Cuentos de Felipe Montalva, Ediciones Inubicalistas,
Valparaíso 2017
Por
Felipe Moncada
Hubo una época de oro
de la narración –y esto es una suposición– en que escritores como Melville,
Conrad, London, y por qué no, Francisco Coloane, Manuel Rojas, Ernesto
Montenegro, se bajaban de un tren para subir a un barco y cruzar entre témpanos
hacia el polo, o bien deambulaban por caminos recién hechos por ir detrás de
una cierta “realidad nacional”, al lugar donde las tensiones sociales se liberan
o crujen, mediante una huelga, una migración económica, un acto de represión
social acallado en los medios. En ese espacio hecho de actos, intereses y
noticias, en que una nación se enfrenta a sí misma, en sus sueños y
contradicciones. Menciono esto por el vínculo entre el periodismo, los viajes y
la narrativa, ocurre en algunos autores como síntomas de que buscan llegar al
fondo de algún problema oculto o semienterrado, rastrean las fisuras sociales,
buscan en aquello que molesta, la evidencia incómoda, planean sobre los
escombros.
Felipe Montalva es
periodista, en Valparaíso fue uno de los pilares del colectivo Ciudad
Invisible, que se materializó en una revista independiente de cultura e
investigación periodística que alcanzó a existir algunos años. En la actualidad
escribe en periódicos como Punto Final, El Ciudadano, o la revista argentina Sudestada.
Allí se pueden leer sus artículos, ya sea reporteando en el Wallmapu, o bien escribiendo
sobre bandas de culto, escritores excéntricos y de bajo perfil, remembranzas de
músicos olvidados, poniendo oído y amplificando aquellas voces que configuran
el multifacético diálogo nacional. Pero a lo anterior se suma en Felipe su
faceta de realizador audiovisual, en ese ámbito puedo dar fe de un documental
in progress sobre el extraordinario poeta Juan de Quintil, o mezclas
experimentales de poesía e improvisación electroacústica, o documentales sobre
huertería mapuche. Menciono todo lo anterior porque es notorio que en su
escritura se tensa esa complementariedad entre “realidad nacional” y búsqueda
estética, quizás lo que diferencia a un cuentista como un elaborador de
momentos, a un cronista que refleja un exterior en base a los hechos o
evidencias informativas.
O bien se trata de “cuentos
de actualidad”, en el sentido que se visualizan asuntos como la pobreza en un
país posmoderno y neoliberal, la resistencia de pueblos originarios al Capital,
la violencia que utiliza una sociedad para mantener su equilibrio desigual, la
soledad del sujeto en una urbe cuando es trabajador y pobre y viene de lejos,
el cotidiano de un ex colaborador de la dictadura en su presente invisible, o
bien, la idea del artista en la Sociedad del Espectáculo. Actualidad como
agenda informativa, pero manejada tan sutilmente que apenas aparece o se
explicita en los cuentos, sin embargo se siente el peso de la realidad política
y económica en los individuos, de una u otra manera, aunque no sea el epicentro
de las narraciones, pues está presente de manera lenta pero continua.
¿Cuáles son los
escombros que Montalva recoge en sus cuentos?, ¿son acaso restos de ciudades
que fueron demolidas o quemadas por “la mezquindad organizada” (Lucy Oporto
dixit), o son muros tumbados de ideologías, de ideas de revoluciones tan
estéticas como políticas?, ¿o serán restos de relaciones humanas vencidas por
la vanidad o la envidia? O bien se trata de los ladrillos molidos de lo que fue
la juventud, o los fierros retorcidos de la ilusión de una vida mejor, las vigas
quebradas de las vidas rotas bajo una lenta impunidad, cómoda y conveniente.
Hay un aire, una sensación de un mundo que no fue y que hasta donde se ve,
continúa su aceleración hacia el consumo, hacia consumirse.
Creo notar lenguaje,
recursos, ritmos propios de la realización audiovisual, de documental, de video
experimental, de cine, en la factura de los cuentos de Montalva, pues se nota
una técnica de montajes fragmentarios que apuntan a conformar una sola idea,
como en una película de múltiples escenas paralelas, que cortadas se comunican
y se encuentran hacia el final de la narración.
Por ejemplo en el
cuento La Vuelta, relata el cotidiano de un ex colaborador de la ex Central
Nacional de Inteligencia, un agente del lumpen transfigurado por el destino en
chofer de micro urbana, pero también es el relato de la mujer que lo reconoce y
es la historia de El Mosca y El Araña, dos sujetos que se confunden
en su perfil y que “ayudan” al chofer en sus viajes. El cuento es todo eso,
pero también es la historia de una piedra que viene cayendo sobre el
parabrisas, y que a lo largo del cuento no deja de caer, ¿o se trata del sol
que encandila allá arriba?, Felipe narra desde distintos ángulos y momentos
para dejar que la ambigüedad haga lo suyo, para que la curiosidad del lector
navegue en ese rodeo y colabore en la construcción del relato.
