miércoles, 11 de mayo de 2016

PRESENTACIÓN DE POESÍA REUNIDA, DE ALEJANDRO LAVÍN

Ediciones Inubicalistas, Valparaíso 2016, 164 páginas

Felipe Moncada Mijic


Alejandro Lavín concentra en su poesía, elementos que dan cuenta de un registro quizás no utilizado en la tradición poética chilena, pues el arcaísmo, el humor, los elementos culteranos, lo telúrico, el habla popular, los localismos, encuentran una rara conjunción, como si una excéntrica alineación de astros nos revelara que las poéticas son islas de esteticismo, elecciones formales para poder respirar en la densidad de las palabras.

Se podrían dar ejemplos de cada una de las características nombradas anteriormente, pero si se ha de ahondar en aquello que predomina, habría que hablar del aspecto terrestre, de una poesía que parece estar hecha de arcilla, pero que por ello no abandona el ingenio ni el humor. Y es que el poeta Alejandro Lavín ejerció además el oficio de alfarero, situándose en contacto directo con la arcilla, el agua, el fuego, experiencia que traspasa al hablante de su poesía. En esa condición es que se manifiesta consciente de la relación entre la furia volcánica de la ceniza y la quietud de los cantos rodados.
La fertilidad y la abundancia de la tierra bien labrada son ingredientes del sueño campesino en general y del maulino en particular. Si se han de buscar antecedentes en el imaginario artístico de la región sería imposible no recordar la visión del pintor radicado en Linares, Pedro Olmos, con sus campesinas y campesinos robustos, el relato de las grandes trillas, las espigadoras, las escenas de la fiesta, un mundo idealizado y donde el vínculo con el trabajo y los frutos de la tierra va siempre acompañado de la abundancia y la generosidad de las formas. Al indagar en los poetas maulinos, creo que hay que mencionar a Pablo de Rokha y Efraín Barquero como dos padres, dos toros que resoplan, el primero desde el dinamismo de los elementos naturales y la injusticia social, el segundo desde un simbolismo bachelardeano fundado en elementos, ritos y ceremonias en que la materia está al servicio del espíritu. En estos autores se supera grandemente el tan castigado criollismo que, sin embargo, da identidad al Maule, a pesar de los intentos por refundarla desde la heterogeneidad. En los poetas nombrados está además la denuncia de la explotación agraria como oposición de una feliz postal campesina.
No estamos en presencia de un poeta que declara el fracaso de su escritura, o que utiliza la pobreza y la marginalidad como puntos políticos a su favor; el hablante de estos textos está consciente de sobrellevar un oficio susceptible a escarnio en un mundo materialista, pero su consuelo es la misma rara percepción que lo hace escribir, similar a la locura que propone Erasmo para tolerar las estrecheces del mundo.
En el año 1964, Alejandro Lavín publicó su primer libro, Los gallos suburbanos (posteriormente corregido por el autor como El ritual de los gallos suburbanos), poemario desaparecido completamente de los registros y la memoria colectiva, en una situación bastante común en nuestra literatura. Luego de 46 años sin publicar es que aparece su libro Fiesta del alfarero. Estamos entonces ante una escritura que perfectamente habría quedado trunca, lo que hace pensar que la continuidad de una obra no está relacionada necesariamente con una producción sistemática, sino más bien con una coherencia interna que le permite erguirse y sostenerse ante el silencio de sus contemporáneos y del medio cultural que lo rodea; sobre todo si este es antagónico o indiferente.
No deja de hacernos pensar en la posibilidad de la poesía como un acto de sobrevivencia, más allá de su utilitarismo en función de obtener logros en la sociopolítica de la cultura, cada vez más permeada por la noción de espectáculo. Sobre esto, citaré el epílogo del autor a Fiesta del alfarero y que sirve para comprender su posición hacia la creación en el último tramo de su vida:
“Jamás he estado orondo de mi obra; la sé imperfecta y sé que aún podría corregirse. Desgraciadamente, mis trabajos hechos de material estable, no pueden ser enmendados de su cojera congénita. Pienso en las fallas de mi cometido literario y de mi actual atrevimiento en hacer poesía. Pienso que un escritor satisfecho es afeminado que acaricia con fruición su tratado de cosmética. He amado desde niño la poesía y busco alcanzarla en mi vejez. Ojalá mis castigadas manos de alfarero logren asir las evasivas formas de la creación, en ese bachelardeano amasijo donde toda materia terrestre tiene repercusión en nuestros sueños.”

Allí el poeta describe cómo funciona la relación entre artesanía y escritura con respecto a lo inacabado, lo hecho por debajo de las expectativas, y, además, la posibilidad de llevar latente durante años la posibilidad de “alcanzarla”, acción que, a mi juicio, logra con plenitud en su último libro publicado un mes antes de su muerte. Se trata de Pez de piedra. El título hace referencia a piedras pulidas por el autor, recogidas en distintos ríos y esteros de la región, pulimentadas y convertidas en rústicas artesanías; pero también alude a El Lago del Pez de Piedra, un poema chino de Yuan Chieh, de la dinastía T’ang, en que hace alusión a una isla con forma de pez, en el centro de un lago, hacia donde los jóvenes envían barquitos de madera con tazas de vino.
La admiración por lo antiguo y lo silvestre, se funden musicalmente, advirtiendo que del materialismo de esta época poco será lo que se puede rescatar, más que rudas materias pulidas por artes del espíritu -una actitud si se quiere, anacrónica-, proponiendo un habitar al margen de la época, una fisura en la historia concebida como una evolución lineal. Estamos ante una voz que no cree que la validez de los discursos tenga que ver con la actualización de los referentes, sino más bien con la asimilación lenta de viejos temas y conceptos universales fundidos en un rústico horno de cerámica.
Alejandro Lavín fallece en abril del año 2012, al mismo tiempo que en la Universidad de Talca se realizaba su exposición “Peces de Piedra”, con terracotas y piedras labradas. Del catálogo de dicha exposición, recogemos un texto suyo que podríamos considerar como su testamento estético:

“Se me ha ocurrido presentar estos materiales diversos, a fin de extraerles su lenguaje interno; es decir, develar con sudor su contenido estético.
Tierra cocida, piedras o palabras, encabezan un triunvirato cuyas voces -como diría Malraux-, provienen del silencio.
La arcilla aplastada, el canto rodado, la palabra del diccionario me han salido al encuentro; pues, los escultores hablan de oportunidad, ya que todo está dentro del mármol elegido.
Tierra de espléndidas alúminas volcánicas y de poetas no menos iridiscentes, sea esta exposición de mis afanes un homenaje al paterno río Maule.
Seres líticos fusiformes vienen de meandros ancestrales; solo faltan aletas para que naden o vuelen en imaginaciones gonzalorojianas.
Buen dar: a la greda solo la favorece el pellizco amoroso y a la palabra una escapada de su empolvado casillero.
Disfruten mis mauchos amados, de las materias elementales que nos ofrenda el gran Descabezado.”

Esperamos que en esta reunión de poemas, que incluye textos inéditos y otros de una antología ya no disponible, se dé una cabal panorámica de este creador maulino, posibilitando que se incorpore al imaginario poético por parte de las nuevas generaciones.

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