Sobre “Qué será
de los Niños que Fuimos”, de Claudio Guerrero
Felipe Moncada
Mijic
Hay un poema del
cubano Eliseo Diego, llamado El Oscuro Esplendor, que recordaba fragmentariamente
y a menudo mientras leía el libro que hoy se presenta. En el poema mencionado,
Eliseo contempla a un niño que juega con “unas pocas piedras inocentes” y se
pregunta: "Qué irremediable catástrofe separa / sus manos de mi frente de arena, / su boca de mis ojos impasibles", y es quizás esa “irremediable
catástrofe” –la distancia insalvable entre el niño y el adulto– un tema central
en el libro “Qué será de los Niños que Fuimos”. Esto coloca a la idea de la pérdida, en el centro del tema de la
niñez. Pérdida de la inocencia, de la seguridad, de la fascinación, de la
pureza de “animalillo humano” (idealizada o no), en el supuesto, claro, de una
infancia protegida por la familia, la comunidad o el Estado.
En este libro, Claudio
Guerrero revisa una gran cantidad de poetas chilenos, de distintas
generaciones, centrando la mirada en las diferentes experiencias, evocaciones y
maneras de relacionarse con la infancia. A partir de ello ahonda en los
correspondientes registros escriturales y los conecta con la realidad histórica
y los cambios sociales que han ocurrido en nuestro país. En ese sentido, la
figura del niño[1]
es el extremo más sensible de la realidad nacional, por ser quien recibe toda
la carga sicológica y física por parte de los adultos y su mundo en permanente
conflicto.
Es así, que con la
libertad que da el género del ensayo, la infancia se aborda no solo desde la
literatura, sino también desde la política y la psicología, para argumentar y
ahondar en las cualidades de los distintos tipos de niños desarrollados en el
libro, así aparecen la teoría psicoanalítica, Freud, así como Lacán, Piaget,
Hermann, entre otros autores.
Sobre la clasificación
que utiliza el autor para organizar su análisis de lectura, catalogando a los
distintos tipos de infancia y bautizándolos con nombres propios (el Niño
Huacho, el Niño Ángel, la Niña Desaliñada, el Niño Bosque, el Niño azuloso de
frío, etc.), me atrevería a afirmar lo que dice Claudio Guerrero sobre el libro
Relación Personal de Gonzalo Millán y
sus recursos literarios: “…uso de giros coloquiales, imágenes feístas,
disonancias entre título y contenido que generan amplitud semántica.” Lo
anterior es aplicable sobre todo en el hecho de bautizar de particular manera a
los niños, al generar una disonancia inicial con lo esperado para una
denominación infantil, pero que al ingresar a la lectura produce un amplio
espectro de resonancia con los registros poéticos visitados, pues en la
tipología mencionada tienen cabida el Antiniño, el Niño Roto, el Niño Monstruo,
el Niño Queer, la Niña Anciana, el Niño Taimado, la Niña que escribe, el Niño
Parricida, entre muchos otros, en lo que a mi parecer enriquece y actualiza los
modos de vivir la infancia, los que muchas veces como sociedad son incómodos de
reconocer y mencionar. Creo que en estas denominaciones aparece el poeta
Claudio Guerrero, en el sentido de que sintetiza un amplio contenido en un
nombre simple y profundo a la vez, y que provoca evocaciones y estimula la
imaginación.
Sobre la manera en que
Claudio organiza su análisis, me parece que los tres índices que tiene el libro
(uno principal y dos índices alternativos), dan cuenta de la cuidada estructura
interna, o bien, de lo literario del estudio, en el sentido de posibilitar
distintas rutas de lectura, y sobre todo de relectura y consulta puntual, pues
ocurre que algunos autores citados aparecen en más de una sección, pero en
contextos distintos, lo que dota a este libro de un brillo narrativo que hace
más estimulante la lectura del libro. Con respecto al estilo, se debe agradecer
con énfasis el hecho de que no sea una obra para especialistas, sino pensada
para un lector que se asoma con curiosidad a la poesía chilena contemporánea sin
ser un lector especializado como lo podrían ser un poeta o un académico. Ese
gesto de invitación y no de exclusión, de utilizar un lenguaje llano e
inclusive pedagógico, creemos, apunta a reducir la noción del lenguaje poético
como algo necesariamente tabú o hermético.
En la misma línea me
gustaría destacar el hecho de que incluye autores fuera del canon tradicional.
Aunque aparecen pilares fundamentales como Pezoa Véliz, Gabriela Mistral,
Neruda, Nicanor Parra, Linh, Teillier, Millán, por nombrar algunos, también aparecen
una gran cantidad de autores contemporáneos como Tamym Maulen, Gustavo Barrera,
Antonia Torres, Rosabetty Muñoz, Alejandra González, Angélica Panes, entre
otros. Se destaca también la valoración de autores que “han pasado de largo”
por la mezquina crítica literaria, así nos encontramos con un desarrollo profundo
de obras de Delia Domínguez y Teófilo Cid, así como la mención de obras de Andrés
Sabella, Victoria Contreras, María Cristina Menares, por citar algunos. También
es interesante, que al fin se esté naturalizando el hecho de incluir a autores
como Violeta Parra o Víctor Jara en antologías y textos de estudio, quienes
desde la canción popular han reflexionado profundamente, con el contexto social
que eso implica, ayudando a borrar esa frontera entre lo culto y lo popular,
barrera defendida por el profundo clasismo nacional. Creemos que es saludable
salirse de la comodidad de trabajar sobre autores reconocidos, escapar un rato
de la sombra de los árboles canónicos, los que muchas veces ya están sobrexplotados,
manipulados genéticamente, injertados e inyectados con hormonas de crecimiento
para seguir produciendo, por usar una metáfora agrícola actualizada. Claudio
prefiere ampliar los registros de análisis incorporando autores que proponen
miradas nuevas y con ello enriquece los imaginarios de infancia que desarrolla
a lo largo del libro.
Sobre la cronología
histórica en que está desarrollado este libro, se podría afirmar lo que
Guerrero apunta sobre las Décimas de Violeta Parra, cito: “El libro toca a
menudo los problemas sociales que aquejan a la población y da cuenta de la
historia del siglo XX en sus páginas”. Es así como el libro de Claudio, inicia
su viaje a finales del siglo XIX con José Martí y Rubén Darío como referentes
hispanoamericanos, desde un niño pasivo que no tiene voz y es más que nada
vehículo de ensoñaciones e idealismos, y sigue con todo el siglo XX y lo que
llevamos del XXI, incluyendo libros publicados recientemente (hasta el año 2014).
Esto implica que se pasea por la forzada consolidación de la identidad
nacional, las luchas de la clase obrera que desembocan en el gobierno de la
Unidad Popular y la posterior dictadura cívico–militar, para finalmente entrar
al remanso exitista del chile actual, con su obsesión por el éxito personal y
el abandono virtual de la infancia a manos de la tecnología, el materialismo y
el culto a la individualidad. La historia de Chile, sus contradicciones y
conflictos, pasan como un fondo velado, aunque siempre presente por el
desarrollo de este libro. En esa línea, cuando llegamos al presente histórico,
es notorio que las últimas infancias visitadas tengan relación con la
desigualdad social, los traumas históricos y una infancia vivida en la soledad
del “vacío mundo posmoderno”, justo ahora cuando en la contingencia de la prensa,
políticos de distintos bandos rasgan vestiduras por los horrores ventilados en
el Servicio Nacional de Menores (SENAME), esa especie de frágil trinchera que
intenta contener por la fuerza la parte oscura del exitoso modelo económico: el
abandono masivo de niñas y niños y una cruel frontera de incomunicación intergeneracional
escondida bajo la alfombra de la tecnología y la cultura de masas. Cito las
reflexiones de Claudio en el capítulo final titulado “Escribir la Infancia” y
que funciona como epílogo al libro, en donde a partir de Focault y refiriéndose
a la maquinaria de adiestramiento social, afirma que:
“Esta maquinaria,
además, se inscribe en la institucionalidad social como una tecnología
política, tendiente a sostener un saber y un poder que somete al cuerpo y a la
racionalidad de los sujetos sociales bajo el manto objetivado del conocimiento,
el desarrollo, la libertad y el orden. El niño vendría a ser, en tanto sujeto
que se inserta gradualmente a la vida adulta a través de su instrucción y
normalización, una víctima de una ortopedia correctiva que busca prevenir
cualquier desviación con tal que funcione como cuerpo útil. Atado de manos, su
existencia inequívocamente se dirige al suplicio del disciplinamiento
silencioso de la sociedad panóptica.”
Esto último, a la luz
de las evidencias sociales, dota al libro que presentamos hoy de importancia y
actualidad política, además de todos sus atributos formales en lo investigativo
y lo literario. En buena hora y mérito absoluto del autor.
[1] En una nota introductoria, el
autor explica por qué usa el término “niño” para referirse a infantes de ambos
géneros.
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