a la dictadura, más allá de algunos pasajes; no es una poesía situada, he ahí
entonces su gesto de sombra ondeándose en un muro. Porque deja ver que la
historia de este país, o mejor dicho de este gran fundo, no ha dejado de
repetirse desde sus orígenes, ante la resignación de un país, que se divide
entre los violentamente amordazados y los que, en un completo abandono al
pensamiento, deciden ignorar los acontecimientos. No por ello este libro realiza
un juicio o distingo entre el enemigo, los cómplices y la sociedad en que a
algunos nos tocó crecer. Claudio se limita a exhibir aquello que tal vez ha
pasado desapercibido, coincidiendo así con el filósofo Sergio Rojas, quien
propone recuperar visibilidad por sobre
la visualidad. Algo así como un llamado a ver las ruinas y no usarlas como
imagen arquetípica de aquella noche
eterna que señalara el poeta Ennio Moltedo. En otras palabras, no olvidar
el deseo de revertir la clausura o el agotamiento de lo humano con que carga un
lenguaje que se ha forjado en la barbarie y el nihilismo.
No vaya a ser
cosa que la lluvia
también moje
la memoria,
nos
advierte, ante lo cual nuestra respuesta no podría ser otra más que callar y asumir
la historia como parte de nosotros, porque no es el lenguaje el que soporta el
peso de los hechos. Su función aquí es preservar, pero sin la ilusa idea de la
eternidad, buscando una conmoción que tensione las estrategias de la muerte. Constatar
la lucidez del horror sin abandonar la incomprensión que nos genera y que desde
ciertos espacios de la academia se intenta presentar como algo a comprender. El
poema se transforma en cierto modo en un refugio para espíritus dañados, pero tan
lenta y sutil es la forma en que lo notamos, que no deja de resultar un gesto
tardío.
Un
aspecto fundamental en este libro, por muy burdo que pueda parecer, es el hecho
que las palabras dicen algo, y más allá si aquello es o no verdad, dicho
significado les da la posibilidad de permanecer libres, sin pertenecer a
espacio alguno. Librándose de paso de una lírica que permita a la verdad
insertarse en la sociedad, sin tener que adecuarla al contexto de los tiempos mediatizados
que vivimos. Tal vez esta sea la manera en que el lenguaje humildemente nos
devuelva una experiencia. Como Kafka señalara, a veces hay que comprender La imposibilidad de escribir de un modo
diferente. En el fondo, volver a la idea que la poesía dialogue con el
mundo y, más allá de los motivos, no se vuelva sobre sí misma solamente. Aunque
es preciso señalar que no es principalmente la ausencia de diálogo, como podría
suponerse y deja ver el libro, o como en parte sí lo es, sino más bien la
constancia del mismo lo que ha ido constituyendo este país. Los burgueses sobreviven como fantasmas anunciadores
de calamidades, señaló Adorno, y tal vez Claudio presienta los anuncios
como un largo viaje de la elocuencia a la
mudez, o al estupor de seguir viendo, esparcidos entre las ruinas, los
fragmentos del huevo de la serpiente.
Finalmente
me gustaría señalar algo un poco al margen de lo presentado en este breve
texto, y que me resulta interesante porque distingue a esta escritura, pese a
todo lo que nos enseña en términos de imágenes y contenido. Esto es: el
silencio y la tranquilidad que en ella podemos encontrar, sin que aquello
implique frialdad o distancia en el uso de una figura como el narrador. Lo que no
deja de recordarme unos versos de Pier Paolo Pasolini,
con la
conciencia de un pájaro herido
que
dulcemente muriendo no perdona.
Y
quién sabe, quizá en el agónico canto de ése pájaro o en un largo silencio en las paredes que Claudio pudo percibir, encontremos
el silencio ronco del lenguaje. No lo sé.
Valparaíso, verano del 2015
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