lunes, 13 de enero de 2014

El lenguaje del pueblo que falta

“La lámpara de Kafka y otros cuentos”, de Luis Herrera
Por Claudio Maldonado  

Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera
M.Proust

Se dice que Plinio el Viejo, el escritor romano, el que dijo entre otras cosas que lo mejor que la naturaleza había dado al hombre era la brevedad de su vida, fue uno de los primeros en emplear el sustantivo masculino inventus, con el sentido de invención o hallazgo. Me adentro, con este concepto, en la exploración de lo que está aquí, uno de los libros de narrativa más interesantes publicados el año que recién pasó: el inventario de cuentos de Luis Herrera, La lámpara de Kafka y otros cuentos.
Ya no se puede hablar de coincidencia, la narrativa de los escritores que residen en provincia, hace ya un tiempo nos está entregando imaginarios que se sustentan en la parodia de lo carnavalesco, en una crítica social sostenida desde el pueblo menor, que no tiene nada que perder ni venderle a la gran aldea. Rodrigo Ramos y Cristian Geisse en el norte, Marcelo Mellado y Cristóbal Gaete en la Quinta Región, Oscar Barrientos en el sur, por nombrar algunos, nos entregan la invención de los pueblos que nos faltan, de esos pueblos inacabados en perpetuo devenir, una ciudad bastarda en que el bastardo ya no designa un estado familiar, sino al decir de Deleuze, sólo el proceso o la deriva de las razas. Kafka para Centroeuropa, Melville para América del Norte, por ejemplo, presentaron la narrativa como la enunciación de todos esos pueblos que encontraron su expresión en y a través del escritor. Esta acción fabuladora, es a mi juicio, el pilar fundamental de estas nuevas narrativas chilenas. La lámpara de Kafka pertenece a esta emergencia escritural, que hace del acontecimiento una forma de lenguaje y no al revés, que no impone una forma a la materia vivida, tan dada a ciertas timoratas “nuevas” narrativas de la capital, sino más bien decanta a lo inacabado, a lo informe. ¿Cómo es el pueblo que Luis Herrera nos quiere inventar? ¿Cómo son sus personajes y la invención que motiva sus deseos? Sus personajes nacen en la provincia del Maule, algunos más al sur, Temuco, Osorno, zonas campesinas de la zona central, ciudades europeas de segundo orden. A partir de esa realidad, los personajes proyectan sus obsesiones, algunas basadas en entelequias intelectuales, supuestos morales o evasiones sicodélicas de la imaginación. El autor nos propone sumirnos en quijotadas, en intentos de seres desesperados por ganarle de alguna forma a esa vida determinada por el anonimato. Los personajes de Luis Herrera presentan un plan, la búsqueda de una verdad como causa final del cuento, como decía el maestro del género Allan Poe, en su Filosofía de la composición: la idea está en producir un efecto que decante en la naturalidad, para así lograr la afinidad entre escritor y lector, el tono de la gran mayoría de la humanidad. Esto, en todo caso,  nos lleva a la bizantina problemática del escribir para las masas o para nosotros o para nuestros amigos. Un dilema que según mi opinión es la génesis de los cuentos de Poe, la constitución mórbida capaz de pasar del más fino rasgo aristocrático a la explosión más vulgar. Los cuentos de La lámpara de Kafka, que suelen estar emparentados con este cuento clásico, presentan también un dilema clave, para que sus personajes construyan sus deseos: la pugna entre lo coloquial y un culteranismo paródico.

Procedo al análisis: En Juan Rosa y el lenguaje imposible nos presenta el arquetipo del provinciano que desde pequeño quiere triunfar a través de su sensibilidad e inteligencia, con un entusiasmo a prueba de titanes, incursiona en el mundo de la artesanía, desde muy joven se adentra en los campos de la filosofía, de la poesía, la teología. Todos se burlan de él, y al igual que Iván Zamorano (que garabateó su firma en la pizarra de su liceo de Maipú y dijo ésta valdrá oro) el ya verán ya verán resuena amenazante y luminoso. Es aquí cuando el autor nos da un giro inesperado, pues nos quiebra el arquetipo y nos lleva a un extremo, el personaje no sigue la ruta oficial y despreciando los estudios formales (que para muchos es el verdadero esfuerzo que hay dar) se transforma en un autodidacta que indaga con fruición en la lingüística y que por extrañas razones encuentra una oportunidad en una conferencia en la Universidad de Chile. Se ríen de sus ideas, lo echan por payaso, es golpeado por unos de los profesores. El delirio de Juan Rosa no tiene cabida si no es formalizado; con la voluntad no basta mijo, aquí en el reino no hay cabida para los disparates creativos de un don nadie.

En el segundo cuento, Un hombre en el plano, lo coloquial y la parodia de lo culterano se mixturan a través del conflicto de tres jóvenes que en un bar se disputan la preferencia de una chica. La estructura del cuento se sostiene en diálogos que dan cuenta del cortejo, de los escarceos, de las apuestas conversatorias que ellos hacen para ganarse la simpatía de la fémina, hablan de jazz, de literatura, de publicidad; ella es estudiante de sicología y luce sin pudor sus medallitas de erudición. La trama se sostiene en base a la historia evidente que esconde un drama subterráneo, muy en el estilo de los cuentos de Chéjov (en uno de los diálogos se hace alusión a él y a su idea que si en un cuento hay una escopeta colgada hay que hacerla disparar); el perdedor mayor de la contienda es el que tiene más lazos afectivos con la mujer. La escopeta, al final de la historia, a pesar de la derrota de alguna forma tiene que estallar, y el derrotado mayor lo sabe; el que más desea, el que menos estudios tiene, el que no puede aplacar la erudición de sus enemigos, gatilla de manera perfecta la teoría del maestro ruso.

En el cuento Belisario Vildósola el personaje es un provinciano que ha dado un paso más que Juan Rosa, es un escritor osornino que ha logrado salir de su terruño y triunfar en el mundo de las letras. Su vida  parte en 1920 y termina en 1983. El relato es una cronología imaginaria de nuestra literatura, un escritor que simboliza a aquellos que fueron y a los que no fueron, un reflejo si se quiere del siglo XX. En este cuento el giro hacia lo paródico se desata en el progresivo deterioro mental del escritor, que termina escribiendo libros que son plagios directos de Borges, uno de sus escritores favoritos, del cual ha leído cinco, seis o hasta siete veces sus obras completas. El delirio de este genio lo lleva a escribir un poema a los militares salvadores de la patria, a fundar una sociedad de escritores en Puerto Montt que a los meses capota por falta de quórum, a ser poco a poco minado por la esquizofrenia, apagándose como un gran hombre de letras frente a su familia y escritores y críticos y universidades extranjeras que pese a sus esfuerzos no logran darle el Nobel; sólo la promesa de un recuerdo imborrable en la literatura universal. 

En el cuento La envidia, el más breve del volumen, el autor nos presenta un relato con un narrador en primera persona, que emula de manera magistral ese tono que adquiría Bolaño cuando describía en tiempo presente el estado emocional de un escritor en decadencia. A través de este formato el cuento nos inserta en una discusión sobre Bolaño y los escritores que lo admiran, pero no quieren que se note su admiración, pues quieren que sus vidas -que no son interesantes como la de Bolaño- tengan una identidad propia que los distancie de la admiración que sienten por su maestro. Este juego de cajas chinas reduce al personaje principal del cuento (X) a ser dentro del relato unos de esos personajes que Bolaño describía con sarcasmo en sus historias, una doble trampa, la envidia y el dolor de estar encerrados en la ficción de una ficción.

La clave de la comunicación en el campo está en nunca decir lo que uno lleva adentro. Esta es una de las frases más notables del cuento La pena máxima, y en cierto modo refleja la intensidad con que los sucesos son relatados a través del recuerdo de un narrador que da cuenta de su visita a Pelarco, el pueblo que lo vio nacer y crecer junto a la figura de Segundo Domitilo Soto, la gran promesa futbolística del pueblo, el astro destinado a ser figura nacional, el primer pelarquino en conquistar algún pasto europeo. Para el narrador todo gira en torno a su ídolo; el pueblo, a pesar de los años y del terremoto sigue igual, menos sus amigos, que se quedaron vegetando, estragados en la chicha y en el trabajo bruto, menos Segundo que como un tomate al sol se pudre a la orilla de la cancha de tierra. Percibo, en este cuento, un gran guiño al Hombre de la esquina rosada de Borges; la culpa, el secreto de un acto que sólo la muerte podrá cubrir, quizás ese sentir latinoamericano que nos habla Octavio Paz, ese deseo de no rajarse, de no mostrar los sentimientos para seguir siendo un hombre de verdad.

En el cuento El fin de la historia el narrador es un peón de fundo, de muy escasa educación, pero que, sin embargo, relata con una fluidez y un estilo sorprendente los sucesos acaecidos en su fundo. El autor logra, con una maestría sorprendente, zafarse de los giros idiomáticos criollistas y presentar un relato sin estereotipos, que en ningún momento carece de verosimilitud. Como en las narraciones de Manuel Rojas, cuando sus personajes por muy marginales que fueran siempre intentaban “decir” un poco mejor lo que representaban; un intento quizás de hacer hablar al pensamiento, como señalaba Juan Rulfo, torcerle la mano a la lengua que habita, para, en este caso, explicar las razones de un peón que quiere romper un destino prefijado por la dominación del poderoso.

En La caída de Armando Briceño la parodia culterana y lo coloquial se sustenta en la construcción ideológica homofóbica que tiene un peluquero frente al mundo gay peluquero. El personaje se inventa una batalla; siente que los 90 han pasado y que está frente a un nuevo paradigma, siente que su negocio de peluquero heterosexual va a sucumbir y es ahí donde reflexiona sobre el tiempo y su devenir, elabora un sindicato de peluqueros heterosexuales, elabora discursos plagados de una moral trasnochada e ignorante, elabora arengas, refranes, para sus compañeros, dicta un plan militar para acabar con esa plaga de “degenerados”. Su discurso, que podría ser tan avalado por ciertas momias del poder, no es escuchado porque sólo es un hombrecillo pasado de revoluciones, un sujeto solo en un barrio periférico de una ciudad invisible, profiriendo gritos en el vacío de la noche.
            En el cuento Seis segundos, el autor nos muestra una estructura donde hay un juego con la temporalidad. Es un viaje a través de la sicodelia de su imaginación; transita por el Puerto Montt de 1965, sus ojos son comidos por ratas, se sube a una embarcación, etc. Todo ocurre en seis segundos, mientras va sentado en una micro y lee un libro de poesía y un ex compañero lo quiere saludar.

Llegamos al cuento Perro; una alegoría que simboliza la soledad de un hombre que, a través de lo fantástico, se transforma en un animal para ser aceptado por una mujer. Hay necesidad de alegoría en estos tiempos, extremar los recursos de la expresión, contribuir a nuestra tradición narrativa, siempre apegada a la explicación de lo real, atreverse a ejercitar estilos, pues si vivimos en la aldea de la aldea, ¿quién nos puede molestar en nuestra artesanía?

Al igual que el prologuista del libro, dejo para el final uno de los cuentos emblemáticos del volumen, La lámpara de Kafka.  A través del recorrido de una lámpara se construye la conexión de las obsesiones del creador del artefacto y de su último dueño, Kafka: el miedo a la oscuridad, la constatación de que la luz en algún instante se apagará y nacerá en ese momento la  única verdad que existe y que siempre queremos obviar, nuestra segura desaparición de la faz de todo lo que hay. A través de este cuento la parodia del culteranismo y lo coloquial establece un viaje, que parte desde el deseo de un electricista mediocre por iluminar por siempre las noches de los hombres, hasta llegar a las manos de un Kafka que a ratos, en sus desvelos, solía apagar la lámpara para contemplar la ciudad en toda la negrura de su noche, una ciudad que no pretende dominar el mundo, sumida en el delirio de todas esas ciudades inventadas en los cuentos de Luis Herrera, que son delirios. Porque toda literatura en sí es un delirio de dos polos: el delirio de la enfermedad de la casta pura y dominante y el delirio salvador que resiste a todo lo que le oprime y que a la vez crea nuevos lenguajes, el de la invención de un pueblo,  el de una posibilidad de vida.

Celebro este primer libro de relatos de Luis Herrera, porque con sus creaciones se atreve a otras posibilidades de un decir, que no tiene que ver necesariamente con un habla regional recuperada, sino con un devenir, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una línea mágica que se atribuye a la oscuridad de un lámpara olvidada.






Librería Lagar, Valparaíso, 10 enero 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario