Libro: Lo Uno/Lo Otro. Ed. Inubicalistas, 16 de diciembre 2016
Por David Álvarez Muñoz
V
Ni todas las cuchillas de los postes,
Ni los escoplos de las largas calles,
Ni los mazos de las cúpulas
Y altas torres
Pueden tallar
Lo que puede tallar una estrella
Cuando brilla a través de las hojas de parra.
(Wallace Stevens)
En
1854, Charles Baudelaire recibió una invitación a participar de una antología organizada
por el diario Figaro que pretendía
reunir diversos poetas en torno al tema de “La Naturaleza”. Naturaleza, así en mayúsculas, tal como
había sido el objeto de la poesía romántica precedente. Baudelaire acepta
participar y envía dos poemas sobre el crepúsculo (“Crepúsculo de la tarde” y
“Crepúsculo de la mañana”). Sin embargo, estos poemas no iban solos, se
acompañaban de una carta en la cual, pese a lo breve,
dejaba muy en claro sus dificultades que mantenía para escribir sobre la
naturaleza
“nunca podré creer que al alma de los
dioses habite en las plantas y, aunque lo hiciera, me importaría poco y
consideraría la mía propia mucho más valiosa que la de las legumbres
santificadas. Incluso siempre pensé que en La Naturaleza, floreciente y
rejuvenecida, había algo de impúdico y penoso”
De esta forma, Baudelaire se sitúa ante la imposibilidad de
contemplación pasiva del poeta con el medio: no basta contemplar, ahora además
hay que formar parte. Por eso, una vez radicado en la ciudad, ya no es posible
apreciar poéticamente la naturaleza si no es desde una mancha, desde lo
impúdico. De ahí en más la sombra será ese lugar desde el cual el poeta observa
y participa en lo cotidiano. Sumando el conocido verso de Paul Celan, “dice
verdad quien dice sombra”, uno de los valores de la poesía desde la modernidad
está en mostrar, precisamente, estos sedimentos sombríos que acompañan la
naturaleza transformada por el hombre. Hoy esta carta es considerada una
declaración de guerra a la poesía romántica, pero no la evoco por esto, sino
porque nos introduce a preguntas que quisiera retener: ¿Se puede hablar de la
naturaleza después de la modernidad? Y si llegamos a escribir, si vencemos esa
barrera de silencio, ¿es posible hablar en presente de lo natural, sin la melancolía
de un origen perdido?
A través de su escritura y quizás sin esa pretensión reveladora,
Natalí Aranda se hace estas preguntas. Con los poemas de Lo Uno/Lo Otro,
sentimos la fuerza de ser desplazados hacia la base de un gran árbol,
escuchando al viento frotar hojas y ramas. Pero no es el árbol del mito,
tampoco se trata del recuerdo de los árboles que acompañaron nuestra infancia. No
es el recuerdo de la seguridad. No es el árbol del ayer, sino el de hoy. Está
vivido en tiempo presente y ya no protege. La lectura de estos poemas me acerca
a la experiencia de contemplar esos grandes árboles que adornan solitarios y
mudos los barrios marginales de la ciudad, mostrando una naturaleza deformada
por lo cotidiano, una naturaleza testigo de la violencia de la urbe.
La presencia silenciosa de una naturaleza corroída por el lenguaje
es el primero de los rasgos que más destaco del libro de Natalí. La voz poética
observa un entorno deformado entre lo urbano y lo natural. Y toda esta
observación se hace desde la ventana del cuarto del poeta, corriendo las
cortinas y venciendo la molestia del choque de la luz del día con nuestros ojos,
aun dormidos por la sucesión de roles y deberes cotidianos. Es un ejercicio y
una apuesta por la creación. La creación poética transforma lo real en mímesis
mediante la experiencia interior de quien escribe.
Otra carta, esta vez de Edward Hopper, destaca esta cuestión desde
el plano de la imagen:
Cuando pinto, siempre me propongo usar la
naturaleza como un medio para intentar conjurar en el lienzo mis más íntimas
reacciones ante el objeto tal como aparece cuando más me gusta. Cuando los
hechos concuerdan con mis intereses y con lo que he imaginado previamente. ¿Por
qué prefiero escoger determinados objetos en lugar de otros? Ni yo mismo lo sé
a ciencia cierta, excepto que sí creo que son el mejor medio para un resumen de
mi experiencia interna” (Carta de Hopper a Charles Sawyer en 1939).
En los cuadros de Hopper la imagen es tan real que deja de serlo,
la desolación no cabe en nuestra memoria objetiva. No tenemos registro del
mundo en que estamos inmersos. Pero sí somos conectados con el desgarro y la
soledad del entorno, con la experiencia interior de quien crea: nos sentimos
extraños de nosotros mismos y ansiamos compañía. La soledad es total.
También, en los poemas de Lo Uno/Lo Otro, las palabras son un
medio para conectar una experiencia interior de quien crea, a veces de
felicidad u otras de extrañamiento, sobre todo ante el reflejo distorsionado y
efímero del rostro en el espejo:
He pasado la tarde mirando ante el espejo
mi pelo, mi nariz, mis piernas.
He tratado de adaptarme a la imagen
de este cuerpo
que no es mío.
O bien
El desgarro
de mirarse en un espejo
y encontrarse.
