LA DIMENSIÓN DE LA FIRMA
Sobre "Memorias del Bardo Ciego" de Bernardo González Koppmann
por Rodrigo Arroyo
Sobre "Memorias del Bardo Ciego" de Bernardo González Koppmann
por Rodrigo Arroyo
Para ser poeta hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad
Pier Paolo Pasolini
¿De qué modo el relato persiste en la poesía?
¿De qué modo, sino en el poema quizá, se puede estar fuera a la vez que se está en lo más interno?, ¿Es pérdida el dominio, la firma?
¿Qué tanto de narratividad se permite una poética?, y en caso de permitírsela, ¿Habrá de cumplir ella con una linealidad o coherencia narrativa? Digo esto pensando en el ordenamiento de Memorias Del Bardo Ciego, y en aquello del relato subterráneo o a contrapelo que el poema tendría; pues la presente versión nos ofrece un orden que pareciera estar en oposición al relato –siempre subterráneo- natural que uno supondría en la lectura.
Así, este orden natural sería comenzar con La hija de Ukki, continuar con Intemperies, y mantener la continuidad con La hermosura del ser; para luego dejar el orden establecido por Bernardo. Este ordenamiento, más allá de suponer alguna arrogancia en la lectura corresponde a una pausada y detallada introducción en el mundo natural, desde una lejanía física o mitológica del mundo nórdico hacia una naturaleza o mitología, una historia, de orden local, que serán el entorno total, en La luz que no encendí, último capítulo del libro.
Y es allí, en ése último capítulo de Memorias del Bardo Ciego (Ediciones Inubicalistas 2010) que Bernardo pareciera tomar una particular distancia de quien pudiese ser un referente (de varios, cómo no) a la hora de revisar este libro, me refiero a Jorge Teillier, y en específico a partir del poema Los Dominios Perdidos. Lo particular e importante de esta distancia sería tal vez notar que en Bernardo se da cierta contemplación, que linda con el testimonio, hecho que nos hace pensar en redefinir lo que se ha entendido o malentendido por larismo. Más allá de revisar o de ir a la fuente, en lo que respecta al conocimiento de obras, de poéticas, creo que debemos pensar los conceptos que se aplican a la poesía, a la escritura en general. Tensionarlos y cruzarlos constantemente para evitar su anquilosamiento. Porque si ya es complejo conceptualizar o definir, hacerlo mal o no hacerlo genera un problema que se transmite de generación en generación y se vuelve aún mayor al intentar rescates o revisar obras. Vuelvo entonces al concepto del larismo; la distancia, o de algún modo la privación de la experiencia como una posibilidad perteneciente sólo al sujeto, genera una melancolía, una distancia, que se hace presente en el lenguaje; lo transforma poderosamente en su relación con la naturaleza, que en parte sería su medida. Lo mismo ocurriría con el lugar de origen, porque en él encontramos nuestras huellas, y en ellas nuestra ausencia, la seña que indica que por ahí anduvimos, por ahí habitamos. Lo que creo respecto al larismo es que la experiencia se hace presente de modo oblicuo, esto es: sólo a través del lenguaje, no del yo poético, digamos del sujeto. La voz entonces se transforma en una rememoración de la experiencia, de lo acontecido y no presenciado, o lo acontecido y que no volverá a acontecer; entregándole ese espacio de pérdida a la lírica, porque ella sería una metáfora de lo perdido. La música oculta el silencio, se transforma en un tupido velo. Entretanto, la palabra se convertiría en una ofrenda, porque se reconoce un estado de subordinación; ante la naturaleza quizá, ante la derrota, histórica o personal; o incluso subordinada –la palabra- hacia esa otra palabra, que es la palabra poética. Una ofrenda que tal vez busque la mímesis, es decir, leer lo telúrico como una posibilidad que la palabra sea tan real y ficticia como la tierra misma, por ejemplo. O, pensando mejor aquello de la subordinación, pensar tal vez los vínculos que Bernardo mismo reconoce con la poesía campesina lapona y china, como ese otro que se busca, se necesita y le es asignado. Así, es posible pensar que un vínculo más estrecho es el que se daría entre Bernardo y Rolando Cárdenas, porque en Teillier la experiencia a veces (o la posibilidad de ella) se adelanta a la contemplación, se hace experiencia, en él la oscuridad se hace (2).
Un testimonio señala en su exhibición un lenguaje condicionado en base a su condición presencial, y a partir de ella se permite la firma; lo que nos queda a nosotros, o lo que nos deja, es la profundidad que existe entre lo presencial lo escrito y el lenguaje sostenido, esto es: la firma que no es sino escritura, pero de algo que sucede más allá, o fuera del poema, y que no es experiencia, o si lo es sería algo así como un juego de espejos, es decir, experiencia de presenciar una experiencia:
“Y hablan los árboles y las zarzas y los cercos (…) Hablan las cenizas después del día/ hablan los muros/ habla el pan…” (3).
La firma entonces no es sino lenguaje luego del acaecer del mundo, y nosotros fuera, melancólicos buscando la belleza en un testimonio ajeno o propio; pero diciendo, siempre diciendo.
“El silencio se hizo, pues, el silencio allí arriba en la montaña” diría Celan en Diálogo en la montaña, y más allá del encuentro fallido con Adorno; allí Celan establece una separación respecto a lo bucólico. Esto es interesante respecto al libro de Bernardo, porque (pese a no ser bucólico) en la sección El lento trajinar de lo que amamos se establece otro vínculo, donde la naturaleza adopta una posición, digamos, menor, respecto a cómo es abordada en los otros capítulos; y esto se explica a través del diálogo que nos propone. En el diálogo que Bernardo establece con otros poetas, con la historia reciente, deja ver u oír la voz del Maule; de una tradición que se pregunta por la relación entre la palabra y el mundo.
Otra veta que nos señala Bernardo, y que en su poesía es un espacio de problemático o de tensión, es el esfuerzo de la palabra poética de no quebrantar aquello que la vida sigue su curso, apartándose de quién lee de quién escribe. Creo así que en Memorias Del Bardo Ciego, existe una inclinación hacia una separación de la vida y la lectura (o escritura) es más, se da cierta predominancia de lo natural respecto al mundo poético (en cuanto lectura o escritura) por ejemplo, en el poema Verso Libre, o Biblioteca Nacional; en ellos Bernardo pareciera coincidir con Kafka en aquello de la separación entre vida y lectura: “Mientras leemos a los muertos/ se me olvida el nombre de los pájaros” dice Bernardo, pero una vez que avanzamos en la lectura general del libro y conversamos con el autor vemos que se da una insistencia por volver sobre la naturaleza; como queriendo ser algo más que un poema, un llamado quizá a leer desde allí, desde la naturaleza, así entonces no habría separación, fisura. Trasformándose esta decisión, en una primera lectura, en la oposición al llamado realizado por Huidobro en su manifiesto Non Serviam, esto es: abandonar el canto a la naturaleza por un mundo o una realidad propia. Pero en una lectura más profunda podemos ver que esto no es así, que al adentrarse en las descripciones, en las imágenes del entorno Bernardo propone una contemplación del mundo natural como un espacio perteneciente al libro, al poema, al arte. Es decir, una opción vital, en vez de quedarse en un canto hacia aquella viejecilla encantadora que señalara Huidobro, generando una melancolía por aquella distancia que podemos notar más claramente en la sección El lento trajinar de lo que amamos. Dicha sección o capítulo se ve atravesado por el tiempo, así por ejemplo el poema Pichanga señalaría el pasado como dotado de cierto sentido que jamás recuperaremos, entregándole así al poema una condición de ofrenda, un testimonio de significado a lo perdido, a la desaparición. Y la condición de ofrenda de esta escritura reside en un lenguaje deformado. Como susurrando que la escritura suele refugiarse en un quiebre, en cierta violencia, para luego llevar al lenguaje más allá del tejido que conforma en el poema, y tal vez hacer que habite en él en forma transparente o subterránea quizá, un relato, completamente distinto a lo que el mismo poema se refiere. Y que cuando aflore haga presente en el poema el recuerdo de lo desaparecido, de lo muerto, de la violencia, o quizá de un atisbo al desborde de la belleza, como cierto contenido residual del poema.
Creo que el trabajo anterior sostenido por Bernardo y revisado por Felipe Moncada con mayor precisión se presenta ahora como una culminación que nos lleva obligatoriamente a revisar el concepto del larismo; nada más para dejarlo como una referencia incapaz de acotar este libro. Por otro lado, la revisión crítica del pasado reciente, sería al decir de Sergio Rojas “El ejercicio de recomposición de una subjetividad frágil y contextuada” (4), es decir, repito lo anterior: una ofrenda, llevándonos a pensar, otra vez, en el poema Pichanga como una estrategia que transforma al poema en el espacio (5) desde dónde es posible nombrar aquello imposible de nombrar, sin transformarlo, al poema, en un ejercicio de recuperación histórica. Sino más bien un espacio frágil y contextualizado a través de la memoria personal. Y que, insisto, da cuenta de un lenguaje deformado por un conjunto de hechos recientes, y ante los cuales el silencio sería el cómplice para el triunfo del enemigo. Que dicho sea de paso, no deja de triunfar.
Finalmente, cómo no, una anécdota. Bernardo publicó su primer libro el año 81, año en el cuál yo nací. Y la anécdota deja de ser tal al estar presentando este libro, al darme cuenta lo que puedo aprender de esta poesía, o los caminos que ella deja como opción ante el panorama de escrituras que parecieran estar siendo ejecutadas de espaldas a una puerta de salida, la cual se encuentra cerrada, y al parecer, sin ser vista.
Notas
1.- Quisiera aclarar que al fijarme en el título del capítulo no estoy diciendo que el análisis que hago tenga relación con el contenido del capítulo en sí.
2.- Teillier Jorge, Los Dominios Perdidos, “Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día, / sino la que alguna vez apagamos/ para guardar la memoria secreta de la luz.”
3.- Las cosas importantes se dicen en voz baja
4.- ROJAS Sergio, Cuerpo, Lenguaje y Desaparición, en Políticas y estéticas de la memoria, Nelly Richard/editora, Ed. Cuarto Propio, Santiago 2006, pág. 177
5.- ROJAS, op. Cit. Pág. 178: “Se trata de la memoria como lugar de lo que no tiene ni puede tener lugar en el presente”
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