por Ismael Gavilán
En la última década la poesía escrita por mujeres ha aumentado exponencialmente en diversidad y calidad. A los ya canónicos nombres de los años 80 como Verónica Zondek, Soledad Fariña o Elvira Hernández, se han ido agregando al repertorio indudables voces de importantísimo valor como pueden ser Nadia Prado, Malú Urriola y Alejandra del Río, entre muchas otras.
Dentro de las generaciones más cercanas, aquellas que bordean la treintena, el circuito se amplía de modo vertiginoso: Paula Ilabaca, Marcela Saldaño, Ursula Starke, Julieta Marchant y así un suma y sigue.
En nuestra zona –este Valparaíso imaginario y transterritorial que no la mera ciudad de nostalgias ajenas-, aquel ritmo de aparición y producción se ve avalado con la misma intensidad que vemos desplegarse a nivel nacional: Ximena Rivera, Catalina Laffert, Ximena Escudero han escrito y siguen escribiendo lo que a mi juicio se constituye en una obra diversa, multifacética, multidiscursiva y sin temor a experimentar, revisitar la tradición o explorar la sima subjetiva de la imaginación y el lenguaje. Pero sin tregua ni descanso, la avalancha de nombres y publicaciones se multiplica audazmente, encarnando en las escrituras de Karen Toro, Florencia Smiths, Marcela Parra y Daniela Giambruno, entre varias otras. Nadie hablaría de estancamiento o limitación, nadie se referiría a escasez o avaricia: la poesía escrita por mujeres ya es un dato de realidad, un espacio de respiración generoso y diverso y donde las distintas moradas que ofrece, se manifiestan en una riqueza expresiva e imaginaria.
Pues bien, es en este contexto de pluralidad donde me parece que los poemas de Valentina Osses que comienzan esta noche su circulación pública, adquieren un relieve de significación adecuado. Perteneciente a una de las hornadas más interesantes de la joven poesía porteña junto a Andrés Urzúa, Natalia Rojas y América Merino, Valentina se adentra en la aventura de la publicación de manos de una de las iniciativas más relevantes del último tiempo: Ediciones Inubicalistas. Así lo muestra la intensidad de su trabajo, el tesón de su propuesta, la calidad en tanto objeto de sus libros, su certera política de difusión de singular originalidad y con una conciencia crítica que les permite tomar distancia de los avatares más promiscuos del actual “mercado” microeditorial que se cierne en nuestra pequeña sociabilidad literaria. Es de esperar que Ediciones Inubicalistas, haciendo eco a su vocación juguetona y surrealista de aparecer “desapareciendo”, siga entregándonos textos de calidad y densidad siempre necesarios para los lectores interesados en la poesía como arte que no como mero pretexto de exposición de mal gusto.
Nimbo es el nombre bajo el cual Valentina reúne sus poemas, proponiendo al lector una encrucijada de sentido, avalada por los múltiples vericuetos de referencias que a modos de leit-motiv, recorren sus textos: poesía que se vuelca en un ejercicio reflexivo sobre su propia condición de escritura y que muestra en aquel gesto un arriesgado decir que se instala en las puertas de lo posible: “no puedo hablar de otras palabras porque nunca las hubo, sólo objetos en continuo ruedo”. Las palabras como objetos, no como representaciones reflejas de realidad. En Nimbo lo que parece existir es una indagación sobre las posibilidades mas que sobre las certezas asumidas. De ahí es que creo apreciar en la densa filigrana de su textualidad, un esfuerzo , no para comunicar, sino para evidenciar la fractura de toda experiencia comunicativa, ¿silencio acaso?, Pienso que no, pues la alusión permanente en esta escritura a una riqueza lingüística de diverso cuño –opciones que se manifiestan en un repertorio léxico entre rastrojos de una textualidad teórica, con remedos de lo cotidiano y la asunción del cuerpo como espacio de configuración de una subjetividad fragmentada pero no menos gozosa- mostraría que ese silencio, tentador, pero inocuo, es más que una salida, la clausura de esa misma búsqueda de salida. Y con esto no se trata, pienso, de aventurar una visión a priori de lo que sería una decantación del sentido, sino más bien una especie de oscilación entre presencia metafórica y cuerpo en torno a la sed misma de realidad que estos poemas aceptan y ponen en entredicho una y otra vez. Ensimismamiento probablemente, pero que es productivo en la aceptación de toda artificialidad como marca de producción cultural: “Evidencia, insinuación, reescritura, condensan el lugar donde se aglutina el quiebre”.
Si no estuviera tan usada y tergiversada entre nosotros por sus usos y abusos, el concepto de “aura” que Walter Benjamin utiliza para referirse a una comprensión premoderna de la experiencia con los objetos materiales, sin duda podría sacarse un rendimiento interpretativo interesante al pensar en el título de los poemas de Valentina en relación al texto benjaminiano al que hago alusión. Es que es posible atisbar en estos poemas un intento de aprehender esa experiencia ya ida, ya difuminada, como queriendo traerla a lugar en el sólo hecho de poder decir la representación, en el solo hecho de poder enunciarla: “El aire, ¿quién dijo que los signos significan el orden los signos? Vista ignífuga, el descenso del ojo”.
No pretendo cercar las ricas variables interpretativas que se desprenden de estos poemas. Me parece suficiente insinuar en estos apuntes, algunas marcas de posibles lecturas. Pero sin duda, Valentina con Nimbo hace una propuesta poética de alta densidad y riesgo: el querer trasuntar como escritura las posibilidades –precarias, agónicas, utópicas- de esa misma escritura en una época y contexto como el nuestro, ágrafo y espectacular.
Valparaíso, abril, 2010.
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