En un ejercicio pictórico sin duda, de ahí la mención a Hopper,
Natalí intenta crear imágenes a través de palabras. Imágenes no definitivas,
parciales, de un entorno que el poeta no entiende, pero que tampoco pretende
hacerlo porque responder es menos interesante que preguntar. La incomprensión
del medio permite hacernos las preguntas sobre nosotros mismos. Por eso importa
la poesía, porque nos acerca hacia esa ansiedad de las preguntas sin
respuestas, tan necesarias pero tan ausentes.
Y por ese camino de dudas que festejamos, Natalí crea las primeras
imágenes poéticas de un lugar que le sea propio. Imágenes parciales que al
reunirlas a través de un ejercicio cinematográfico, muestren la búsqueda
constante de una verdad. Lo difícil es que dicha verdad, al momento de enunciarla,
se escapa. La sombra siempre permanece. Y así se renueva la búsqueda en un
ciclo perpetuo. De esta forma, a través de Lo Uno/Lo Otro, Natalí decide esta
inmersión hacia la búsqueda de palabras que nombren ese vacío del que todos
somos parte, pero que no todos se atreven a preguntar qué hacemos allí.
Hay además de esta relación poética con el entorno y la naturaleza
corroída, un segundo punto que quisiera rescatar de este libro y es su
sensibilidad con el tiempo, porque nos
invade un halo atemporal en la lectura de los poemas. Esta poesía se escribe en
un tiempo poético que recuerda a la poesía oriental y la tradición del haikus. Los versos tienen esa carga reveladora
de un tiempo donde los hechos transcurren de forma lineal, uno detrás del otro
y en un ciclo que se renueva con la frecuencia del sol. Esta cadencia es ajena
a nosotros, en la medida que constituye una oposición a la simultaneidad y
superposición del presente. En lo Uno/lo Otro están los primeros intentos de
una poética que se esmera en expresar a través de la simpleza y precisión. Nombrar
con lo justo, anulando cualquier exceso.
Las palabras usadas no son otras que las cotidianas, pero a este
ritmo no alcanzan a banalizarse y desaparecer. Al contrario, flotan alrededor
de nuestra memoria. Una idea de Blanchot ilustra de mejor forma esta relación entre
habla cotidiana y poesía. Mediante la lengua cotidiana hablamos haciendo de la
palabra un monstruo de dos caras: por un lado la realidad que es presencia
material y por otro el sentido como ausencia ideal. Por esa línea, la poesía
consiste en el juego con esa lengua ordinaria para la creación de algo nuevo y
revelador. Un juego interminable con ese monstruo bicéfalo del lenguaje, donde
las palabras no buscan describir una materia ni tampoco una verdad. Así, los versos que configuran el
libro, son también intentos de validar un espacio fragmentado donde lo real es
parte de una experiencia atemporal.
Quiero destacar además la búsqueda obstinada del silencio en esta
escritura. Porque mantengo la persistente impresión que Natalí busca abrir espacios
de silencio con su poesía. Y por cierto esto me parece muy interesante, ya que justamente
estamos inmersos en un entorno de saturación de todo tipo: de palabras e imágenes,
del cual es muy difícil escapar, entre otras cosas porque nos gusta y además
porque así nos relacionamos con otros. La cotidianidad tiene la presencia
molesta de las imágenes y de la disponibilidad permanente. Estamos en todos los
rincones pero a la vez no formamos parte de ninguno. La tecnología ha mejorado nuestras
condiciones de vida pero nos ha hecho pagar el precio de la disponibilidad
perpetua, sea en espacios reales o virtuales. Hoy transitamos por lugares
saturados de palabras, de información, de fotografías y videos, por lo que me
parece un potente gesto de escritura buscar silencio y agujerear el ruido que
nos rodea.
No pude contener en mí
tanto silencio,
al derramarse
para evitar su abertura
surgió su nombre.
¿Pero para qué buscar silencio, acaso no es suficiente con callar?
No, porque callando seguimos disponibles. Ya no basta con callar para llegar al
silencio. Callamos, pero continuamos escuchando el crujir del entorno. Hoy son
necesarias palabras para llegar al silencio, por eso la poesía tiene un rol en
el presente, porque se necesita nombrar para lograr un silencio que anule el
ruido. Mediante sus poemas, Natalí emprende la búsqueda de las guaridas del
silencio aisladas del ruido y saturación de la vida cotidiana. Por eso sus
versos tienen el valor de la búsqueda poética del instante mudo. La sensación
al leerlos celebra la cercanía de intentar expresar con palabras una tierna
mudez, pero sin caer en el escape hacia un refugio u origen sagrado. Se trata
más bien de usar las mismas palabras en una operación precisa de anulación, sin
excesos, para callar y vernos a través del poema.
Puede que hoy uno de los territorios creativos más fértiles se
juegue en nuestra capacidad de despojarnos de todo y esperar. Y así,
desprendernos del piso de la seguridad material y de las palabras. Apostar por
quedar desnudos ante nosotros mismos e intentar escribir desde nuestras propias
fisuras. Sin duda, soltar estos poemas son un ejercicio de despojo. Su
contenido amplía la búsqueda de esta desnudez al mismo tiempo hablada y
enmudecida. Pero como nos recuerda Georges Bataille, “solo podemos quedar
desnudos si vamos sin estratagemas hacia lo desconocido”. Por eso es necesario emprender camino una vez
que asoma. Natalí se dirige en esa vía. Desde luego son los primeros pasos,
pero incluso los pies más livianos dejan marcas en la tierra.
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