Por David Bustos
Quiero decir que a Esteban Navarro lo conocí en el año 1997, exactamente 20 años atrás. Dirigía un taller en la SECH, en la calle Almirante Simpson. Por concurrir nos pagaban diez lucas. Se trató de mi primer taller de poesía. Como toda experiencia que se hace por primera vez, el taller de poesía de 1997 fue inolvidable. En ese tiempo yo no sabía si escribía poesía o más bien, escribía, pero no conocía a ningún poeta que pudiera darme una pista para saber con alguna autoridad o certeza, si lo que escribía tenía valor.
Esteban Navarro siempre fue su nombre y la primera vez
que me enteré que se trataba de un seudónimo, creo que fue en su casa.Quiero decir que a Esteban Navarro lo conocí en el año 1997, exactamente 20 años atrás. Dirigía un taller en la SECH, en la calle Almirante Simpson. Por concurrir nos pagaban diez lucas. Se trató de mi primer taller de poesía. Como toda experiencia que se hace por primera vez, el taller de poesía de 1997 fue inolvidable. En ese tiempo yo no sabía si escribía poesía o más bien, escribía, pero no conocía a ningún poeta que pudiera darme una pista para saber con alguna autoridad o certeza, si lo que escribía tenía valor.
Estábamos en el patio y me mostró una lápida de
piedra, con el nombre de Esteban Navarro, mencionó que un amigo en el sur la había
hurtado de un cementerio. Esteban, o el que hasta ese momento creía que se
llamaba Esteban, me explicó, que ese no era su nombre, sino que su seudónimo.
Tengo esa imagen de ese día en el patio de su casa en la calle Forteza, ambos
observando la lápida de su seudónimo poético. Después creo que vino un silencio
que no tratamos de llenar con nada. Ahí nació para mí Guillermo Riedemann.
Todo esto ocurrió después de que publicara: Poemas de Chile (1981), Para Matar este tiempo (1983), Mal de ojo (1991), La Manzana de Oro (1993) y Salto al vacío (1998).
En la solapa de su libro, Calle de un solo sentido (2013), se
lee: “saltó al vacío con el seudónimo de Esteban Navarro”; como haciendo un
juego de palabras, entre el nombre del libro y de alguna forma mencionando lo
que ocurrió. ¿Y qué ocurrió?. Tras “Salto al Vacío”, vino Hombre Muerto (2007), esta vez con
su nombre verdadero.
Ricardo Piglia, dice algo interesante, “ser
inmortal sería no tener lazos afectivos, morir sin nadie que experimente el
dolor de esa muerte. Morir sería entonces un salto al vacío”
Menciono todo esto como para hacer una genealogía
del autor, pero también para poner en escena la muerte de éste en sus aspectos
simbólicos. Da la sensación de que todo hubiera estado preparado, para que
después de saltar al vacío, resultara imposible volver nuevamente a revivir a
Esteban Navarro, volver a revivir – y esto quiero recalcarlo- una poética. No
quiero sonar exagerado, pero al parecer se trata de dos autores distintos. O si
no lo es, al menos hay una incisión, una fisura en el lenguaje.
Guillermo Riedemann, leyó a Esteban Navarro, qué
duda cabe, pero Navarro no pudo leer a Guillermo Riedemann. Entonces desde Hombre Muerto, hacia delante (incluyo Perdigones, el libro que hoy
presentamos), hay una doble poética anudada.
Perdigones contiene al menos un
doble significado, por un lado polluelo de perdiz y por otro, bolas de plomo de
municiones. Es decir la bala y el baleado, la caza y la presa, la víctima y el
victimario. Dos puntos de entrada al libro, que se cruzan y trenzan.
El primer poema dice: “Ida y vuelta cruzan la
frontera las ideas que tenías del principio y del final”.
Un dramaturgo diría, que mientras hayan dos
fuerzas en pugna, se pueden movilizar las fuerzas de una trama. Estas fuerzas o
caminos, según creo, estarían dispuestos en dos escenario. El primero, el sur
de Chile, la ruralidad, la vida de pueblo y el segundo; Europa o más que
Europa, las grandes guerras, las grandes ciudades.
