LA VOZ QUE SE GUARDA
sobre plaquette "Ferrocarril Belgrano"de Jorge Polanco
por Rodrigo Arroyo
sobre plaquette "Ferrocarril Belgrano"de Jorge Polanco
por Rodrigo Arroyo
Quien profundiza el verso muere
Maurice Blanchot
Una poética que señala la incertidumbre en su recorrido, más allá de exhibirse como una escritura tautológica, lo que hace es imitar el gesto de Orfeo. Esto es: llevar en la escritura, en (de) la mano, el objeto del deseo y la pérdida, a Euridice. Pero, esta poética sabe, igualmente que Orfeo, que de voltear y profundizar en él/ella, como señala el epígrafe que abre esta reseña, no queda otro camino sino la muerte.
Así, lo que Jorge hace en Ferrocarril Belgrano (Ed. Inubicalistas 2010) es exhibir en sus poemas una suma de contraseñas que le permitan seguir ahí, vivo, aguardando una respuesta / al otro extremo de la cama.
Esta plaqueta, además, es de una oposición formal respecto a su primer libro de poesía, Las Palabras Callan (Ed. Altazor 2005). Porque ya desde esa publicación Jorge desarrolla un habla desde la contención que linda con la mudez. En su primer libro entonces, no era exagerado leer aquello que el lenguaje es la casa del ser, y que filósofos y poetas son guardianes de aquella morada enunciado por Heidegger, en los poemas y la poética del libro. Ahora en cambio, y ya desde el poema inicial, Cuarenta años, la brevedad se invierte en extensión, pero, al igual que en la extensión, que es una de las operaciones de superposición que constituyen lo simétrico, la poética no varía cuantitativamente si pudiéramos decirlo de este modo. Es que, más que otra cosa, un viaje entre un punto y otro, entre la contención y la extensión, lo que persiste como sentido subterráneo, o densidad, es aquello que puede ser señalado a través de un sujeto que habla y un sujeto hablado por el lenguaje, narrado, observado. Así, este poema (Cuarenta Años) podríamos emparentarlo, en términos descriptivos, con la novela familiar, que con su carga psicoanalítica describe la escena de origen como un espacio en el cual el lenguaje sigue siendo la casa del ser, pero ahora no hay guardianes: a estas alturas no fuiste lo que te destinaban; dice Jorge, señalando a la ruina y a la depresión, digámoslo, post-alienación, como interruptores de aquella tarea de guardianes. Aunque también podríamos pensar en un desencanto post romanticismo el que encuentra y no cabida aquí, porque más allá que la lectura de estos poemas sea en parte puro pesimismo, existe la posibilidad que puedan ser leídos como un acto invocatorio; existe una presencia que permitiría ver lo perdido como una posibilidad remota y no como lamento, no en espera de recobrarlo: ¿Cómo decirle a tus hijos que has deseado revertir / todo ese rencor en amor hacia ellos, / pero que apenas puedes contigo, / en esos instantes de lucidez / cuando abrazas un vaso de alcohol antes de dormir?
Ahora bien, dentro de una oposición, ahora más profunda que meramente formal y que alude a esa distancia entre un punto y otro representados por el paso de lo contenido a lo extendido, el poema, en Las Palabras Callan, mantiene en su fragilidad enunciativa un aura que podríamos señalar en el encuentro con la posibilidad –breve- de lo incierto, mientras que en Ferrocarril Belgrano ya no es tal producto de la narratividad que el poema se permite. Y esta narratividad, más allá de estar en un presente que no deja de volver hacia el pasado, deja ver entrelíneas una expresión apropiativa más amplia del tiempo que se narra, nuestro tiempo. Para dar claridad a la importancia de tal expresión, cito a Martín Cerda:
“La expresión nuestro tiempo, arrastra en cada ocasión que se la emplea, una referencia diferencial, polémica o despectiva a todo otro tiempo que no sea el nuestro, y sugiere, de este modo, la existencia de una ruptura o quiebre en el curso del tiempo histórico. Esa ocasión puede ser, con alguna regularidad, tan desgarradora que sólo permite vislumbrar a nuestro tiempo desde la perspectiva que ese mismo desgarro impone.”1
La ruptura a la que Cerda alude es en Ferrocarril Belgrano la de una experiencia fisurada, dejando ver que todo aquello que ocurrió es lo que vemos en un cuerpo, en un presente que no es sino el acontecer de una ruptura mayor, como es señalado en el poema homónimo de esta plaqueta: No es posible el escepticismo / después de la evidencia de las torturas.
La noción de realidad entonces, o más bien, la noción de experiencia es visible a partir de una utilización de nuestro tiempo, con una mayor densidad de sentido. ¿Cómo así? Creo que la respuesta sería comprobar en la lectura de estos tres poemas, que no es la voz que se exhibe y señala un mundo la que deja ver una verdadera poesía de la experiencia, cuya principal diferencia sería que en esta última la voz se queda dentro. Con un libro que diga algo más que palabras, / resquebrajando la voz, señala el mismo poema. Esta forma de entender la voz quedándose dentro es parte de la poética de Jorge y que, como señalaba anteriormente, se desarrolla con mayor rigor en su primer libro. Pero si nos fijamos más detenidamente en esa voz que se guarda, y la noción de poesía experiencial, lo que persiste de modo subterráneo es la noción de testigo, de alguien presenciando. Y tal vez a partir de esa figura resulte legible pensar en estos poemas, como señalé al inicio, como evocatorios.
Escribir de modo tal que no te puedan tachar.
Más allá de las distancias o diferencias entre los tres poemas de esta plaqueta, hay algo que une estos momentos de escritura; y es que en ellos la incertidumbre alcanza la profundidad necesaria como para ir forjando capas de escritura, que a su vez ofrecerían capas lectura, de sentido. Como si los poemas dejasen la posibilidad de encontrar, de ver, el territorio desde el cual una mano señala la ruina, o una escritura solitaria en la cual el lector se acompaña de su gesto individual y aislado, melancólico, el cual sería imposible de tachar, de verle cuerpo.
Me gustaría finalmente señalar, más allá de la lectura de esta plaqueta, y aún más ahora, en nuestro tiempo quizá, que fuera del estímulo en la lectura de estos poemas, puedo ver venir, mediante el encuentro de las palabras, en un saludo a Jorge, aquello que enunciara Paul Celan: No veo ninguna diferencia entre un apretón de manos y un poema.
Notas
1.- CERDA Martín, La Palabra Quebrada (Ensayo sobre el ensayo), Tajamar Ediciones, Stgo. 2005, pp. 135.
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