Sobre
Territorios Invisibles, de Felipe Moncada
Por Rodrigo Arroyo,
enero 2017
LA INVENCIÓN DEL
LÍMITE
En el libro “Geonomía u organización
del espacio” publicado por Maurice-Françoise Rouge el año 1947, se establece la
diferencia que distingue al espacio geográfico de conceptos como medio o
paisaje. Anticipando en más de veinte años al discurso oficial, difundido por
el “Diccionario de la Geografía” de 1970. Convirtiéndose de paso, en el
principal referente a la hora de indagar en los orígenes de la geografía
aplicada. Vertiente que surge, entre otros motivos, con el propósito de
abandonar la condición de ciencia descriptiva y convertirse así en un campo de
aplicación. Un paso clave para alcanzar este objetivo fue situar la discusión
en torno a la localización y el estudio del espacio. “Para llegar a una
reflexión o estudio general es preciso que estudiemos la región y otras
unidades más elementales sobre las cuales tienen lugar diferentes fenómenos, a
veces invisibles en la compleja trama de la realidad”, señalaba en los años
setenta Jean Tricart. Confirmando así, a contrapelo, la idea que algunos libros
–diría Walter Benjamin– surgen como relámpagos en medio de la oscuridad,
iluminando las “zonas menores de la historia, en otras palabras, revelando
nuevas formas de percibir, transmitir y preservar el pensamiento. Estrategia, o
experiencia mejor dicho, que es posible percibir en el libro “Territorios
Invisibles”, de Felipe Moncada.
A través de un conjunto de ensayos nos
comparte aquellas reflexiones surgidas (como las ideas de Rouge) del estudio de
un nuevo espacio, definido previamente. Descubriendo en su interior una serie
de complejos sistemas que configuran la percepción, producción, modos de vida y
relaciones. Una trama –diríamos– donde los fragmentos, microhistorias, o
elementos menos importantes de la sociedad exhiben una exasperante paradoja, un
oscuro componente que no podemos encubrir, esto es: la presencia de lo general
en lo particular. Una especie de amenaza que de algún modo nos recuerda un
castigo por venir, o una roca a punto de caer. Que se impone, desplegada desde
las imágenes oníricas hasta el espacio más concreto de la realidad, por medio
del lenguaje. Cuyo orden es diseñado, reproducido y administrado para dominar
–especificaría Susan Buck-Morss– la subjetividad colectiva, valiéndose del
espectáculo y el analfabetismo para imponerse en medio de las ruinas,
perpetuando la excepción que hace posible la cultura e incluso la felicidad,
profundizando y expandiendo la miseria. En otras palabras: redefiniendo el
concepto de comunidad para luego reducir la profundidad de nuestro lenguaje,
exponiendo un dominio indisoluble que incluso permite, tal vez como ilusión, la
presencia y organización de un pensamiento disidente. Cuyo desplazamiento –diría
Ricardo Forster– “es una diáspora sin rumbo”. Una pasiva experiencia de
lenguaje y pensamiento, incapaz de tensionar el orden y la violencia que
avanzados sistemas de vigilancia, control y criminalización despliegan día y
noche. Alzándose como un discurso distante, una resistencia capaz de compartir
y reflexionar en espacios definidos las consecuencias de una vida subyugada a
una economía global, cuyos efectos y alcances nos asfixian, pero incapaz de
hacer algo al respecto.
Dejadlo todo.
Dejad a Dada.
Dejad a vuestra mujer,
dejad a vuestra amante.
Dejad vuestras
esperanzas y vuestros temores.
Sembrad vuestros
hijos en el rincón de un bosque.
Dejad la presa por
la sombra.
Dejad si es
necesario una vida desahogada, lo que os presentan como una situación con
porvenir.
Partid por los
caminos.
Dejar todo y partir por los caminos, señaló
Bretón, estableciendo anticipadamente un quiebre en la tradición del discurso
señalado previamente. Llamado que las vanguardias artísticas de la primera
década del siglo veinte, en cierta medida, hicieron propio. Antes de consolidar
su discurso, y terminar inscritos al interior de la paradójica tradición de la
ruptura, o del discurso distante, mencionado anteriormente. Ahora bien, siguiendo
el llamado en cuestión, más allá de la figura errática y solitaria del náufrago,
habría que pensar en alguien que deambula ajeno al trazado e instrucciones que
constituyen un camino; entregado al sendero que se despliega más allá de cualquier
mapa, idea, relato o acontecimiento; y que en cierto modo le ofrece la
posibilidad de transgredir o ignorar aquellos elementos que conforman una
noción formal de territorio. Permitiéndole tomar distancia de los límites que determinan
y regulan las relaciones surgidas en su interior; en un desborde que implica un
tránsito sin rumbo o sentido establecido (es decir, que no sigue el orden ni las
relaciones o formalidades supuestas dentro del espacio en que se desenvuelve) a
partir del cual tendría la posibilidad de restaurar sus sentidos, devolviéndoles
aquella sutileza arrasada por la educación, el paso del progreso y la agresiva expansión
de la civilización, la catástrofe y el desierto. Por otro lado, en este
recorrido descubriría, o tal vez recordaría algo que ya sabía y sencillamente había
olvidado. Es la naturaleza –diría Saer–, lo que finalmente persiste. Más allá
de todo ultraje, incluso, más allá del límite donde la historia y la memoria se
acumulan.
