domingo, 28 de abril de 2013

El poema de las tierras pobres, de Jorge González Bastías

Una poesía social situada en una actualidad permanente
por Carlos Henrickson


Cierto es que se ha dado vueltas de página en la lectura que la literatura crítica no ha dejado obcecadamente de hacer sobre nuestra poesía de principios de siglo; y esto en algunos -entre los que me incluyo- constituye labor de justicia. Esto porque los cánones literarios, sea para la facilidad de quienes se cansan de leer o para la economía de los libros de texto, se construyen desde operaciones artificiosas, en que no están lejanas la negación y la esquematización de aquello que jamás podría ser esquematizado -nada menos que la experiencia cotidiana. Desde el centro productor de los cánones en nuestro país (nuestro ogro capitalino), estos procesos se han hecho sin dudas ni remordimiento: se dice que la poesía chilena moderna tiene que nacer desde un nicaragüense o de un santiaguino martirizado por un terremoto en una provincia, pero no puede salir de un bohemio nacido en Curepto (me refiero a Pedro Antonio González) y menos de nuestra siempre viva poesía popular que, desde su matriz campesina hasta sus formas urbanas, se planteó siempre conociendo mejor los suelos que pisaba que el aire de las academias y los altos conceptos universalistas e ilustrados. 


Por esto, el desafío de volver los ojos a Jorge González Bastías (Nirivilo, 1879) impone una dimensión ética: sacar a luz es, en la historia de la cultura latinoamericana, bastante más significativo que dar cuenta de las masacres o los grandes movimientos económicos. Los modos de vivir resultan mucho más indispensables para una visión clara de nuestro pasado -que siempre dará su eco en el futuro-, y si hablamos de González Bastías sacamos a luz, imbricada a su palabra, una experiencia social entera que fue relegada, como tantas otras, al pie de página para nuestra Historia modelada según el infinito progreso de nuestra producción económica.
El poema de las tierras pobres (Santiago: Soc. Impr. y Litogr. Universo, 1924) tiene, como ya lo sabe la gran mayoría de los que escucha, una profunda relación con la problemática que ya esbozamos. El libro busca retratar sin posible ambigüedad la catástrofe integral que sacudió a una de las pocas sociedades construidas en torno a la vida fluvial que ha habido en Chile, resultado de una combinación de factores que, desde nuestro 2013, hemos aprendido a ver como costos inevitables del desarrollo nacional -a todas luces un gesto facilista. Facilista, porque nos ayuda mucho el no ver la catástrofe con nuestros propios ojos, y el verlo desde nuestra vida urbana, experiencia que tiene la miseria casi como segunda naturaleza -en la ciudad latinoamericana, se sabe, la miseria es un componente necesario desde su misma fundación. Y esto es importante para elucidar desde dónde habla González Bastías en este libro.
La poesía chilena tiene un anclaje natural en la provincia lejana y marginalizada, pero decir esto implica de inmediato asumir la segunda parte de la historia: jamás la poesía chilena ha terminado de buscar situarse en los centros geográficos urbanos, que producen desde academias o medios editoriales (lugares de valoración) pequeños cánones provinciales que avanzan en procesión hasta el gran ogro capitalino. Esto no es simplemente un hecho externo a la escritura: la situación del autor al momento de armar el texto termina traspasando absolutamente su creación. Pienso en Pablo de Rokha, que tan sólo dos años antes de este libro había publicado en Santiago, donde ya vivía permanentemente, Los Gemidos; poemas que se refieren inequívocamente a la vida maulina como Retrato de mujer, Sensación del invierno sobre la tierra o Idilio, vacilan entre la crítica salvaje a la vida pueblerina (centrada en la ciudad de Talca) y la representación de la naturaleza como un flujo vital y como fuente primordial de belleza y verdad. Valga la redundancia que mencionaré en un par de líneas más cuando leemos a alguien como de Rokha que en su obra futura será un intérprete tan acabado de la miseria social y de la vida maulina: se hace difícil ver naturalmente a la naturaleza cuando toda la organización cultural es una máquina de representaciones que inventa perspectivas que no tienen necesariamente con la realidad sino una relación de analogía. Tanto el criollismo como el larismo son, a este respecto, dispositivos armados en virtud de ciertas necesidades sociales de momentos específicos, en que el mundo rural es forma de verdad y belleza: respectivamente viva y presente (en el criollista Mariano Latorre), o pasada y muerta (en el lárico Jorge Teillier).
