Por Cristian Cruz
Estas ideas se unen entre sí, se contraponen y legitiman, argumentando la ética lírica, las apreciaciones, la red que teje Moncada como punto de partida; la territorialidad vista como un corpus lenguístico, la territorialidad como un argumento lírico poético, y ve al poeta como un sensor de los tiempos, un guardián del mito en palabras de Teillier. Esos territorios que han sido invisibilizados corresponden a la provincia. Tienen cualidades que distancian a las mismas entre sí, pero que en la globalidad, aúnan y generan una muralla china que puede ser vista a gran distancia, sin la necesidad de instrumentos que no sean; un bus rural, un libro, y su correr mano a mano. Además se demuestra la gracia de persistir escribiendo ante el desierto o la estepa vacía. Esa es la peculiaridad que da cuenta Moncada, la de encontrar en este recorrido físico y espiritual, pequeñas ermitas, cuyos habitantes, en la soledad del cuarto, (poetas de cuarto según Carlos Hernández, año 96) creen haber visto la puerta de entrada a la poesía, y mantienen su versión creadora insoslayablemente.
Para el autor de estos ensayos, autor que comparte la provincialidad, la poesía no tiene un solo punto de vista, se multiplican los mismos a medida que avanzan sus palabras en este manifiesto, o parte del gran manifiesto de la poesía chilena. Ese contrapunto odioso, tiene por una parte a la ciudad como cuna de; poetas educados, o bien, formados por la academia, los medios y la autogestión o auto bombo de los mismos autores.
En cambio, visualiza Moncada, un cierto apego a la razón profunda de la poesía, es decir, los Territorios Invisibles develan la lucha solitaria del poeta por resistir en su propia escritura, un escribir para sí, y un escribir en comunión con los mismos territorios. Y claro que esa profundidad no es antojadiza, también se nutre de los elementos propios de estas provincias poéticas; de ríos, montañas, culturas ancestrales, culturas geográficas, arquitectónicas, y culturas humanas. Todo lo anterior, se suma a una mirada del “Ahora” en el proceso de urbanización de esos territorios, matiz que le da un atractivo superior. Es decir, los poetas son testigos de ese cambio inevitable, cambio que hace perder y ganar cosas, por lo cual, el poeta se convierte en un depositario y a la vez filtro sensorial, de cuánto sucede en el territorio provinciano.
Estos Territorios Invisibles, por ambivalencia, dejan de serlo y se vuelven más visibles ahora que existe este libro. Pues, sin exagerar la nota, podría convertirse en objeto de estudio de esas mismas academias que poco o nada han ensayado en tantos años. Un objeto de estudio, pues devela la realidad en la composición de la poesía chilena, que no nace por generación espontánea en la urbe, si no que busca unirse como ramificación de un todo poético, ese todo llamado tradición.
Octubre 2016
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