martes, 3 de enero de 2017

TERRITORIOS INVISIBLES, de Felipe Moncada

FRAGMENTOS VISTOS
por Guillermo Riedemann

“En un universo muerto nada es visible”
John Berger

“La poesía es un territorio invisible
o la poesía deja ver lo que todo lo demás oculta”

Sandor Ferencsi


John Berger envió otro recado; dijo: “Yo creo que uno mira con la esperanza de descubrir un secreto. No un secreto sobre el arte, sino sobre la vida. Con las palabras lo único que se puede hacer es trazar, a mano, un tosco mapa para llegar al secreto”. Algo así, cito de memoria, y entonces pienso que de lo que se trata es de conversar. Lo digo de otro modo: se trata de conversar. O así: lo que necesitamos es conversar, que quiere decir hablar y escuchar, o primero escuchar y luego hablar, hablarnos y escucharnos. 
¿Cómo lo digo, cómo podría, en este territorio, con el agua hasta el cuello? ¿Cómo te las arreglas, quiénes son los muertos que lloras, cuál el desamparo? Con los brazos abiertos, extendidos, tensos hasta la rigidez, como tratando de tocar algo en los extremos o de agarrarse a algo en los extremos, o señalando algo en el desierto y en el páramo y en el hielo; abiertos los brazos como para recibir o abrazar o gritar, como si dos clavos fijaran las manos en los extremos; y sobre la cabeza todo el peso de la piedra, de los cementerios, de los riscos. ¿Cómo lo dirías? No sabemos cómo, no obstante lo sabemos; ¿qué viste?, ¿se ve algo allá, lejos, donde parece que se escucharan las aspas de los helicópteros?

Esto comienza más o menos así: se recibe un libro; primero se recibe una invitación, aceptada la invitación se recibe el libro. Se lee el libro, se empieza a leer el libro que hasta entonces no existía para quien ha sido invitado –en este caso, el mismo sujeto que lee el libro y lee este texto-, un libro invisible hasta entonces, invisible por no haber sido visto, claro, que no por una condición particular incorpórea o a-corpórea del volumen llamado libro. Pues bien, ya sabemos, y lo sabíamos antes de tenerlo en las manos, que no era un libro invisible sino, muy por el contrario, un libro que no veíamos porque así suele darse nuestra relación con lo que sucede; no solo no vemos el libro, preguntémonos seriamente qué vemos realmente, qué vemos, qué miramos siquiera, y desde dónde; qué miramos por lo menos y qué vemos, si tenemos suerte, que no sea una reiteración o reproducción o fotocopia de lo que nos ha sido impreso con las modernas técnicas y herramientas del control, el sometimiento y la dominación. Entonces, somos utilizados para mirar y para ver, el Leviatán mira a través de los sujetos, y deja de mirar y selecciona lo que será visto y lo que será invisibilizado. El objeto, lo que será visible, lo será a través de nosotros, los sujetos que proclaman su libertad a ciegas, televisibilizados por el Poder.

Nos dijeron que no, nos dicen que eso no, que la fruta está prohibida, que es mejor no saber, que los libros los carga el diablo, que el árbol de la sabiduría, que los territorios vedados. Me dirán, es que hay algo que de veras  es invisible. Puede ser, quién sabe,  sucede. Sin embargo, lo que hay en realidad es ceguera a ojos vista, a ojos abiertos, a plena luz del día, o lo que fuere que semeje día o mañana o atardecer en los remolinos de la apariencia, del vacío y la enajenación. Un ser país y comunidad que se nombra y al hacerlo se hace visible, se mira y se reconoce; un ser país y comunidad que no se nombra o deja de hacerlo y, en ese acto, se hace invisible y juega un juego que puede concluir con dejar de ser.

Hay otra manera de empezar. No se puede mentir sobre algo invisible, dice John Berger; lo invisible es indescriptible. Pero las mentiras pueden ser visuales y verbales; acerca de lo visible se miente, es fácil mentir. Hay otro punto de partida. El que nos dice y nos hace ver que la poesía revela e ilumina, si es verdadera. Revelación e iluminación, maestro Pfeiffer, de lo cívico, de lo social, frente al Poder y en desafío al Poder –pensemos en Catulo, en Quevedo, en Mandelstam, en Dalton. Y, por supuesto, y sobre todo, revelación de aquello que no sabemos que sabemos y que aparece en el poema que se escribe solo. La poesía indaga en territorios invisibles, la poesía es un territorio invisible que nombra y pregunta y busca sin un plan, para revelar, hacer ver, ayudar a ver lo que no se quería, lo que se temía, lo que estaba vedado. Con Berger de nuevo, la revelación es entonces la posibilidad de contemplar todas las mentiras desarticuladas y deshechas. Y en la invisibilidad hay un espacio o un sentido de libertad, de resistencia, de sobrevivencia al exceso de visibilidad que ha sido vaciada de cualquier significado que no sea ausencia de significado.

Ahora me llega un texto de la fotógrafa y poeta Leonora Vicuña, como si quisiera ser parte, incorporarse a esta conversación, a este inicio de conversación. Pone Leonora: “Invisibilidad = fracaso” / “Visibilidad = éxito”; y agrega citando a un autor que no menciona: “Me atrae más el fracaso, mucho más que el éxito. En francés fracas quiere decir ruido, estrépito, estruendo. Eso me atrae más. El éxito es, según algún diccionario, victoria, triunfo, gloria, fama, consecución, culminación, celebridad, renombre, notoriedad. Todas cosas bastante vanas, banales, cuando se piensa que la cuerda infinita del tiempo y el espacio es además bastante ajena, y en ella somos sólo ruido, estrépito, estruendo, apenas… El éxito supone mucho cálculo, bastante frialdad, y más cálculo. El fracaso, en cambio, supone la vacilación, el conocimiento del vacío, la renuncia lúdica y lúcida al brillo que generalmente es impropio, como el tiempo infinito. En ambas actitudes hacia lo uno o lo otro hay un orgullo, por cierto, y pueden ser consideradas, al fin y al cabo, caras de una misma moneda. Es lo que finalmente nos separa, lo que nos permite luchar, disentir, dialogar -a veces- o cerrar la puerta estrepitosamente, muchas veces. En medio de todo esto está el fantasma del Poder. Esa jodida cosa difícil de definir. ¿Vas tras el Poder o prefieres beber en el bar con tus amigos y hablar con las sombras? Exitus, del latín, salida, salida triunfal; ¿hacia dónde, hacia qué?”

Se puede partir de otro modo, con otro pulso. Ya lo sabemos: invisibilizar es ocultar, disfrazar, mentir, aparentar. Los impostores ocultan, lo visible es falso con frecuencia; hacer visible, entonces, visibilizar, es resistir, subvertir, sabotear el campo minado de apariencias que impone la dirección de la luz, la dirección de la mirada, la dirección del camino.

No obstante, la visibilización de una obra, de una obra y de su autor, no es garantía de nada sino de la posibilidad de ver, para que la obra y el autor se las vean con las lecturas y las respiraciones y las videncias y evidencias de esos otros territorios que se abren o no con aquellas obras encontradas para hacerlas visibles. Porque la palabra nombra y al nombrar deja de hacerlo, nombra y limita, permite y niega, afirma y duda, incluye y deja por fuera, tal vez porque sin lo no visible no hay poesía; lo no visible es condición de posibilidad del poema, lo invisible es el territorio de la poesía. También los “feudos” o las zonas o las regiones y sus antologías y corpus, como si el lugar o el territorio otorgara mecánicamente y por derecho natural un status que probablemente no se alcanza. Pretensión, figuración, exhibicionismo, narcisismo; que la poesía poco y nada tiene que ver con otros asuntos que no sean el ejercicio de aprendizaje para mirar y ver y dejar que el poema se escriba solo, y entonces encienda una luz alrededor de aquello que sabemos, sin saber que lo sabemos. Hacer ver, iluminar como descubrir. Algo que siempre estuvo ahí para ser encontrado y descubierto, y hay allí a-territorialidad, y hay allí una condición previa invisible que es condición de posibilidad del poema. Y hablamos de poema en tanto acto de descubrimiento o iluminación o creación o fundación. Acto de poner nombre, de nombrar por primera vez, de agregar una palabra que contribuye a comprender que no es así como nos habían dicho o nos habían hecho creer, que no es así, es de otro modo; parecemos ciegos, y no somos ciegos, podemos quitarnos la venda, no estamos en ningún lugar, resistimos, el poema resiste, el poema  es un arma de sobrevivencia, es lo más humano de lo humano, lo que nos puede hacer más humanos, lo que nos puede salvar de la pérdida total, del naufragio, de la hoguera. La palabra, la fundamentación del ser a través de la palabra.

