por David Bustos
Las abejas con su GPS
biológico se orientan detectando los colores y texturas de las flores. Un
trabajo colaborativo, donde en la cúspide de la pirámide social está la abeja
reina. Las nodrizas acompañan a la reina, se preocupan de ella constantemente,
la peinan, la alimentan, la cuidan y al mismo tiempo absorben en parte su
esencia real, para distribuirla a toda la familia como una verdadera
alimentación social. La abeja reina antes de entrar en su fase reproductiva hace
un bello vuelo nupcial en que riza el aire con curiosa elegancia, después de
las nupcias vuelve a su colmena donde deposita de mil a dos mil quinientos
huevos diarios, uno por celda.
Trabajo, colaboración, bien común. Aspectos que ocupan el centro de estos insectos. Estas concertista de la miel afinan sus instrumentos y escriben su idioma en el panal. Zigzaguean por bosques y jardines en busca de un colorido brote de palabras, para regresar reflexivas y seguras.
Además de tener cinco
ojos las abejas tiene cinco mil cavidades olfativas minúsculas con las que
pueden descubrir la presencia de un tilo a un kilometro de distancia. Por lo
que creo son lectoras voraces, enciclopédicas y extremadamente perceptivas. Una
colmena podría compararse con una gran biblioteca de palabras capturadas bajo
la premisa de la colaboración.
Pienso en el libro Territorios Invisibles de Felipe
Moncada, que acaba de editarse por ediciones Inubicalistas, si bien no habla de
colmenas y abejas, pero sí de una captura del lenguaje del territorio. En
cierto sentido como las abejas. Su texto reflexiona acerca de los mecanismos de
competencia y figuraciones bajo el ejercicio y las practicas de la escritura
poética. Una escucha de la poesía acerca de
autores que ya han caído al cajón de saldos en las ferias de provincia. Matices
de una educación sentimental entorno a la naturaleza o edificaciones del
lenguaje fuera de la metrópoli.
El poeta es el
sacerdote de lo invisible dijo Wallace Stevens. Entonces imagino una colmena
colaborativa, sin policías ni enemigos imaginarios, una lanceta que pesa igual
que la muerte. La pirámide social de las abejas y el trabajo más trabajo para
que se vuelvan colectivas en detectar lo invisible. Por ejemplo una cucharada
de miel equivale para una abeja, visitar entre seis mil y ocho mil flores,
cubriendo un trayecto tan largo como entre Arica y Magallanes. ¿Es posible
pensar en algo que no sea acto y realización de trabajo?
Tal vez la sociedad
de las abejas sea demasiado invisible para la alquimia del ego, pero sospecho
que para Felipe Moncada no. Escribir como una abeja supera la vanidad y se
pierde dentro de miles de voces en un panal. Los territorios invisibles desde
la honestidad del profesor de física, que observa con detalle una colmena
colmada de palabras. Sin aspavientos, lejos de las avispas.
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