Ahora bien, en este libro, Felipe
Moncada piensa la escritura como un diálogo, o una posibilidad de compartir, sin manifiestos,
alardes ni regulaciones. Deambulando por caminos donde la compleja trama de una
poesía, que nos lleva en busca de lo incierto, pareciera enmudecer ante el
llamado (como es lógico, también los autores presentes) a volver y conformar
una comunidad, a retomar oficios y lugares, a contemplar la naturaleza,
compartiendo el destello de las palabras como se comparte una fogata. A volver
sobre las ideas y los sueños. Rescatando en silencio las hebras con que los
antepasados tejieron el lenguaje de un lugar. En este sentido, tal vez podamos
comprender el espíritu de estos ensayos usando una metáfora a partir del fuego,
el cual, ajeno a la posteridad, aparece como el punto de encuentro e
iluminación entre las personas. Preservando el lenguaje al interior de una
llamarada efímera, que estando atentos, veremos aparecer ante nosotros,
mientras la escritura pareciera volcar su búsqueda en lo desaparecido. Todo
esto, nos lleva a situar estos ensayos en la senda exploratoria iniciada por Rouge
y Tricart (y cómo no, por Benjamin), al revisar aquellas unidades más
elementales que operan, en mayor o menor medida, en oposición o resistencia a
la trama que el sistema económico impone. En una lectura profunda que va más
allá de la reflexión sobre la producción poética reciente. En otras palabras,
retoma y amplia este libro una discusión cuyos límites desbordan la escritura y
el campo literario. Permitiendo, en palabras de Blanchot: nuevas relaciones de
comprensión. Es decir, ampliar el espacio poético más allá de todo umbral.
LA LITERATURA
“No puede ser, pero es, señaló el
vendedor de biblias” en “El libro de arena” publicado por Borges el año 1975, “el
número de páginas de este libro es exactamente infinito”, continuó, antes de
aceptar dinero y un valioso ejemplar a cambio de aquél volumen “sin principio
ni final”. Idea que cobra sentido al leer estos ensayos, porque en cierto modo “Territorios
Invisibles” replica el diseño de un libro infinito, al sentar las bases de una
reflexión que, más allá de ampliar y actualizar los registros de la poesía
chilena reciente, entrega una metodología de trabajo que se yergue por sobre la
figura del ensayista o compilador. Replicando en cierto modo el afán de Borges
por desarrollar sistemas, en vez de obras que remitan a un autor en particular;
procedimiento que nos lleva a concebir la literatura –leemos en “Tlön, Uqbar,
Orbius Tertius”- como un plan “tan vasto que la contribución de cada escritor
es infinitesimal”.
Ahora, más allá de la mera descripción,
un segundo aspecto que resalta en este libro es la distancia que mantiene con
el discurso, la teorización y el academicismo. No así, precisemos, con la
teoría y la tradición del pensamiento occidental. Actitud que podemos constatar
en su notorio rechazo al, cada vez más habitual, recurso de encasillar o
integrar cada poética en función de algún criterio definido que busca o exhibe
autoridad al interior de un sistema donde el exceso, propio de capitalismo que
caracteriza estos tiempos –según observa Sergio Rojas en “El arte agotado”, nos
llevaría a percibir mucho más de “lo que alcanzamos a comprender”. Idea que
estos ensayos buscan desarticular, construyendo un relato migratorio que logra evadir
la desmesura, con el fin de percibir o comprender, en palabras del autor: “un
territorio fundado en el lenguaje y en las diversas identidades que lo habitan”.
Una tarea donde la reflexión crítica, sin ánimos de encasillar o efectuar registros
taxonómicos, se presenta libre de absolutos y paradigmas teóricos. Centrando la
reflexión en torno al surgimiento y continuidad de poéticas vinculadas a un espacio
y contexto específicos. Un trazado cuya proyección nos lleva a pensar en las
posibles consecuencias o transformaciones que sufrirían el campo literario o la
literatura en general, en el caso que –replicando a Piglia– “las tradiciones fueran
espaciales y no temporales”. Consecuencias o transformaciones que van dando
cuenta de los problemas que subyacen u originan en cierto modo esta reflexión,
este libro. Así, por un lado, deja entrever que la indigencia (falta de
curiosidad o interés) de nuestro campo literario es la que suele reducir por
medio de un silencio (que logra perpetuarse en el tiempo) aquello que no le interesa
o que no puede dominar; que no puede absorber u ordenar su antojo, que no puede
comprender o tolerar. Mientras, por otro lado, constata que el aparente
acercamiento de los medios, sumado a la aparición de una sociabilidad poética (surgida
como consecuencia de la reciente expansión editorial) que no ha sabido situar la
discusión poética fuera del ámbito estrictamente literario, incluso comercial.
