por Bernardo González Koppmann
“Para exigua vida / de este pájaro
es suficiente / un poco de música /
del matorral
y el vino rosado del crepúsculo”
Alejandro
Lavín
La obra
poética de FMM (Quellón, 1973) ha venido construyéndose silenciosa y
pacientemente desde “Irreal”, su primer título publicado el año 2003, hasta
“Mimus”, editado en un ya pretérito 2013. Exactamente 10 años de trabajo
literario que el autor quiso celebrar elaborando un extraño volumen por su
levedad y la rara belleza de su propuesta poética, escritura que me he atrevido
a reconocer como "arcaica" en el sentido clásico de la palabra. Hoy,
en enero del 2015, su último trabajo literario finalmente emprende vuelo más
allá de las manos del autor como un hermoso objeto libro, ilustrado además
acertadísimamente por el maestro Chanchán Olibos. Se trata de una breve pero
sustanciosa obra donde el poeta congrega sus textos escritos “a todo imperio”
(1), como dicen por estos lados. Hablamos de “Silvestre”.
Alguna vez
escribí la siguiente reseña sobre la poesía de FMM, reunida en una pequeña
antología para una revista electrónica que me solicitaron desde México. Esto
hace ya su par de años. Vamos viendo:
“Desde la
marginalidad concreta de sus afectos - lo rural, la metafísica del barrio, la
naturaleza, los poetas de sus coincidencias, la cultura decantada por el gesto
humano, Felipe Moncada ha construido un lenguaje poético autónomo que se ha de
mantener vigente por varios movimientos telúricos y literarios más, en esta
larga y angosta costra volcánica llamada Chile. Su escritura se sustenta ética
y estéticamente en la construcción del texto a partir de una experiencia
personal real, experiencia que en el caso de Moncada perfectamente se puede
reducir a una gota de rocío colgando de una aguja de pino, a una pisada de
codorniz en el trumao, a la sonrisa de una preñadita o, contrariamente, se
puede expandir a una galaxia sin nombre todavía, a un poeta chino milenario, a
las profundidades de los mares griegos e, incluso, al silencio artesano del
porteño, del maulino o del chilote que vaya a donde vaya nuestro poeta siempre
lleva muy adentro. Felipe Moncada coge estos materiales líricos cual si fuera
un sobreviviente que retirara restos de un naufragio - maderos
apolillados, diarios de viajes, astillas de mangos de herramientas - y con
ellos enciende una hoguera en medio de la nada, como un antiguo dios
romano, iluminando la noche cósmica del desamparado después de haber
atravesado como un apátrida el río Babel. Sus poemas permanecerán en la memoria
literaria de éstas y otras latitudes por la elaboración de imágenes
donde los componentes contrarios producen la síntesis inusitada que
confiadamente anida en versos libres tatuados en arcilla, adobe o
tronco seco; perdurará esta voz silvestre por la precisa entonación del
ritmo de los encabalgamientos; por la propuesta antropológica y panteísta de
hallazgos que no rehúyen la intertextualidad de los doctos ni el canturreo
amerindio de campesinos ebrios. Poesía necesaria que fluye espontánea por su
génesis y sesuda por su oficio, la cual nos ampara como pirca o barcito
místico de rincón pueblerino, espíritu del valle, certeza de una belleza
sincera, sólida, contundente, fundacional de un modo de ser poeta en medio de
la hecatombe que tanto se extrañaba en la actual poesía del cono sur del
continente”. (2)
En la
tradición crítica de la poesía chilena el arcaísmo se ha aplicado en forma
peyorativa para denominar un lenguaje anacrónico, el empleo de temas, tópicos y
vocablos en desuso o fuera de época en los centros de poder cultural, léase
grandes ciudades donde se consagran los cánones en boga. “La palabra arcaico
viene del griego archaikos y significa antiguo, relativo a los primeros
momentos o tiempos de algo”. (3) En el caso específico de la poesía de Moncada
el significado del concepto se invierte y viene a representar el ejercicio
mayor de su escritura; se salta las esquematizaciones academicistas que se
hacen en torno al fenómeno literario culterano y va a enraizar su poesía en la
cultura pretérita, oral, campesina, vernácula, autóctona, primigenia, genésica
cultivada, por lo demás, desde siempre en la historia de la humanidad.
En este su
estilo inconfundible FMM se relaciona sin aspavientos con las grandes
tradiciones de la poesía oriental - persa y, especialmente, china -; con las
leyendas nórdicas y los monjes que cultivan el tono menor en los monasterios
irlandeses; atraviesan por sus versos las Florecillas de Francisco, el
minimalismo nipón, la franqueza del siglo de oro y el exteriorismo rural
centroamericano. ¿Cómo no reconocer en esta poesía a los migueles hernández de
todas las latitudes y continentes? Estimo que Moncada, en este poemario, se
sale de la tradición poética chilena, al igual que Gustavo Becerra con su
monumental “Tolonei”, y va a la prehistoria del lenguaje donde los mitos y
ensoñaciones de la materia aún permanecen incólumes, para construir una poesía
original que hoy por hoy nos tiene lindamente desorientados.
Refiriéndonos
a “Silvestre” diremos que es un conjunto de 45 textos, en su mayoría ellos
poemas breves, intercalados con algunas escasísimas y oportunas prosas. El
libro, sin dudas, es un homenaje póstumo a Alejandro Lavín, el querido y
entrañable Monje de Vilches Altos fallecido sorpresivamente por un cáncer
galopante en el 2012, maestro y amigo señero de Felipe. Esta es una poesía
definitivamente "arcaica", donde el autor de tales artesanitas se
fusiona con los elementos naturales y sus criaturas halladas en los diversos paisajes
por donde traquetea con su bolsón al hombro; sabemos que Moncada es un
entusiasta estudioso de Gastón Bachelard, pero además un explorador que se
solaza entre flores, pájaros, volcanes, astros, arroyos, semillas y,
principalmente, con los gestos humanos fraternos y sencillos de los hombres que
se empeñan en vivir en comunidades rurales, alejadas del tráfago y su palabra
mentirosa.
Sería bueno
que leyéramos un poema de Moncada para cachar mejor de qué estamos hablando.
Voy a transcribir “Manos de memoria”, dedicado a Filomena Manquepi, abuela
pehuenche que vive en Butalelbun, Alto Biobío, donde alguna vez nos refugiamos
en su ranchito de la lluvia: “De dónde aprendió el oficio? / De pura
memoria, dice; / de los murallones coronados de pehuenes, / de los cardos y
los dos metros / de nieve; de ahí, de lo que me acuerdo. // Si en el
silencio del fogón, lentamente, / se urde la geometría del azul, / la flor
silvestre de los barrancos, / la esbelta fragancia del poleo, y si el viento /
se pudiera tejer, el balanceo / de los grandes sauces, / sería también de pura
memoria”. (4)
Son
innúmeros los poemas y versos donde uno se detiene conmovido por la sencillez y
profundidad de las imágenes, y prácticamente nos quedamos callados por mucho
rato con sabores, sonidos, texturas y múltiples colores en el alma para
darles vueltas y vueltas en medio de la experiencia del latido reciente, como
una llaga que sangrara ante el revoloteo de los cóndores. Abismados nos deja
esta belleza rara, anacrónica, atávica, desusada, que el poeta voltea, digo,
como un calcetín para hacerla nueva, inédita, puesto que su palabra se hizo
carne ante el soplo de lo invisible. San Juan de la Cruz llamaba lo Invisible
al creador de todas las cosas. Estamos en presencia de imágenes sensitivas, como
ya vimos; metáforas visuales, táctiles, olfativas, al decir de Carlos Bousoño,
donde el autor se sumerje con toda el alma y el cuerpo en busca del hallazgo.
(5)
Reitero, el
Monje Lavín nos anda penando por estas páginas; nos sale al encuentro a cada rato
su estampa de anacoreta contemporáneo que capea la incomunicación -de la
que nos hablara Rodrigo Arroyo en su último trabajo- uniendo léxicos de todas
las cosechas lingüísticas. De una manera parecida, aunque más apertrechado de
artefactos modernos como un científico ambulante, FMM se adentra al descampado
provisto de bototos, cámara digital, MP3, su lápiz y una libretita manchada con
gotas de vino El Aromo; capta vuelos y gorjeos, conejos y concones, pétalos y
estambres, dignos de un abate Molina o un Darwin trepando La Campana. Ahora
entiendo porqué Moncada es profesor de Física; para desmenuzar la materia,
sacarle la luz y crear un nuevo ser en el poema.
Por todo lo
dicho, pienso que la decadencia en la poesía chilena establecida por el canon
centralista aún no toca fondo. Nos alejamos de la herida abierta y caímos al
concepto sin haberlo vivido. Así, igualmente pienso que cuando FMM reúna su
obra, la edite y la publique entera, íntegra, ahí me sacaré la chupalla ante un
poeta chileno sub-40. Él reúne intemperies, dolor humano, ciencia minimalista,
pudor cósmico, lenguaje culto y oralidad popular... Por ahí, creo, va la hebra.
Notas:
(1)
Expresión campesina popular maulina que se refiere a estar “a la intemperie”.
(2)
Bernardo González Koppmann. "La poesía de Felipe Moncada."
Cantos del Bastón. Ed. Bernardo González Koppmann. Talca, Chile: Editorial
Poetas de América. 12 de marzo de 2010. < http://poesia-maule.com/revista/poeta/cronicas/article_120.shtml >
(4)
De “Silvestre”, Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2015. Página 21.
(5)
Carlos Bousoño, “Seis calas en la expresión literaria española”. Editorial
Gredos. Madrid, 1951.
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