Por
Patricio Serey
Primero:
Quiero
abrir esta presentación centrando un instante la atención en la dedicatoria, o
poema introducción del Libro “Todo Cocido a Leña”, llamado “Canto al palmar”: Texto
mántrico que recoge los sobrenombres actuales, e históricos (algunos perdidos
en los recodos de la memoria), otros recordados y recuperados en plural,
aparentemente transferidos de generación en generación, como si fueran un
título nobiliario. Ahí están Los Chincoles, Los Chercanes, Los Locos del Valle,
Los Leche Perra, Los Chancha Rubia, Los Mazamorra, Los Chevecha, Los Cabra Mocha y así un largo etc…
Pero
detengámonos quizá en el único que no engrosa esta lista, por su cercanía con
el texto citado. Chirimoyano: apodo, sobrenombre, chapa, mote de guerra o en
este caso seudónimo literario, que deviene de la argamasa entre el nombre civil
del escritor de este libro, Cristian Moyano Altamirano, y el fruto del
chirimoyo; árbol, si bien originario de Centroamérica, adaptado perfectamente,
hace ya décadas, en el microclima de los valles transversales de la quinta
región.
El
chirimoyo: según su ficha botánica, es un árbol caducifolio (que no pierde sus
hojas), de crecimiento o de vida lenta, que puede adquirir en su madurez una altura
de 7 a 8 m (o sea después de varios años de crecimiento). De porte erguido,
exuberante follaje y a veces ramificado irregularmente, de tallo cilíndrico, de
corteza gruesa y con un sistema radicular muy ramificado; sin hablar de su
fruto dulce, jugoso y lleno de pepas.
Al
hacer esta comparación, antojadiza, nos preguntamos si es que los amigos de
infancia, lo compañeros de curso, o quienes fueren le rebautizaran, habrían
tenido en cuenta esta ficha técnica para hacerlo. Me imagino que no; pero queda
claro el grado de asertividad con que nuestros vecinos y congéneres pueden
llegar a reconocernos, llegado el caso, solo echando mano a esa gran capacidad
de observación, pero también de ingenio (como escribe F. Moncada en un ensayo
sobre este mismo libro), e instinto, que son y siguen siendo parte importante
de la riqueza humana de las comarcas (y en general de los llamados márgenes
urbanos), pero que perdemos paulatina y progresivamente en la histérica y
domesticada vida de las ciudades.
Es
decir, esta costumbre está dada por esa cercanía que solo puede dar la convivencia
diaria, cierta mala onda infantil, pero también la fijación que genera la
confianza y el tiempo para encontrar algún defecto en el habla, en el aspecto
físico, psicológico o simplemente en nuestro nombre cristiano. Nombres que se
convierten en una particularidad y que nos separan finalmente de los otros
José, Juan, Pedro o Cristian, al ser llamados a una distancia (de quebrada en
quebrada por ejemplo) donde el ojo no puede reconocer a simple vista.
Segundo:
Visiones del mundo campesino Chileno
Desde
Fuera:
La
Burguesa
Cuando
hablamos de lo campesino chileno, es ineludible hacer referencia a la imagen
arquetípica de este mundo y sus habitantes. Perfil posiblemente basado, en
primera instancia, en la literatura naturalista y criollista de fines y
principios de los siglos 19 y 20[1]. Mundo, que tuvo también una
segunda mirada en los autores del realismo social de la primera mitad del siglo
pasado (centrada más en la crítica social de la realidad esclavizante, en este
caso, del latifundio) pero que no alcanzó a fortalecer su visión frente a la
efectividad de otros medios de masa, como el cine (en su periodo o faceta también
denominada de costumbres, que resaltaba las tradiciones regionales del país[2]) y la radio, con un
exitoso periodo de producción de música folclórica (especialmente entre los
años 20 y 50) más preocupadas por la exaltación y la exportación de una imagen
país asociada al paisaje natural y a la amabilidad del habitante nativo[3]; lo anterior originado
también por la naciente creación de un duro sistema de censura[4] a las expresiones
artísticas de carácter masivo. Expresiones que, si bien basadas en la vida
popular, fueron creadas entronizando el arquetipo chilensis representado por el huaso pícaro, vicioso, pero buena
gente (léase también fiel empleado), imagen mantenida y caricaturizada hasta el
hartazgo por los medios de masa hasta el día de hoy; imagen equívoca, por
cierto, generada desde una urbanidad burguesa, entusiasta de los símbolos
patrios y sus pseudotradiciones, pero en continua disociación con la verdadera
ruralidad chilena (la que no solo se relaciona con el campo centralino),
heterogénea y en constante transformación.
La
activista
Así
como hay tozudez humana que sigue avalando el modelo económico que parece nos
tuviera sumidos permanentemente en las puertas del fracaso y el colapso como
especie, están también los que creen, con dispar grado de certeza, entusiasmo e
ingenuidad, que aún queda tiempo para hilvanar algún truco antidiluviano. Las
redes sociales lo corroboran con el aumento de grupos activistas antisistema; animalistas,
proetnias, ecologistas, anarquistas, vegano-naturalistas, anarcoprimitivistas,
entre otros, que tienen por lo menos en
común una aparente repelencia al sempiterno capitalismo neofeudal, pero también
fe en los designios de la naturaleza y una férrea simpatía hacia el mundo
campesino, como un referente ideal de cambio o deconstrucción civilizatoria en
función de la construcción de un futuro, utópico o no tanto, donde el ideal sería
un humano multifacético, sano, aclanado (conectado pero no globalizado) y
especialmente libre.
En
ese aspecto, ya en la década del 60, en medio de la revolución campesina (y la
otra revolución, la de las flores norteamericana) que significó la reforma
agraria (fenómeno histórico largo de analizar en una presentación de libro),
comenzó también, con dispar efecto e intensidad, a lo largo de los últimos 50
años, una migración al revés; fenómeno que –junto a otros cambios en este mundo
tradicional– ha sido denominada por algunos sociólogos como la Nueva ruralidad.
Fenómeno, que si bien genera excepciones, se ha caracterizado, entre otras
cosas, por una colonización de sectores rurales por particulares urbanos que
llegan más bien en busca de una utópica conexión con la naturaleza, más que en
función de recuperar una conexión a escala humana, perdida en los trasfondos de
los ajetreos de la vida en las ciudades.
Por
otro lado, también como consecuencia de este cambio en el paradigma aldeano llamado
nueva ruralidad, se encuentran las nuevas generaciones de lugareños que, si
bien criados en medio del rigor y las alegrías del trabajo de la tierra, optan
por el autoexilio en busca del sueño burgués y el consumo, ó, por una ida
–luego del paso por las aulas de formación, o trabajos maquinales– con una
vuelta no menos estrepitosa al generarse fricción entre las dos realidades y
velocidades dispares. Caso aparte son los fenómenos de cambios generados por la
hiperconexión, relacionadas con las modas que van desde las formas del habla,
del vestir y cultural relacionadas con la música, el mundo de la entretención,
hasta el consumo de drogas.
La
intención de componer esta segmentación, más sociológica que literaria, es justamente
para poner en valor el trabajo que Chirimoyano ha venido realizando desde su
primer trabajo literario (Hace Siglos que No Iba a la Ciudad, del año 98),
dónde el hablante si bien está representado por un ser con arraigo familiar y
tradicional a un sector campesino determinado (llamado Quebrada de Alvarado),
no deja de ser un hombre de su tiempo, lo que le permite tener también una
visión crítica, no solo en contraposición con lo urbano, sino que también desde
dentro. Ejemplo de anterior son poemas como “Campesinos del siglo XXI”, “Vives
en el Campo” o “Mueren Canelos y Arrayanes. En este aspecto Chriry también
entrega varios textos relacionados donde discurre sobre los oficios campesinos
(como la crianza y caza de animales para comida), muchos de ellos paradójicamente
denostados por estos grupos antisistema, que por otro lado añoran la libertad
del serrano.
