Notas para una
metafísica de la memoria y la Ausencia de Dios
Presentación de La
inteligencia se acrecienta en la Nada, por su autora. Ediciones
Inubicalistas, Valparaíso, agosto 2016
Lucy Oporto Valencia
oportolucy@gmail.com
1
La memoria como
persistencia fundamental del ser, es la irradiación póstuma subyacente a los
esfuerzos de una conciencia enfrentada, por un lado, al peso de la realidad, al
sufrimiento provocado por la inconsistencia y disolución de su núcleo, y a la siniestra
continuidad de ese movimiento regresivo y maligno, no siempre manifiesto, pero
sí latente a través de crímenes imperceptibles. Y enfrentada, por otro, a los
simulacros y apariencias construidos calculadamente para negar ese horror, esa
barbarie y esa traición, encubiertos aquéllos por un cinismo e ironía ofrecidos
en esta época como transgresión, marginalidad, alternatividad, subversión, o
espurias y rentables “danzas sobre el abismo”, en medio de la consolidación y
apoteosis de la sociedad de consumo y su hedonismo nivelador, con pretensiones
triunfalistas transformadoras e, incluso, revolucionarias.
Publicar casi
veinte años después estos ejercicios en prosa y verso, que buscaban una
conexión con alguna forma de pensamiento capaz de dar cuenta de una realidad, o
de una dimensión de ésta, se inscribe en dicho entendimiento de la memoria, en
cuanto proceso, camino, registro, huella, antecedente y cifra de un mundo
desconocido, un interior hermético y un sentir abismal, sumidos en la
precariedad y la miseria de la carencia de forma, cauce y expresión, cuyo horizonte
fuese la autoconciencia: el más alto valor, superior a cualquier esteticismo
indolente y narcisista e, incluso, a la vida misma y su crueldad constitutiva, repetitiva,
autorreferente, mecánica y fascistoide. Así, dichos ejercicios se convirtieron
en la plasmación de una energía afectiva que contenía irradiaciones y
ramificaciones abiertas al futuro, las cuales se realizaron en obras
posteriores, de modo insólito.
Ahora bien, examinado
en retrospectiva, el registro de una memoria y su entrega en una forma
inteligible, capaz de preservar esa irradiación y crispación experiencial,
inicial e individual, constituyen tardíamente un trasunto de la conciencia de la
inevitabilidad de la muerte; del transcurso del tiempo; de la caducidad,
finitud y decadencia; de la precariedad y fracaso de los sentimientos; de los sueños
perdidos; del crepúsculo de una vida, una forma de vida, un pensamiento, un
mundo de valores y afectos. Constituyen, en suma, un trasunto de la conciencia de
la extinción de un entendimiento de lo humano que hubiese hecho posible el
amor, la verdad, la bondad, la revelación del Espíritu en toda su insondable e
inconcebible profundidad.
Esa conciencia forjada penosamente se
precipita ahora en una violencia soterrada, enfrentándose a los falsos
prestigios de la seducción demoníaca y sus estrategias de “empoderamiento” -como se dice ahora-; del progreso y
sus mecanismos autónomos e impersonales, en que los sentimientos, la vida
interior, el conocimiento de sí y lo humano ya no tienen lugar. Así se
configura la duración y el antilugar de una inminencia y una urgencia
invisibles, para las que tal vez no llegue a existir una imagen, ni una forma,
ni una conclusión cerrada.
2
La destructividad
presentada por Francisco de Goya (1746-1828) en Los desastres de la guerra,
serie de grabados realizada entre 1810 y 1820, en el marco de la Guerra de la
Independencia Española (1808-1814), trasciende el horror mismo de la guerra
como experiencia límite de una humanidad perdida en y para sí misma. El
descarnado realismo de Goya, testigo de los hechos, apunta, no obstante, a una
dimensión de la realidad más vasta, un trasfondo común a toda catástrofe
colectiva e histórica, en mayor o menor grado, desde los desastres naturales
hasta los golpes de Estado: la extinción de lo humano mismo, en cuanto
proyecto, cultura y conciencia de sí; la muerte y vacío del alma; la creciente
incompatibilidad entre la conciencia y la vida; y el advenimiento e instalación
del fascismo como perversión autocomplaciente y corrupción humana límite.
“Nada. Ello dirá”
es el título del grabado que ilustra la portada de este libro, extraído de los Desastres. La imagen muestra un cadáver
descompuesto, rodeado de acechanzas y presencias siniestras, detenido en un
movimiento definitivo, a modo de testimonio: un hombre moribundo que ha dejado
registrada una palabra, como manifestación de una última lucidez, en medio del
horror y la inminencia de la muerte: “Nada”. Sin embargo, Goya registra y da
una forma todavía humana a esa pérdida y destructividad radicales, que
contrasta con las modernas tecnologías al servicio de la guerra y sus negocios -como las cámaras
satelitales señaladas por el documentalista alemán Harun Farocki (1944-2014)-, donde lo humano
deviene superfluo, siendo sustituido por la referencia indirecta a su aniquilación,
contenida en el eufemismo militar “daño colateral”. Goya, en cambio, registra y
da forma no sólo a los horrores, carnicerías y miserias de la guerra y su
expansión demencial, sino también a la extinción de un mundo de valores, como
la verdad, la conciencia, la compasión, la solidaridad, la memoria misma. A ese
proceso de extinción y aniquilación total pareciera referirse la enigmática
inscripción del moribundo: “Nada”, aunque cargada de una significación
entregada al futuro: “Nada. Ello dirá”.
El dramaturgo chileno
Juan Radrigán (1937-2016), recientemente fallecido, constata la insuficiencia
del lenguaje para comprender el golpe de Estado y la dictadura en Chile. El
“nacimiento del triunfo rotundo del mal”, la ferocidad inusitada con que se
desplegó el “odio militar, (...) de alguien cuya única razón de existir es la
de matar”, sólo le ofrecen una única certeza: la exclusión de cualquier
posibilidad de comprensión, perdón y olvido. Mientras que la impunidad excluye per se la felicidad como horizonte. Pues
ella adquiere aquí necesariamente los atroces rasgos de una afrenta, aun cuando
la vida indiferenciada continúe con sus sórdidos mecanismos de sacrificio, reproducción
y reinicio, favorecidos por el estado de inconsciencia y su maldad constitutiva.
Ésta es la siniestra relación que
Radrigán observa lúcidamente entre impunidad y felicidad, en 2002, a partir del
sustrato arcaico y universal de la tragedia griega:
Entonces recuerdo que hace más de dos
mil quinientos años, Eurípides se refirió al “negro carro de la felicidad”. Es
una frase extraña que nunca logré desentrañar. Ahora sospecho que se refiere a
la negra felicidad de los que logran olvidar[1].
3
La inteligencia se acrecienta en la Nada registra la
observación y constatación experiencial de la terrorífica persistencia de esa
inconsistencia y disolución del ser, en cuanto movimiento regresivo, voluntad
autónoma de destrucción y eje del mal, nadificación y hundimiento en una última
oscuridad, encarnados histórica, individual y anónimamente.
La inteligencia y el conocimiento
crecen y esplenden como un último sol, cuya forma es la de una memoria, una
donación y una amalgama de sentimientos para los que ya no existe, ni existirá
lugar. De ahí, el Yo Póstumo surgido
en dichos registros: esa luz lejana, perdida, ese rastro de la negatividad de
Dios ido y su Ausencia irradiante, de la traumatización perpetua infligida por
la realidad y su sangre obscena y sacrificial, su núcleo infernal, y sus
despojos y deformaciones humanos sin conciencia ni alma, de los que la
postmoderna reducción de las relaciones del lenguaje consigo mismo, el
celebrado fin del sujeto, las filosofías de la disolución, y el espiritualismo
exitista y consumista en boga, jamás
serán capaces de dar cuenta.
*
Mis agradecimientos a Ediciones
Inubicalistas por haber acogido esta obra y otorgarle un espacio de dignidad. A
Felipe Moncada, a cargo de su edición, junto con Patricio Serey y Rodrigo
Arroyo. A Rodrigo y a Jorge Polanco, por sus lecturas y comentarios en esta
ocasión. A Jorge, en particular, por este reencuentro, que rememora nuestra
época como estudiantes de filosofía, cuando compartíamos reflexiones,
sentimientos y otros testimonios del espíritu de la época.
Valparaíso, 16-24 noviembre 2016 / 11
enero 2017
Presentación de La inteligencia se acrecienta en la Nada,
de Lucy Oporto Valencia. Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, agosto 2016.
Realizada el 25 de noviembre de 2016, en el hall del Edificio de las Artes.
Serrano Nº 591, Valparaíso. Participaron Jorge Polanco y Rodrigo Arroyo como
presentadores, y Felipe Moncada en su calidad de editor. Esta actividad fue
realizada en el marco de la presentación del catálogo e inauguración del nuevo
taller de Ediciones Inubicalistas, en el Edificio de las Artes, que también
incluyó la presentación de La voz de
aliento, de Jorge Polanco. Contó con interpretaciones de Violeta Parra, a
cargo de Alejandra Lavín, Felipe Moncada y Cristián Olivos.
***
EL YO PÓSTUMO
II
Líneas
difusas en un pozo de dientes. Invisibles desprendimientos. El fuego es la
lejanía que acusa los laberintos de abajo, el envés obsceno de las palabras, la
oscuridad de un canto enfermizo. Como rostros fugaces y quijadas bebiendo la
memoria, el fondo de los días, el sol, el mármol partido.
El Yo Póstumo es el tardío lugar de
la derrota. Un silencio de asesinos y cuerpos, donde las líneas cercenan el
abrazo, y la luz se parte como una quijada o un cerebro enorme, en la raíz del
ojo y la palabra.
Pues en ese significado vacío ha de
mostrarse el dolor crepuscular de los extraños, la vida extinguiéndose en el
relato del Yo Póstumo: el naufragio del sonido y la palabra.
Es la tarde de todas las promesas,
un camino trazado sin medida. Sólo el hundimiento, el cerebro de abajo:
otredad, desolación y pérdida.
Mas yo era la vida.
Escombros. Cuerpos de fastidio y
cortes. El alto linaje vulnerado. La mirada se vuelve sobre sí misma en
lúgubres cantos y tendones. Los pozos exhiben la entraña corroída del
destierro.
Sólo el rechinar de las quijadas. El
cristalino silencio de los altos días, disolviéndose.
El Yo Póstumo es el abrazo de Dios.
Pero Dios devino la quijada, un
nombre roto contra sí mismo y contra el mundo: mil trompas resonando en una
profundidad imposible, abierta como un cadáver vacío.
Es la luz de abajo que irradia en el
asedio, el devoramiento y el asco.
5
de septiembre de 1996
HORROR
METAFÍSICO
Epílogo
I
Horizonte quebrado
a contraluz,
sin voz,
sin apertura frontal.
Sólo un abismo de cristal negro,
refugio en llamas,
dolor inmaterial
de un espasmódico desfondamiento.
La altura.
La planicie.
El estertor marmóreo del alma que
cae.
Caminos bifurcados
en preguntas inconcebibles.
Alaridos bajo el follaje de otoño.
Un rumor de sangre.
Ya no habla la unidad.
Se ha vuelto transparente.
Pues la demencia de Dios
es la exhibición
de su Creación fisurada.
Declinarán los niveles
en la fantasmal abstracción
del florecimiento y de la muerte.
Allí corren las doncellas de luz,
como un despertar que se
disolviera
entre las raíces
de un olvido sacrificial y tardío.
Súplica e inocencia.
Crispación y silencio.
Umbrales y nombres evanescentes.
Pues la respuesta era el despeño
del alma sutil,
el cielo fragmentado
del interior último.
Como pozos en descenso
concentrando los signos
de la pérdida esencial.
Ahora el ojo se expande hasta la
muerte.
30
de mayo de 2003
II
Despojamiento iluminado.
Transparencia mortal.
Era Dios
en una senda de estertores
descendentes.
La piedra que sangra voces,
desde un pasado especular,
disolviéndose bajo
la inexorable agonía del sol.
Póstumas determinaciones.
Del otro lado
están los árboles,
los pozos invertidos:
conciencias inorgánicas
presenciando
el devenir de la caída.
La cifra del silencio pende
en diseminados abismos,
como ojos y bocas mortales.
Abstracciones transmutadas
en objetos parlantes.
Hojas secas y aullidos.
Cofres y escaleras bajo el agua
estéril
del Espíritu extrañado,
sin habla.
Mas el alma era de las cosas.
Son las desgarraduras,
separadas de Dios.
Chillidos autónomos,
como arcaicas mutilaciones.
Un devenir olvidado de súplicas
y signos desperdiciados.
El fondo.
El fuego.
La desolada representación
de una Ausencia proliferante.
3
de junio de 2003
Lucy Oporto Valencia
(Viña del Mar, 1966). Autora, entre otros trabajos, de: Una arqueología del
alma. Ciencia, metafísica y religión en Carl Gustav Jung.
Editorial USACH, 2012. El Diablo en la
música. La muerte del amor en El gavilán,
de Violeta Parra. 1ª edición, Altazor,
Viña del Mar, 2008. 2ª edición, corregida y aumentada, Editorial USACH, 2013.
“El sonido, el amor y la muerte. Violeta Parra y la Nueva Canción Chilena”, en Palimpsestos sonoros. Reflexiones sobre la
Nueva Canción Chilena. Eileen Karmy y Martín Farías, Eds., Ceibo, Santiago
de Chile, 2014. Los perros andan sueltos.
Imágenes del postfascismo. Editorial USACH, 2015.
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