Entonces vuelvo a pensar que poiesis significa crear, producir; “la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser”; y es a partir de allí que se dan nuevas posibilidades para la revelación y el desocultamiento -la Aletheia, la verdad de los griegos, que caminará hacia el Arte y se unirá para siempre a la poesía.

Este Ensayo de Felipe Moncada, o estos Ensayos que componen y articulan el libro Territorios Invisibles, encontró  buen fundamento en un modo de mirar y comprender una cierta topografía, un topos, un lugar que denomina ‘territorios’ y califica o define o constata ‘invisibles’, no obstante el contrasentido o la paradoja, casi un oxímoron, pues dibujar un mapa, registrar una topografía, describir un territorio da cuenta de un modo de mirar y revela un lugar perfectamente visible. Es el propio autor quien se encarga de explicarlo bien al inicio: “TERRITORIOS, como algo que va más allá de un concepto geográfico, de un espacio que da soporte a una disputa vieja entre arraigo y trashumancia, entre lar y ciudad; pues el mismo tráfico de libros de poesía es un hecho que transgrede un territorio fijo, y que nos hace imaginar una frontera cuya línea está marcada por una sensibilidad, más que por una división política, expresada por colores diferentes en el mapa" (...) "INVISIBLES, en el sentido de la manera en que los medios concretizan la visibilidad de una obra, un pensamiento o sus mecanismos de expresión”. (p. 11).

Leí hace unos días un comentario al libro de Felipe. Es comparado con Charles Darwin. Viajero, naturalista, navegante, investigador que mira sin saber lo que ve hasta que lo sabe y lo nombra y lo hace visible para los demás. Y los territorios invisibles son entonces territorios inexplorados, y los poemas, los libros, los autores, especies inencontradas. Y hay una tierra del fuego y hay una teoría de la evolución de la poesía de provincias. Imaginarios de la poesía en provincia: el Maule y Aconcagua, poesía de los lares, poesía social, de Magallanes; Pablo Ayenao, Mario Verdugo, Chiri Moyano, Pablo Araya, Alejandro Lavín, Víctor Hugo Saldívar, Gloria Dünkler. Cito de esta última, página 172: “Al despertar / la otra mañana en la Colonia, / muchos días el recuerdo de Hamburgo / buscó al obrero Wilhelm, / lo arrinconó en el bosque de porotos / el cuatrero de paso, / un fantasma, una gallina, / una chancha dormitando, / una carta que nunca llegó, / para ser desgranada. / Nosotros fuimos por leche / y volvimos con la noticia de un ahorcado / (…)

Porque sí que hay territorios invisibles, que es mejor no mirar siquiera; sin embargo precisamente son los territorios que debemos hacer visibles, debemos mirar y ser capaces de sostener la mirada y no bajar la vista y no cerrar los ojos. Territorios poemas que no son vistos ni por el poder concéntrico ni por los cortos de vista de tanto leer los chistes de Parra, el colaborador de los militares tras el golpe de 1973; así cuentan quienes lo vieron en el Pedagógico de la Universidad de Chile. Y de golpe nos encontramos con la poesía en el mercado. En el mercado todo pierde significación, escribió Octavio Paz; en el mercado la poesía pierde significación, es otro producto que se compra y se vende, se exhibe, se promociona, se transa.

¿Qué importancia será entonces la de los discursos dominantes, los discursos que los medios y los sujetos reproducen y, de ese modo, crean realidad, esos medios y esas academias, sino precisamente la importancia de poner en valor y fortalecer aquello que obliteran, al tiempo de degradar lo que canonizan y convierten en mercancía?

De esto se trata, de conversar; necesitamos hacerlo, hablar y escuchar, o primero escuchar y luego hablar, y leernos; hablarnos y escucharnos y leernos.



Guillermo Riedemann, noviembre 2016

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