En este sentido, no debemos confundirnos y pensar que un análisis de estas
características supondría una discusión basada en el alejamiento del lenguaje, relegando
la compleja reflexión que surge a partir de un conjunto de escrituras, al darle
cabida a ciertos problemas que nos sacan del poema; como el ingreso permanencia
o exclusión del campo literario, y la generación de vínculos sociales a partir
de una poesía que rescata e indaga en el territorio que todos habitamos.
Por otro lado, y sin ánimos de
cuestionar el valor de este libro y las escrituras que reúne, no podemos
ignorar que la indiferencia o silencio anteriormente mencionados genera como
consecuencia la aparición y asentamiento de un pensamiento impresionista y
falto de rigor, aferrado muchas veces a ciertos lugares comunes. Lo que pasa
desapercibido en estos ensayos. Y es que al interior de estos “Territorios
Invisibles” hallamos una voz cuya naturaleza (indicaría igualmente Lucy Oporto
respecto a la obra de Violeta Parra) constituye una distancia hacia los artilugios
o pirotecnias del progreso desplegadas por medio del lenguaje, visibilizando y
valorizando escrituras y formas de vida que resisten oponiéndose al exceso y la
vacua fascinación por lo nuevo, actual u original. Todo esto, nos lleva a
preguntarnos, ¿Será posible un estudio sobre la producción poética reciente que
no implique un cerco entre escrituras surgidas desde y hacia el lenguaje y
aquellas que se abren, fuera de él, a otras experiencias?
“La escritura que desemboca en sí misma
/ no es sino una manifestación del desprecio” escribió en “El libro de las
preguntas” Edmond Jabès, palabras que de algún modo resuenan al interior de
estos ensayos. Donde el territorio aparece como el espacio desde el cual la
poesía puede revelarse como una irrupción capaz de oponerse y resistir ante la
amenaza que todo orden supone. Reflexión que nos llama a valorar la sabiduría
que surge de la experiencia y la observación, –de forma natural diríamos– al
mismo nivel que el pensamiento intelectual. Así, quizás sin saberlo, Felipe va
fijando aquello que se extingue por el uso cotidiano. En otras palabras, en vez
de volver o habitar en la catástrofe, decide volver a construir una memoria
colectiva, articulada sobre la premisa que atraviesa este libro: el lenguaje no
es un lugar de autoridad.
EL MOVIMIENTO
Al interior de un espacio definido por
una bitácora espontánea o basada en los afectos, este libro concentra buena
parte de su reflexión (quizá sin proponérselo) en la figura del autor, analizando
las actividades que dicha figura cumple, en un tiempo y lugar determinados.
Así, estos ensayos presentan formas de asociatividad, vida y sociabilidad unidas
por una característica común; esta es: no crear o sostener vínculos a partir de
las imágenes, ficciones del campo literario o un origen socioeconómico común.
Restituyendo así los lazos surgidos al interior del territorio, permitiendo de
esta manera que la actividad social vinculada a la poesía se extienda entre las
personas de forma natural, modificando las prácticas que inciden en la producción
y difusión del trabajo poético, alejándose de una lógica de mercado donde el
libro, más allá de su condición y contenido, es una mercancía vinculada a dicha
actividad, confinado como tal a un espacio específico, en cuyo acceso florecen diversas
contraseñas. Y es que publicar un libro es en cierto modo, celebrar una especie
de contrato inherente a la escritura; donde la poesía se sostiene sobre una
lógica de vínculos sociales que, ajenos al trabajo creativo, nos ayudarían a
conseguir el grado de autoridad que asegura una consecutiva pertenencia a la
tradición, que tantos buscan con ahínco. Y cuyo objetivo final es –precisa
Bourdieu– la identidad social de productor intelectual. Todo esto, cabría
añadir, es parte de un montaje que tiene lugar al interior de un espacio, o
país, que se caracteriza por su feble e inútil resistencia a la domesticación
cultural.
En suma, sin abandonar la curiosidad y
fascinación por el lenguaje, Felipe Moncada plantea en este libro un análisis que
invita a pensar y apreciar el repliegue que la poesía ejerce sobre sí,
desdibujando de este modo su lugar de origen, contribuyendo así al aislamiento
de nuestra identidad y pensamiento. Lo cual no es una exageración, este libro
surge en medio del erial. En medio del silencio que ha caracterizado al
análisis o reflexión sobre la producción de poesía chilena reciente, ya sea el
contenido en publicaciones o aquel que circula en los medios de comunicación.
Desde el silencio, Felipe Moncada nos
invita, tendremos entonces que partir por los caminos en busca de las huellas
que pasan desapercibidas. Recordando en el camino aquellas palabras de Paul
Celan que resumen el esfuerzo de este libro, “lo poético es tan legítimo
profundo y bello en cualquier palabra o circunstancia en que brote como gesto o
seña de un verdadero acercamiento”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario