Ediciones Inubicalistas. Valparaíso,
2013
Por Jaime
San Nadie
Keith Duncan, poeta gringo, muerto a
la edad de 41 años por una sobredosis de scriptomicina, o por una electrocución
casual, o por ambas, la verdad es que los datos de su vida son oscuros y los de
su muerte aún lo son más. Una voz paródica de la violencia rural
norteamericana, o un exponente real de ella, tampoco lo sabremos, de él solo
tenemos unos cuantos poemas que son testigos mudos de una existencia difusa, a
partir de referencias también difusas. Como señala Mario Verdugo en el prólogo del
libro: Duncan creyó (a la manera de
algunos poetas ecfrásticos, objetuales y performáticos) que la justificación
social de la literatura pasaría forzosamente por las referencias a las demás
artes y sobre todo a la música “indie”. De ahí que la estructura reiterativa
de las canciones sea el pilar fundamental de sus composiciones, la búsqueda de
matrices que reiteren el contenido, como si se tratara de un juego de
combinaciones, en que lo dicho puede ser recalcado de distintas maneras, enfatizando
el mensaje como recurso narrativo.