Al final de esta presentación hago eco en lo
que han repetido otros presentadores y analistas de los textos de Moyano.
Textos, Como “Todo cocido a leña”, “Olivar”, y libros anteriores, están
firmemente ligados a la larga tradición de la poesía popular chilena; Poesía oral
heredada de la lírica metrada de la tradición española y ligada, por otro lado,
a la recuperación y mantención de las tradiciones locales y a la crítica de la
vida fuera de ese modelo. Y si bien Chiri Moyano no se aleja del espíritu de
esa poesía, sí la hace rebrotar hacia senderos del lenguaje (y la forma) no
visitados a menudo por sus cofrades más tradicionales de la palabra, gracias a
esa ubicuidad de sujeto en proceso[5] que le permite ser un
creador libre, conocedor de otras realidades, pero, y lo más importante,
respetuoso e incondicional de sus raíces.
Tratar
el drama de la ruralidad en tiempos de crisis ecológica, ética y política es tarea
compleja; más si vas por ahí discurriendo sobre esta materia en versos. Ahora,
independiente de la forma, da la sensación que siempre nos quedaremos corto, tanto
al escribirla, poetizarla, como al analizarla, sobre todo por tratarse de un
proceso vivo (y no un fenómeno de museo patrimonial) tanto que siempre quedarán
briznas de paja en la era, o conejos saltando sobre el lazo, como en un sueño
interrumpido.
[1] “Las obras literarias adscritas al Criollismo son, en su mayoría, de
carácter épico y fundacional: si estas, como afirmaba su máximo mentor, Mariano
Latorre, interpretaban "la lucha del hombre de la tierra, del mar y de la
selva por crear civilización en territorios salvajes, lejos de las
ciudades", esta lucha siempre aparecía en desventaja para el hombre frente
a las fuerzas telúricas y terminaba generalmente en la derrota. Lo mismo ocurre
cuando los personajes se enfrentan a un estado social jerárquico o a las
fuerzas de la elite dominante. La concepción de la novela criollista es
ciertamente épica, pero lo que más caracteriza a los cultivadores del
criollismo es su anhelo de convertir la "chilenidad", en su múltiple
y variada fisonomía, en entidades estéticas de valor universal, planteados en
un lenguaje propio de los grupos sociales que pretenden mostrar.”. Fuente, El
Criollismo, memoriachilena.cl
[2] “El huaso pícaro, la chinita inocente, el citadino malvado o, su
contraparte, aquél que sintonizaba con la simplicidad del campo. Las cuecas, un
humor nacido de estas mismas oposiciones, poniendo siempre al campesino de lado
de lo ridículo o de una inocencia colindante con la estupidez, son los
elementos que imperan en la mayoría de las cintas de este período.”. La década
de los 40 y el mareador sueño industrial, Marcelo Morales. Revistas CineChile,
Enciclopedia del cine chileno.
[4] “El impacto de medios de expresión de carácter masivo como el cine fue
rápidamente reconocido por el Estado y
la clase dominante, por lo que a menos de 10 años de hecha la primera película
en Chile nació de la censura oficial, cuando en 1925 el Gobierno de Arturo
Alessandri creó un organismo encargado de calificar toda obra a exhibir en el
país.”. El
Cine Chileno (1910-1950) memoriachilena.cl
[5] “Una sociedad de
fuertes transformaciones como la rural está tensionada desde las múltiples
memorias –de lo que fue antes de cada cambio- y desde las incertidumbres por el
futuro -de lo que ocurrirá, esta vez, otra vez, después de los nuevos cambios-.
Entre unas y otras, el presente subjetivo de la ruralidad es también la de un
sujeto en proceso, la de una historia en marcha”. Manuel Canales , Profesor de
la Escuela de Sociología Universidad de Chile.
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