González Bastías nos entrega algo radicalmente distinto, precisamente en una época axial entre ambas perspectivas de la vida rural, y podemos encontrar la causa de esta distinción en su biografía: él ya había tenido su paso capitalino, siendo colaborador privilegiado de las revistas literarias que estaban en primera línea de su época. En la señera antología Selva Lírica, del año 1917, parte de los poemas seleccionados -pertenecientes en su mayoría a Misas de primavera, de 1911- están cargados de una nostalgia idealizadora, en que ya está presente la pérdida, transmitida en las claves que serían recurrentes después en la perspectiva lárica: el recurso a la infancia como un pasado irrecuperable, la muerte de la amada o la mistificación de la naturaleza. La forma elegida da la medida de una voluntad de corrección y armonía expresiva, que revela a las claras la predilección de González por el Siglo de Oro español: la operación continúa siendo la comisionada por un país en pleno proceso de conocimiento de sí mismo, la dignificación del paisaje y la vida rural a través de su imbricación con los modos literarios más nobles que ratificaba la Academia, en sus años más notoriamente conservadores.
Sin embargo, en las Elegías sencillas, incluidas en la selección de 1917, vemos claramente el camino que conducirá a El poema de las tierras pobres. No es sólo que el ritmo se hace más natural, en el sentido de ajustado a la musicalidad oral, sino que además se aprecia ya el abandono de la dependencia de las formas españolas clásicas, propiamente enmarcado en el mejor concepto del mundonovismo -el adelantado por Francisco Contreras. Además, ya aparecen ahí rasgos fundamentales de El poema de las tierras pobres: el campesino anciano, el lento son del barquero (que será nombrado con el término menos universal, guanay, desde su Vera rústica, de 1933) que recorre el ambiente nocturno como el alarido sin voz que se oirá en los breñales de las tierras pobres. Y es que González Bastías no sólo estaba de vuelta en Infiernillo, sino que iniciaba sus responsabilidades públicas en el plano de la política local, donde, sea en el campo o en la ciudad, son escasos el desinterés y los ideales, y se tiene siempre de frente, sin posibilidad de disimulo, la injusticia cotidiana que, más que anomalía, es un rasgo esencial de nuestras pequeñas sociedades amarradas al capital y la ganancia fáciles.
Y es quizás esto lo que más llama la atención a quien toma en sus manos El poema de las tierras pobres con la falsa expectativa de leer a otro poeta mundonovista de provincia de principios del siglo XX: el corazón mismo del texto remite a injusticias concretas, en que el poeta toma esa voz que le falta al alarido doliente, sintiendo que los dolores de otros hombres se recogen en él. Y cuando toma esa voz, no hace la compleja labor de traducción que el modernismo le tendría que imponer, para hacer digna de belleza la queja. Escuchemos:

- Ochenta y cuatro años
viví en estos bosques,
y no ha sido el tiempo
lo que tiene torpes
mis brazos... mis brazos,
sierpes de los robles!

Negro, negro día.
El rostro de bronce
del juez me seguía.
Día como noche.

Tanto crimen, tantas
mezquinas pasiones;
tanta, tanta pena
sin que nadie llore!

En un calabozo
húmedo tendióme
de modo que siempre
estubiera inmóvil.

Sufría en la tierra
mi costado inmóvil
-más que por los hierros
por estar inmóvil.
Se llagó mi carne
inmóvil, inmóvil.
Perdí la conciencia
y fuí sombra inmóvil...

Pasa el viento, pasan
pájaros y flores.
(p. 16-17)

Sería largo nombrar cuántas convenciones de la época rompe en este trozo el poeta: baste con decir que en el intento por acercarse a la oralidad, el poeta es capaz de romper cualquier estrictez del esquema métrico y rímico, la elección de las palabras ocupadas alterna entre la total sencillez expresiva y el recurso poético ocupado en la medida justa para acabar concentrando todo el texto en ese inmóvil, que emparenta en una síntesis escalofriante la forzada cesantía, el pasmo de la miseria, el castigo de la ley y la muerte en un solo concepto. González Bastías cierra el trozo con un leitmotiv que, acelerando el ritmo del verso anclando el peso en el pasar, nos da a través de elementos tradicionalmente vinculados a la belleza de la vida natural (el canto y el color) tan sólo la experiencia del tiempo, que desplaza toda posibilidad de permanencia de lo bello y lo natural. Pero no es que todo acá sea fugaz e indefinible: escuchemos el comienzo del trozo, en que define el paisaje que permanece:

Pasa el viento, pasa.
Lleva los rumores
del árbol y el pájaro...

Nuestra tierra pobre
no ofrece alegría
para unas canciones.
Sólo ofrece un brillo
de agresivos cobres
tal la empuñadura
de un puñal deforme.

Pasa el viento, pasan
pájaros y flores.
(p. 15-16)   

Cabe recordar que los cobres aludían hasta hace poco a la moneda de baja ley. El tema, entonces, se impone con un eco absolutamente actual (pensemos en los valles cordilleranos bajo la sombra de la minería, en la zona austral tras la caída del negocio del salmón, en la salud de comunas enteras sacrificadas para que en ellas la producción de energía pueda desarrollarse, como en la provincia de Puchuncaví): se trata de la ruina ecológica de los modos de vida vinculados a la naturaleza realizada por obra y gracia del capitalismo. En un momento en que la poesía latinoamericana está recién empezando a descubrir, bajo el viento de la vanguardia europea y rusa, el arsenal de procedimientos con los que abrir camino a una crítica social auténticamente directa y combativa, González Bastías da un salto sobre el vacío, dejándonos un libro cuya potencia crítica no disminuye en nada su profunda verdad poética. Cuando Neruda, casi treinta años después, trabaja en verso libre, de manera análoga, el testimonio del sufrimiento popular en el Canto General, en la sección La tierra se llama Juan, nos es inevitable sentir un eco de Brecht, en años en que la posibilidad de tocar el tema social desde la voz del mismo sujeto se convierte en problemática urgente; en González Bastías tales procedimientos nos suenan con una frescura absolutamente distinta, y si quizá a algo nos llevan es a una zona olvidada y poco leída: el carácter manifiestamente popular y de crítica social de las comedias del Siglo de Oro español dedicadas a los abusos contra aldeanos y campesinos por parte de nobles y agentes de la Corona. Las analogías son numerosísimas, y quizás, terminemos -más allá de un estudio puramente literario- reconociendo gestos que en nuestra cultura civilizada son trágicamente recurrentes.   
Sin entregarse a gestos vanguardistas fáciles (si bien su conciencia del verso puede considerarse efectivamente revolucionaria), sin dar la nota fácil que supondría utilizar el canto popular (si bien deja ver mucho de su naturalidad expresiva), González Bastías descubre en cada ocasión su propio modo de resolver los problemas que le impone un tema inédito en su época: la miseria campesina; y no es otro el modo en que la poesía de verdad grande alcanza su misión de aparecer y hacer aparecer de forma siempre nueva, más allá de la máscara de aquello que el mundo cree ver todo el tiempo frente a sus ojos.
Este libro nos sugiere, entonces, una tarea fundamental: el deber de revisar nuevamente la historia de la literatura social chilena, más allá del forzoso e inevitable orden esquemático producido tras la hegemonía cultural planteada y alcanzada por el Frente Popular desde 1938. Una visión justa de obras como El poema de las tierras pobres no nos señala, sólo, una obligación de eruditos: nos planteará horizontes más amplios para pensar en la posibilidad de una literatura social que esté a la altura de nuevos desafíos en los tiempos difíciles que nos tocan. Quien lea a González Bastías, descubrirá una poesía que puede mirar y dar luz hacia nuestro futuro. 

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