jueves, 24 de marzo de 2011

Reseña

Leonidas Lamm, el pecador invisible
 Por Ernesto Sepúlveda Cádiz

La primera aparición del nombre de Leonidas Lamm (1946) la hallé en una gastada fotocopia de un ensayo de Martin Lienhard, especialista suizo en cultura hispanoamericana. En la parte superior izquierda aparecía escrito a mano “Trad. L. Lamm”, con una flecha que apuntaba hacia una nota manuscrita que rectificaba: “Leonidas”. El texto en sí era lo suficientemente aburrido para que lo dejara en la introducción; el estudio del profesor europeo, si mal no recuerdo, daba una somera información sobre las formas de organización política de los indígenas de la zona sur de Venezuela. El retrato en sí era sumamente precario, enciclopédico y ejerció un claro desprecio de mi persona hacia Lienhard y en especial hacia la figura de Lamm ¿Cómo alguien se daba el asco de traducir tamaña porquería?
Lo más seguro es que el traspaso de aquel estudio al castellano, sería parte de la labor académica del personaje. Ya pensaba que Lamm sería un claro “chupamedias” de todos los doctores de su facultad, un lame suelas de esos que abundan en los departamentos de estudios latinoamericanos. Sin embargo, mi sorpresa fue mayor cuando, al revisar un libro mexicano de artículos sobre Gabriela Mistral, se citaba a pie de página: Lamm, Leonidas “Gabriela Mistral o la tortura del paisaje”. Notable título, digno de ser secuestrado, pensé. El nombre de este profesor volvía a surgir del marasmo ¿Quién era este personaje? ¿Qué era esa revista “Komala” citada por el autor? Por un momento llegué a creer que la biografía de aquel ensayista y traductor sería del tipo 2666 de Bolaño y que aquella publicación era el lugar de una resistencia de su espíritu ante la batahola universitaria; sin embargo, el hombre tenía su residencia: Universidad de Viadrina, Frankfurt (Oder).
Nada estuvo del todo claro hasta la aparición, por Ediciones Inubicalistas, de Los hijos suicidas de Gabriela Mistral. Antología de jóvenes del Valle de Elqui (2010). Por un cercano de los gestores de esta editorial, en una conversación informal vía correo electrónico, en donde me fue narrada una breve sinopsis del asunto. El original había sido enviado, sin ningún interés, por un tal Navarro Geisse, antologado en este trabajo. Pero por otro lado, algo aún más salvaje adornaba el retrato de aquel amigo porteño: Lamm se había suicidado en Austria en 2009, sin pena ni gloria. Los aficionados a las búsquedas bibliográficas, al estilo Pedro Lastra, tendrán aquí, sin lugar a dudas, una fuente de infinita de investigación.
No obstante, antes de tener este libro en mis manos, todo, absolutamente todo cabía en la enorme posibilidad de una gran broma, con una suerte heterónimo que deseaba pasarle a algunos lectores una mala jugada. El interés que suscitan las páginas del libro de Lamm pueden desmentir esa percepción. Igualmente cabe decir que la elección de Lamm de cuatro poetas del Elqui (Juan Miguel Godoy, Fernando Navarro Geisse, Alfonso Pinto y Pedro Álvarez), todos nacidos entre las décadas de los ’70 y los ’80, raya en la nostalgia al comprobarse que el mismo profesor habitó en su infancia aquel valle, al que nunca volvió por causa del exilio político. Aunque el nivel poético de los invitados no ofrezca un bálsamo renovador en la poesía chilena –dado por el hecho de la renuncia de estos autores al oficio poético-, lo importante de esta antología está en el rostro vital de un hombre que, como tantos, desapareció en las notas al pie de una biblioteca del viejo continente. Quien se acerque a esta obra no sólo hallará a un grupo de autores de meridiana calidad, sino también una noticia terrible en su epílogo –preparado por el mismo Navarro Geisse y que dejo descubrir al lector. El patetismo de Lamm y su esfuerzo topa un fin que sólo puede ser su comienzo, un rastreo interminable en una literatura quizás ya inexistente que ha encontrado en este compendio un final tan terrible como el de su autor.

Antofagasta, 2010

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