jueves, 11 de noviembre de 2010

Presentación

Sátiras de Víctor Hugo Saldívar
Por Andrés Arce Olate

Iº feria del Libro Valparaíso, 03 de noviembre, 2010

Buenas tardes y bienvenidos a esta presentación porteña del libro “Sátiras” de Víctor Hugo Saldívar, libro publicado dentro del catálogo de las Ediciones Inubicalistas. Libro que como su autor, ha sido cosido y hecho a mano.
            Antes que Víctor nos lea algunos pasajes de su obra me tomaré la libertad de exponer algunas ideas sobre el libro, sobre su título y sobre su autor.
            Quiero partir con lo siguiente:
En su Nacimiento de la Tragedia, Nietzsche cita una anécdota vinculada al Sileno, acompañante y prosélito de nuestro caro Dionisos, que me gustaría en este momento compartir. La copio y dice así:

Según la antigua leyenda, el rey Midas persiguió durante largo tiempo en el bosque, sin poder alcanzarle, al viejo Sileno, compañero de Dionisos. Cuando al fin logró apoderarse de él, el rey le preguntó qué cosa debía el hombre preferir a toda otra y estimar por encima de todas. Inmóvil y obstinado, el daimon permanecía mudo, hasta que por fin, obligado por su vencedor, se echó a reír y pronunció estas palabras: ‘Raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor, ¿por qué me fuerzas a revelarte lo que más te valiera no conocer? Lo que debes preferir a todo es, para ti, lo imposible: es no haber nacido, no “ser”, ser la “nada”. Pero después de esto lo que puedes desear es… ¡morir pronto!’[1]
           
Leída ya la anécdota es preciso aclarar que esta presentación nada tiene que ver –digamos, explícitamente- con el nihilismo y mucho menos con la obra del valioso filósofo alemán. Más bien quisiera ensayar una modesta reflexión sobre esa carcajada que resuena imaginariamente, que no está escrita en la anécdota, pero que sin duda a todos los que ahora la conocemos nos debe sonar como un trueno. Reproduzcámosla, contagiémonos de ella. Seamos unos interrogadores bebidos y tambaleantes que atónitos frente a la imprevista respuesta del Sileno estallan en lágrimas de risa; si no, ¿qué? Les pregunto ahora a ustedes, ¿llorar de miedo como los pusilánimes? En esta carcajada está contenida la vida, damas y caballeros.
El carácter de lo efímero –que los poetas griegos arcaicos simbolizaron comparando a los hombres con las hojas- le otorga un motivo de burla y de escarnio al Sileno nutrido de lo terrible, de lo aciago, de lo insignificante de la condición del hombre.
La sátira, esta forma poética de reír, es un reflejo de lo efímero, pero también de lo terrible que en la escala humana está representado por la continua condena de ir de decadencia en decadencia, como las estaciones señalan. Si no, mirémonos. Los vuelvo a interrogar: Usted que está en primera fila ¿Qué es lo que más odia de la actualidad? ¿Cuántos realizan un trabajo que detestan? ¿Cuántos están en contra del orden político actual? ¿Cuántos ven grabada en el rostro de la gente una catástrofe pronta a acaecer y frente a todo eso están conscientes de su impotencia? La cajita de Pandora nos entregó muchos males. Habría que morir pronto, y muchos lo consideran correcto, pero el resto ríe.

Ahora cito algo que dijera Felipe Moncada, uno de los editores, sobre el libro y sobre el autor que nos reúne:

Invocando a pájaros y plantas ha establecido un diálogo interno, que le permite organizar un cosmos que dialoga con las pequeñas cosas, encontrándoles un sentido y un gozo por vivir, aún en las circunstancias más adversas.

Es desde esta perspectiva que comento el libro “Sátiras” de Víctor Hugo Saldívar. Con la sombra de la demagogia del presidente, la demagogia de los alcaldes y demás políticos que, parafraseando a Hesíodo, no son más que devoradores de regalos. El sistema -como si acaso nadie lo viera…-, favorece a unos pocos, el trabajo es una lucha por la vida o la muerte, y el poeta nos anuncia sus programas de gobierno y proyectos comunales con una mezcla de crítica y fantasía. Nos hará repensar la sociedad y sus bufones: la educación, la intolerancia, la injusticia; en Chile y en el otro mundo.
Hay aquí, más allá de lo formal –que ya destacara Moncada, por ejemplo, en las alusiones al auditorio-, la herencia de la juglaría que canta la gesta anacrónica del antipoeta, del antihéroe, que tiene el poder de reírse de la realidad transformándola, como las Mocedades de Rodrigo que, agigantando la fama del héroe, no se contenta sólo con la victoria sobre los moros, sino que de forma fantástica lo hace conquistador de Francia, del Imperio Romano Germánico y vencedor del Papa, siendo así previsor acaso del cisma de occidente. Es quizá de esa Francia conquistada por el Cid fantástico de un poeta anónimo que viene este bardo, este loco –discúlpeme el autor el calificativo, no quise ofenderlo-, este cantor de lo popular que bajo la voz del pueblo
–a propósito del pueblo, me permito un paréntesis: el pueblo no es tan huevón como parece a través de la voz del juglar-
digo, el cantor, el juglar, que bajo la voz del pueblo se diluye en la anonimia, porque a través de él hablan los maestros chasquillas, los pichangueros, los jornaleros, los huasos…  Tan colectiva es su voz.
La anonimia se calienta contigo, Víctor Hugo, no quiere que existas realmente, la musa trató de disolverte. Por suerte te presentaste acá, si no, la gente creería que es un chamullo mío todo esto de la sátira. O peor, que la sátira es la presentación y que el libro se desgaja en blancas páginas. Por favor, señores, ha terminado mi tiempo, ahora es el turno del autor.


[1] Nietzsche, F., El Nacimiento de la Tragedia, Ed. Porrúa, 3ª Edición, 2006, Pág. 25.

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