Para que esto funcione, Riedemann ocupa una
zoología, como lo hiciera también en sus poemas la poeta norteamericana
Marianne Moore.
El murciélago, la paloma, el cuervo, el conejo,
la perdiz, el perro, el tordo. Toda esta fauna está presente para que mediante
un detalle característico de un animal, podamos acceder como lectores a las
contradicciones y a la moral del ser humano. O viceversa, para que mediante una
característica propia del hombre, podamos acceder a las dimensiones del animal.
Cito:
“Nunca he visto un cuervo. Dicen los
cuervos/sacan los ojos. Aquí hay tordos de plumas brillantes, los cuervos son más
grandes. Aquí hay ebrios furiosos, también en el país de las cornejas.
Furiosos/ y pájaros desprecian la torpeza”.
Entonces un animal es una figura, que se abre
para contar una historia o para atrapar una imagen.
Hay varios cosas que se podrían decir del libro,
por ejemplo el tema del arma de fuego, y su doble presencia bélica y de caza.
Pero Riedemann trabaja con figuras, trabaja desde lo simbólico, quiero hacer
otro pequeño listado por ejemplo: El monarca, El sacerdote, el prisionero, el
anciano, la mujer cofia, etc.
Aunque con menos presencia que los animales
anteriormente citados, la irrupción de estas figuras son segundarias. Las
figuras femeninas en cambio, en este caso la Mujer Cofia y la Hermana, tienen
mayor insistencia en esta suerte de reparto escenográfico.
Las figuras, y el espacio de sus
representaciones, se toman este libro. Trabajan sobre escenarios definidos, que
nuevamente se entrecruzan creando efectos de realidad. Hago otro breve listado:
El Danubio, El rio Trancura, La Plaza San Lazaro, Campo de Marte, El rio
Imperial, El Calle- Calle, etc. Varios de estos puntos tienen la particularidad
de ser lugares de transito, lugares donde llegan los trenes o donde navegan los
barcos. Es interesante porque mediante los nombres propios, se puede sostener
una pequeña tesis del cruce de dos mundos, de dos poéticas, que esbocé en un
principio. Un sujeto local y otro más universal, por decirlo de alguna forma.
Como dije anteriormente Guillermo Riedemann, leyó
a Estaban Navarro, por eso quizás se filtra el libro La Manzana de Oro, que dialoga especialmente con Perdigones.
Pero también, decir con todas su letras, que se
filtra Para Matar este tiempo,
que es un libro político y que especialmente aquí, desde el epígrafe de Primo
Levi en adelante, cuenta la historia del extermino, del holocausto. Esto me
recuerda al novelista polaco Jerzy Kosinsky, pienso en su novela, El Pájaro Pintado que trata la vida
de un niño en el campo, mientras se desarrolla la Segunda Guerra Mundial. La
violencia de la vida rural, las peripecias crueles en la infancia de un
personaje, mientras de fondo transcurre la guerra.
Decir entonces, que Perdigones, desde una mirada local- rural, accede a un lugar
colectivo, crítico y violento.
Pensaba, cuando terminé de leer este libro, ¿si
Riedemann, escribió este texto reflexionando su historia, su genealogía de
tener apellido alemán?. ¿Sería posible afirmar que se trata de una recuperación
de la identidad? Y si es así, ¿esas imágenes del holocausto que aparecen en Perdigones,
tienen relación finalmente con una carga familiar?.
No conozco la historia familiar del autor, pero
si podría aventurar que los alemanes en Chile, los emigrantes que llegaron al
sur, vienen escapando de una guerra. Creo que este libro de poesía, intenta dar
cuenta de un descendiente de alemanes en el sur de Chile. Con todo lo que
significa ser descendiente de alemanes en el sur de Chile.
Lo que sí tengo claro, es que Esteban Navarro no podría
haber escrito este libro, ni tampoco lo podría haber imaginado. Este es un
libro de Guillermo Riedemann y para que esta poética se desplegara en todas sus
latitudes, fue necesario que Esteban Navarro padeciera ser un Hombre Muerto.
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