En el cuento En
Pedazos ocurre algo similar en técnica: es la historia de un joven que pronto
dejará de serlo, un sujeto que movido por los odios y prejuicios transmitidos
por su familia y sus amigos, busca un destino que lo haga dar un golpe,
asegurarse con una movida económica y en ello es guardia de discotheque, rondín
de una construcción, neonazi o de otro grupo similar (pues no es necesario
aclararlo), mercenario internacional de una empresa norteamericana. Y aquí el
relato salta de tiempo en tiempo, de Valparaíso a Afganistán, de Playa Ancha a
Quillota, de la cárcel a su casa, y de pronto nuevamente en el punto de
partida, como si todo hubiera sido un sueño confuso mezclado con la caña de un
domingo o el miedo de la infancia.
En La Casa Muerta
también opera esa manera de escribir con trozos de distintos momentos, en el
cuento quizás hay una relación de pareja, y el “quizás” es importante porque la
ambigüedad es una herramienta que abre el relato, hay un clima de fin de
relación y una casa deshabitada que comienza a ganar protagonismo, para ser
finalmente una especie de personificación del interior de dos mujeres, las
cuales comienzan a estar calladas por más tiempo de lo habitual y que son algo
así como la suma de dos soledades, mientras la casa muerta y lanchas que se
oxidan en un muelle abandonado, se destartalan a imagen y semejanza de su
vínculo.
Hay dos “cuentos isla”
que juegan con aquello que se podría llamar el metadiscurso del arte. En el
cuento La Posición del Artista, un realizador audiovisual llega a una mansión a
recibir un premio, pero se siente ajeno a aquella ceremonia de egos
multimaquillados para ese simulacro de felicidad, y lo que está más allá, la
pobreza de una ciudad sin límites comienza a crecer por ausencia, hasta que el
sujeto pierde la orientación y toma consciencia que no pertenece ahí, que hay
guardias, que hay riqueza, que hay perros, y que solo la máscara del artista le
permite ingresar a palacio, como en La Muerte de la Máscara Roja de Poe, pero
en una versión inofensiva, ya que la ironía sobre aquel mundo, más histriónico
que el sarcasmo del “artista”, resbala. Inédito, se llama el otro cuento
metadiscursivo, aquí un performático artista de los nuevos medios, erudito en
autores excéntricos discursea ferozmente sobre resistencia y política desde la
comodidad de su departamento.
Álvaro Bisama en su
presentación del libro, menciona que Montalva logra que todos los lugares se
parezcan, y coincido con ello, algo tienen estos lugares de urbe posmoderna o
de ruralidad carcomida por el pelambre, hay un ruido de fondo que las asemeja
en sus códigos. A esto agregaría que realiza un retrato de Valparaíso desde
ángulos pocos visitados, como lo pueden ser las zonas marginales que en el
puerto se alejan hacia los cerros altos, alejándose del mar y a la vez
aumentando el vértigo de su horizonte elevado, a veces en diagonal sobre las
calles. Allí aparece el puerto como el lugar en permanente cambio, un lugar de
interminable tránsito: donde ayer hubo una casa hoy hay un bar, donde ayer hubo
una discotheque hoy hay un agujero negro con ratas y fachadas quemadas
sostenidas por la cosmética de unas vigas. Es el espacio donde se mantienen las
máscaras, pero dónde el cambio constante del espacio público es un síntoma de
lo posmoderno y rutinario. Aparecen esas tocatas de disueltas bandas como luces
en el pasado de algunos personajes, rostros que rápido se encendieron y rápido
se apagaron, la frialdad y el encandilamiento.
A modo personal creo
que no quedan conclusiones sino sensaciones, que la literatura es sospechosa si
entrega certezas, sobretodo en estos tiempos.
¿Cómo son los
personajes de estos cuentos? Claudio Maldonado hace notar que no apuestan por
ganarse la simpatía del lector como mecanismo de identificación. Se trata de personajes
jóvenes, en su mayoría, pero desencantados tempranamente de su proyecto ya sea
sistémico o antisistémico, quizás como un síntoma de época, seres que buscan un
lugar en este mundo y que de pronto quedan caducos, sin actualizar y en ello
pasan a formar parte del indefinido y tremendo escombro que sustenta el mundo
de aquellos que no se integran con una sonrisa al negocio de respirar.
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