jueves, 24 de octubre de 2013

¡LEED A MARIO VERDUGO, GILIPOLLAS!


por Cristian Geisse

Verdugo insiste en deslocalizarse, en marginalizarse, en descentrar. Quizás a estas alturas esto ya no sea tanta novedad, pero lo hace maravillosamente bien. Cada vez que sale alguno de sus libros, yo lo comento, porque me parece que lo que está haciendo es verdaderamente notable, pero nadie lo nota. Las obras maestras siempre pasan desapercibidas. La conjura de los necios funciona siempre. O peor: no es que haya sabotaje o silenciamiento, quizás todo sea desidia. El caso es que Verdugo está ahí hace rato, pasando piola, con un gesto desarticulador que desconcierta, o bien debiera desconcertar. Sus libros son verdaderamente extraños, no los voy a comentar todos, pero cada uno tiene lo suyo, cada uno quiere ser algo más que un libro, cada uno propone una forma distinta de leer. Busquen Maula, busquen La novela terrígena, busquen Apología de la droga y se darán cuenta de lo que les hablo. Y ahora este otro: Canciones gringas.


Canciones gringas es un libro que se propone como una traducción. Son las traducciones de los poemas de Keith Duncan, un músico de rock, hechas por un “oscuro traductor español” llamado Santiago Zilleruelo. Es todo una mistificación, por supuesto, una mascarada, que yo me atrevo a revelar, solo para que vean que está ahí. No es de aguafiestas, es porque estoy preocupado de que nadie (se) dé cuenta de este juego raro que está jugando Verdugo.
Hay que detenerse –pienso– en esta idea extraña de que estamos frente a una traducción de poemas. Este es, por lo tanto, un libro cuyo original no existe, un libro que me encantaría alguien pudiera traducir al inglés, cosa que quizás no pase en mucho tiempo, pero que de alguna manera completaría este extraño ejercicio. En ese caso, sería un original simulado, posterior a la segunda versión en español. Se nos está recordando así, como en complicidad con Auerbach, que la nuestra es una época que "prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser...", la nuestra sigue siendo la época de la reproducción técnica, la época del simulacro, la época en la que ya no es necesario ver el original. En este caso es así: no hay original, nunca tendremos acceso a los poemas de los que salieron estas traducciones.
Pienso que en general Verdugo propone lecturas donde se tiende a la dislocación: se disloca la sintaxis en menor grado, la semántica en un grado mayor, y –por lo menos en este caso– la pragmática en grado supremo. Siguiendo a Piglia, podemos entender las traducciones como constructoras de contextos. En este sentido el prólogo, sospechosamente escrito por Verdugo, ya nos avisa sobre uno de estos canones de la marginalidad que tanto nos gustan hoy por hoy. Me da la impresión de que Verdugo está siendo siempre “absolutamente post moderno”, como Rimbaud nos pediría que fuésemos. Como dije, a Verdugo le gusta dislocar, descentrar, desarticular, y en sus textos, los paratextos tienen una relevancia crucial, son textos disfrazados de paratextos. En la novela iceberg que es este librito, Keith Duncan no sólo es un cantante de rock que escribe poemas, es un cantante y un poeta “apocado”, cercano al showgazing y a la literatura que quiere salir de sí misma y justificarse en otras artes, en su caso, en la música indie. De cierta forma entonces, hay en este libro, proposiciones en torno a una pregunta que se responde de mil formas y que no se responde nunca del todo: ¿qué chucha es la poesía? En el caso de Canciones gringas parte de su proposición parece encontrarse en un desplazamiento del canon poético a la música popular, queriendo siempre ir más allá, tratando de confirmar lo que el mismo Duncan-Zilleruelo-Verdugo dice cuando dice “yo sé que esos lugares existen”. Los rockeros y músicos populares que se las han dado de poetas son muchísimos, y si bien muchos de ellos parecen establecer una frontera entre la poesía escrita y la cantada, las fronteras son siempre difusas: Pensemos en Bob Dylan, pensemos en Leonard Cohen, pensemos en Patty Smith. ¿Son poetas? ¿Son artistas del trapecio? Y hay que seguir pensando, en Jim Morrison, en Joaquín Sabina, en la Violeta Parra. Pensemos en el rap: rithym and poetry. Duncan se alinea con Chan Marshall, Joey Ramone y el género shoegazing en su conjunto. Un canon privado que se complementa con una mala lectura de Nicanor Parra y la admiración por libros de Sergio Coddou y Andrés Anwandter. ¿Qué chucha es la poesía entonces? ¿Palabras? ¿Canciones? ¿Actos performáticos? ¿Gestos? No lo sabemos, pero he ahí las malas traducciones en los que se adivinan y se leen los excelentes poemas de Duncan, cercanos a la fraseología de las canciones de rock, a veces apuntando a difusos rasgos autobiográficos, al dolor existencial, al hastío de todo, a cierta poética del rock, a la simpatía por el fracaso, a la impotencia frente a la maquinaria y la mano invisible que mece la cuna y empuja a la tumba, a la política y cierta visión –como no– contracultural de la american way of life, cada vez más lamentablemente cercana a nosotros. Todo bajo el filtro de la odiosa traducción al español coño.
Porque además todos esos “jodidos vecindarios”, esas “braguetas”, “lavabos”, “bocazas”, “guisantes”, “albercas” que nos sacan roncha y nos desagradan tanto (“lo sabes condenadamente bien / lo sabes puñeteramente bien”), refrendan formidablemente ciertas proposiciones de Piglia, que prefiero consignar textualmente:

la relación estilo-traducción se vuelve alarmante cuando uno ve que las corporaciones editoriales españolas divulgan traducciones en jerga española, para llamarla de alguna manera, con lo cual los jóvenes escritores y aspirantes a escritores de América Latina, los pedagogos, están leyendo traducciones en una especie de español, que yo creo ni siquiera hablan en una plaza de Madrid.

Alguna vez le escuché a Cristóbal Gaete decir que estaba cansado de leer a escritores chilenos que escribían como novela de Anagrama. He aquí entonces por primera vez a alguien que sabemos lo hace a propósito. Por supuesto con su qué. Es posible que Canciones gringas esté atacando a esa suerte de imposición estilística española que revela debilidades editoriales latinoamericanas, y cierta incapacidad de producir traducciones más cercanas a nuestra realidad; y lo hace mediante un ejercicio estilístico que busca nuestro desconcierto, un efecto estético corrosivo, una patada en el hígado y una particular manera de joder la pita. Porque hasta el momento, de una manera violenta, aunque bastante desapercibida, Verdugo ha jodido la pita majaderamente, deslocalizando el canon y  proponiendo formas de acercamiento al texto que muestran inteligencia y experimentación. Una manera postmo de molarla, una razón más para que vosotros espabiléis y de una puñetera vez leáis a Mario Verdugo. Os lo digo una vez más, majaretas, merluzos, deschavetados: ¡Leed a Mario Verdugo, gilipollas!, pero qué digo, ¡traducid a Mario Verdugo, gilipollas!


Canciones Gringas
Keith Duncan
Selección y prólogo de Mario Verdugo
Traducción de Santiago Zilleruelo
Ediciones Inubicalistas, 2013.
56 págs.

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