Ediciones Inubicalistas, Valparaíso
2016, 164 páginas
Felipe Moncada Mijic
Alejandro Lavín concentra en su
poesía, elementos que dan cuenta de un registro quizás no utilizado en la
tradición poética chilena, pues el arcaísmo, el humor, los elementos
culteranos, lo telúrico, el habla popular, los localismos, encuentran una rara
conjunción, como si una excéntrica alineación de astros nos revelara que las
poéticas son islas de esteticismo, elecciones formales para poder respirar en
la densidad de las palabras.
Se podrían dar ejemplos de cada una
de las características nombradas anteriormente, pero si se ha de ahondar en
aquello que predomina, habría que hablar del aspecto terrestre, de una poesía
que parece estar hecha de arcilla, pero que por ello no abandona el ingenio ni
el humor. Y es que el poeta Alejandro Lavín ejerció además el oficio de
alfarero, situándose en contacto directo con la arcilla, el agua, el fuego,
experiencia que traspasa al hablante de su poesía. En esa condición es que se
manifiesta consciente de la relación entre la furia volcánica de la ceniza y la
quietud de los cantos rodados.
La fertilidad y la abundancia de la
tierra bien labrada son ingredientes del sueño campesino en general y del
maulino en particular. Si se han de buscar antecedentes en el imaginario
artístico de la región sería imposible no recordar la visión del pintor
radicado en Linares, Pedro Olmos, con sus campesinas y campesinos robustos, el
relato de las grandes trillas, las espigadoras, las escenas de la fiesta, un
mundo idealizado y donde el vínculo con el trabajo y los frutos de la tierra va
siempre acompañado de la abundancia y la generosidad de las formas. Al indagar
en los poetas maulinos, creo que hay que mencionar a Pablo de Rokha y Efraín
Barquero como dos padres, dos toros que resoplan, el primero desde el dinamismo
de los elementos naturales y la injusticia social, el segundo desde un
simbolismo bachelardeano fundado en elementos, ritos y ceremonias en que la
materia está al servicio del espíritu. En estos autores se supera grandemente
el tan castigado criollismo que, sin embargo, da identidad al Maule, a pesar de
los intentos por refundarla desde la heterogeneidad. En los poetas nombrados
está además la denuncia de la explotación agraria como oposición de una feliz
postal campesina.
No estamos en presencia de un poeta
que declara el fracaso de su escritura, o que utiliza la pobreza y la
marginalidad como puntos políticos a su
favor; el hablante de estos textos está consciente de sobrellevar un oficio
susceptible a escarnio en un mundo materialista, pero su consuelo es la misma
rara percepción que lo hace escribir, similar a la locura que propone Erasmo
para tolerar las estrecheces del mundo.
En el año 1964, Alejandro Lavín
publicó su primer libro, Los gallos suburbanos (posteriormente corregido
por el autor como El ritual de los gallos suburbanos), poemario
desaparecido completamente de los registros y la memoria colectiva, en una
situación bastante común en nuestra literatura. Luego de 46 años sin publicar
es que aparece su libro Fiesta del alfarero. Estamos entonces ante una
escritura que perfectamente habría quedado trunca, lo que hace pensar que la
continuidad de una obra no está relacionada necesariamente con una producción
sistemática, sino más bien con una coherencia interna que le permite erguirse y
sostenerse ante el silencio de sus contemporáneos y del medio cultural que lo
rodea; sobre todo si este es antagónico o indiferente.
No deja de hacernos pensar en la
posibilidad de la poesía como un acto de sobrevivencia, más allá de su
utilitarismo en función de obtener logros en la sociopolítica de la cultura,
cada vez más permeada por la noción de espectáculo. Sobre esto, citaré el
epílogo del autor a Fiesta del alfarero y que sirve para comprender su
posición hacia la creación en el último tramo de su vida:
“Jamás
he estado orondo de mi obra; la sé imperfecta y sé que aún podría corregirse.
Desgraciadamente, mis trabajos hechos de material estable, no pueden ser
enmendados de su cojera congénita. Pienso en las fallas de mi cometido
literario y de mi actual atrevimiento en hacer poesía. Pienso que un escritor
satisfecho es afeminado que acaricia con fruición su tratado de cosmética. He
amado desde niño la poesía y busco alcanzarla en mi vejez. Ojalá mis castigadas
manos de alfarero logren asir las evasivas formas de la creación, en ese
bachelardeano amasijo donde toda materia terrestre tiene repercusión en
nuestros sueños.”
Allí el poeta describe cómo funciona
la relación entre artesanía y escritura con respecto a lo inacabado, lo hecho
por debajo de las expectativas, y, además, la posibilidad de llevar latente
durante años la posibilidad de “alcanzarla”, acción que, a mi juicio, logra con
plenitud en su último libro publicado un mes antes de su muerte. Se trata de Pez
de piedra. El título hace referencia a piedras pulidas por el autor,
recogidas en distintos ríos y esteros de la región, pulimentadas y convertidas
en rústicas artesanías; pero también alude a El Lago del Pez de Piedra,
un poema chino de Yuan Chieh, de la dinastía T’ang, en que hace alusión a una
isla con forma de pez, en el centro de un lago, hacia donde los jóvenes envían
barquitos de madera con tazas de vino.
La admiración por lo antiguo y lo
silvestre, se funden musicalmente, advirtiendo que del materialismo de esta
época poco será lo que se puede rescatar, más que rudas materias pulidas por
artes del espíritu -una actitud si se quiere, anacrónica-, proponiendo un
habitar al margen de la época, una fisura en la historia concebida como una
evolución lineal. Estamos ante una voz que no cree que la validez de los
discursos tenga que ver con la actualización de los referentes, sino más bien
con la asimilación lenta de viejos temas y conceptos universales fundidos en un
rústico horno de cerámica.
Alejandro Lavín fallece en abril del
año 2012, al mismo tiempo que en la Universidad de Talca se realizaba su
exposición “Peces de Piedra”, con terracotas y piedras labradas. Del catálogo
de dicha exposición, recogemos un texto suyo que podríamos considerar como su
testamento estético:
“Se
me ha ocurrido presentar estos materiales diversos, a fin de extraerles su
lenguaje interno; es decir, develar con sudor su contenido estético.
Tierra
cocida, piedras o palabras, encabezan un triunvirato cuyas voces -como diría
Malraux-, provienen del silencio.
La
arcilla aplastada, el canto rodado, la palabra del diccionario me han salido al
encuentro; pues, los escultores hablan de oportunidad, ya que todo está dentro
del mármol elegido.
Tierra
de espléndidas alúminas volcánicas y de poetas no menos iridiscentes, sea esta
exposición de mis afanes un homenaje al paterno río Maule.
Seres
líticos fusiformes vienen de meandros ancestrales; solo faltan aletas para que
naden o vuelen en imaginaciones gonzalorojianas.
Buen
dar: a la greda solo la favorece el pellizco amoroso y a la palabra una
escapada de su empolvado casillero.
Disfruten
mis mauchos amados, de las materias elementales que nos ofrenda el gran
Descabezado.”
Esperamos que en esta reunión de
poemas, que incluye textos inéditos y otros de una antología ya no disponible,
se dé una cabal panorámica de este creador maulino, posibilitando que se
incorpore al imaginario poético por parte de las nuevas generaciones.
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