Por Juan Yolin
Hace cinco años escuché el nombre de Eduardo Cobos.
Recuerdo, que por alguna razón, relaciono con la dulzura y solidez de un
patacón, con el tono maracucho de su enunciado: ¡Epa, Yolingo, tenés que leer
los cuentos del Lalo! Cuando se está acostumbrado a viajar con la literatura es
usual que este tipo de recomendaciones llegue en la forma de los poemas del
tío, el epistolario de la abuela o las canciones del sobrino. Pero esa primera
lectura me remitió a Beruti, cuento que abre el periplo de este libro y
que tras cinco años me sigue pareciendo brutal.
Todos eran ex algo, dice Cobos en Santiago, otra visita, y quizá ese sea el lugar
de un retornado que se sitúa entre la utopía y el desencanto. Ya no es mucho lo
que se puede decir sobre el camino sin tropezar con lo que alguien más lanzó a
un costado, pero lo cierto es que quien se arroja con poco, sabe que no puede
perder demasiado. Suponer que se puede perder algo es una soberbia, decía
Macedonio Fernández, ya que la mente humana está condenada a encontrar, perder
o redescubrir siempre las mismas cosas. Sospecho que con el tiempo el autor
llegó a aceptar esta verdad.
A la manera del poeta Ikkyū, un excéntrico monje
borracho y mujeriego, los personajes de este libro se mueven en la espera.
Caminan, culean (o al menos lo intentan) leen y escriben para ir viviendo de a poco pero sin desespero.
Pasan entre peronistas, progresistas, mendigos, clases medias, vendedores de lo
que sea. Y ofendidos por las tribus
de hoy, como un chiste largo y escabroso, se convierten en personas para todos
invisibles, inclusive a sus amigos.
Ya sea en el lejano pueblo de Itaí o en un bar que
lleva el nombre de un fruto amargo y curativo, persiste en estos personajes una
obsesión por señalar algo específico. Un gesto transversal a todo el libro y
que en ocasiones se torna hacia las aristas más mezquinas de la vida, pero en
otras, trabaja un filoso comentario sobre la pasarela cultural progresista de
las últimas décadas. Qué de ficción y qué de realidad, pregunta Cobos,
como una manera de reflexionar sobre la práctica oblicua del errante, y en
último término, de hacer las paces con que quizá no haya rumbo ni destino.
Los cuentos incluidos en esta edición dibujan un
arco fascinante y complejo de América Latina: desde la esperanza que significó
el retorno a la democracia hasta estos días llenos de incertidumbre. Época que
vio el auge de figuras como Fidel o Chávez, pero también la conversión en la
parodia de sí mismos. Mientras que otros, a todas luces más viles, han
encarnado de suyo el responso de una democracia que no llegó a cumplir ni la
mitad de sus promesas.
Dentro de este marco, se puede reducir el libro a
la necesidad de extraviarse como una verdad extremadamente privada. La de un
autor que atesora el oficio del lector y que deposita en él sus propios
anhelos, cualquiera sea la peligrosidad o vehemencia de los mismos. Y esto, en
definitiva, es de la pocas maneras que hay para honrar a los amigos y apuntar
hacia la blancura de este siglo, como diría Pasolini, de hombres y mujeres que
a pesar de caminar juntos, están ahí, al sol.
Diciembre 2018 / Valparaíso
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