sábado, 14 de julio de 2012

CATACUMBAS

Donde la palabra se hace tierra y semilla, de Bernardo González Koppmann 
por Natalia Rojas

Esta obra me tradujo el silencio, la llama, la tensión de lo real que aqueja y lo real de adentro. A esta Catacumba (Ediciones Inubicalistas, 2012) entran los amigos, los recuerdos, la naturaleza, estos son el espacio del pastor, del callejero, el testigo, el muerto en risa/en aullido y el inmerso de la quietud. Es una insistencia a no perderse sin el recuerdo, si te pierdes y no recuerdas te haces “Paco” porque “aprieta[s] el puño, suda[s]/ y avanza[s] contra todo lo creado”. No, por favor, resistencia. Se prohíbe olvidar la “Leyenda” y no mirar a la muchacha que adorna la cuadra, que adorna el juego de palabras de Bernardo González Koppmann (Talca, 1957). Se prohíbe en la Catacumba entrar sin botánica, no puedes entrar si no descifras el enigma, cuan Edipo que entra a todas las mujeres, así se llega al entierro de las palabras de afuera, que es la victoria para las de adentro.

“Lo que hoy parece exageración era entonces la medida de la realidad”1 dice Barthes en el ensayo Escrituras políticas tan agudo como los epigramas de Barrio cívico donde la palabra se vuelca a la misión de declarar esa hipérbole de “Víctor”, el poema: “un hombre/ puede amar/ aunque esté muerto”, puesto que la realidad se ha sometido a otra exageración, como menciona el poeta, “la suerte de hacerse el tonto”para no verse ido en una memoria lejana, más lejana, fuera del paisaje de lo acaecido: el exilio, mas está el inxilio que busca los fragmentos de la infancia sin alcanzar a todos los amigos, los perdidos que se fueron con la pelota y por el fusil. Bajo esta escena un hombre mira. Está la mamá aún colocando ladrillos en el patio, apegada a la pared para no mojarse. Entramos a su casa, vemos al poeta niño/joven y mayor, le susurramos lo que él nos dirá en los poemas. En la olla se cuecen papas y el vapor se convierte en la molécula para la remembranza. Hay Uno íntimo que pasa a ser todos los elementos, la physis que sobresale para no ser arrancada por eso otro de afuera, que no es la lluvia, porque esta nos viene a recordar lo que somos, viene con nuestro espíritu de calle bajo la garúa. Yo creo que el hombre mira y cree que la ausencia es el poema: la medida de la realidad y no la declinación de un mal recuerdo.

Leemos en Catacumbas el sonido puro y parsimonioso que se habita tras escribir el poema que se esperaba, le hace un guiño al otro poeta que lo lee, cada poema cierra airoso, no se precipita aunque sí es bravío entre ese arbusto de palabras o debería decir, utensilios, los mismos que dibujan sueños, anhelos, localidades, sures y que me obligan a exhumar, muchas veces, a Teillier en un auxilio por continuar. Se sirve de nimiedades, detalles que solo uno recuerda como parte de una totalidad, no obstante, en estos poemas aparecen como totalidad y detalle de los mismo, porque “Quien acepta los pequeños asombros, se dispone para imaginar los grandes”2

Son profundos los tarros
que atesoran ojos de duendes
semillas de cebollas
sal...
Un tarro guarda, incluso
el polvo de los sueños

Nimiedades que salvan la realidad del abandono de las cosas, de los recuerdos, de los mismos amigos, ruralidad. Nimiedades que combaten contra el tiempo y sus imposiciones, como el neoriberalismo y su desmesura. La partida, el devenir, los epígrafes, la huida, la bicicleta, los niños, umbrales, el pan, el cielo, la humedad, la huella, los sueños...todo esto contiene la catacumba, el habitáculo de todas las voces que oímos en estos poemas, es por ello que este testigo es de todos. Cada uno le suma lo suyo, un rango, un cuerpo abierto o cerrado, un rostro o un muro, un basta o un continúa, para que esta antología se siga escribiendo en el auxilio del tiempo. Y será así, pues “La frontera de lo irreal”está allende, es una invitación a “[tener] derecho a disponer como quiera de lo inconcebible”3, después de Catacumbas, creo oír como crecen las plantas y no tengo vértigo. 

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1 Barthes, Roland. El grado cero de la escritura. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2003. pág.29
2. Bachelard, Gastón. La poética del espacio. México: FCE, 2009. pág.143
3. Valéry, Paul. De Poe a Mallarmé. Ensayos de poética y estética. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2010.pág.143

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