Sobre la novela testimonial de Adriana Bórquez
Por
Silvia Rodríguez
Nos
encontramos nuevamente ante un testimonio fiel a un contexto histórico que aún
está latente, ya sea por la proximidad de quienes lo padecieron o por la falta
de justicia ejercida sobre los culpables.
Leer
Puertas en la Oscuridad, me ha
llevado a evocar lecturas de otros libros que iré mencionando más adelante.
Adriana
esta vez nos lleva vez por los senderos que hubo de sortear en una época en la
que peligraba la vida de sus hijos, de sus compatriotas y la suya. Conociéndola,
estoy segura que este sería el orden establecido en el marco de sus
preocupaciones.
Desde
el primer momento de esta novela testimonial, Adriana establece un vínculo y
atrapa al lector presentando un acontecimiento al que nadie, nunca, debería ser
expuesto. Me refiero a: Negociar la libertad a cambio de entregar a otros, proteger
a sus hijos de los torturadores y mantenerse viva.
Me
gustaría hacer un alcance en relación al tema de “Negociar la libertad”. Adriana
tuvo la fortaleza de cuerpo y mente de hierro para soportar las torturas.
Cito
textual: “Había logrado no sucumbir antes las torturas físicas y psicológicas
que se ensañaban con la fragilidad de mi cuerpo y el debilitamiento de mi
mente”.
En
Chile tenemos otro libro testimonial, otro fiel reflejo del sometimiento y
crueldad ejercidos en tiempos de dictadura. A medida que iba leyendo Puertas en la Oscuridad, sin querer
llegó a mi memoria el libro El Infierno
de Luz Arce, pero ella no soportó las flagelaciones y entregó información bajo
tortura y después, voluntariamente. No pretendo hacer una comparación ni
juzgar. Considero que cada cuerpo tiene su propia capacidad de tolerancia y
resistencia al dolor físico y/o psicológico.
Solo
quiero decir que; estos dos libros forman parte de nuestra historia, que fueron
escritos por mujeres que han sentido la imperiosa necesidad de narrar lo que
padecieron. En el caso de Luz Arce, quizás para redimirse. Sin embargo, Adriana
deja establecido desde el comienzo que lo hace a modo de retribución a quienes
salvaron su vida y la de sus hijas e hijo. Agradece y reconoce que gracias al
socorro entregado por la Iglesia Católica, muchas víctimas como ella, lograron
sobrevivir.
Quiero
hacer hincapié en que son mujeres quienes están escribiendo y re-escribiendo la
historia. Este re-escribir también queda evidenciado con los crueles
testimonios de cientos de mujeres que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial
y que la periodista bielorrusa, Svetlana Alexievich, recoge en su libro La Guerra no Tiene Rostro de Mujer. Aquellos
desgarradores testimonios, a pesar de pertenecer a un contexto histórico
diferente, también evidencian la miseria y crueldad de los perpetradores.
De
igual forma, pensé en el poeta Oskar Pastior quien fue obligado a realizar
trabajos forzosos en los campos de trabajo rusos. En una entrevista dada a
Herta Muller narra de cómo hombres y mujeres dejan de comportarse como seres
humanos. La escritora rumana-alemana plasma esta experiencia en el libro Todo lo que Tengo lo Llevo Conmigo.
Hoy
tenemos a mujeres narrando desde su propia forma de ver y sentir el mundo. Con
sus voces nos están diciendo que: ellas también estuvieron ahí y debieron
sostener, cruzar y sortear los mismos, o peores acontecimientos, de quienes solamente
han narrado la historia bajo una mirada analítica centrada en; las estrategias
de los vencedores y errores de los vencidos.
Retomando
Puertas en la Oscuridad, Adriana nos
adentra en la angustia de su mente al pensar en el futuro de sus hijos, en la lucha
que sostiene junto con la Iglesia Católica y sus compañeros, en la
desesperación quieta y el miedo surgido al tener la certeza que en cosa de
segundos, recibirá el tiro de gracia.
Es
increíble ver cómo, en todo momento, es una hija quien sostiene a una madre
herida y esta madre a su vez, la irá protegiendo de quienes siguen sus pasos a
corta distancia. Al inicio es Lichi, quien en forma enfática dice: “Yo no te
dejo sola. Apenas puedes caminar y si tú te vieras lo descompuesta que estás”. Al
poco tiempo será Selva la que camine junto a su madre, ¿y los otros hijos? los
otros hijos estaban a buen resguardo entre familiares.
Del
baúl de los recuerdos, Adriana transcribe una conversación entre su ser interno
y la divinidad a la que se había entregado, Cito algunos fragmentos: “Señor,
haz de mi lo que me está designado, pero hazlo luego. No te pido demostraciones
de tu amor, te suplico piedad, devuélveme a mis hijas, o entrégame a la muerte.
No le temo y tú lo sabes. Creo que llegué al límite de mi resistencia”.
En
todo el resto de su testimonio Adriana no volverá a tener una conversación con
Dios, quizás bastó ese ruego para recobrar fuerzas y continuar huyendo,
refugiándose, seguir llevando de la mano a sus hijas, mientras la Iglesia Católica
seguirá extendiendo su mano, creando y abriendo redes para ayudar a los
perseguidos por la dictadura militar.
Puertas
en la Oscuridad es un texto compacto que despliega a lo largo de sus páginas
una narrativa fluida, precisa y transparente donde la protagonista va conjugando
los sucesos con reflexiones personales, no exentas de creatividad poética y mirada
filosófica. Ejemplo de ello es cuando nos dice: “Las ideas me dan vueltas y
vueltas. Juego con ellas durante horas, más, cuando quiero fijarlas ya no
están”.
Este
libro continua evocándome otras lecturas. Hace mucho tiempo leí el poemario Geografía Azul de la poeta talquina
Stella Corvalán, en él, la poeta canta y recita a la patria. Pocas veces nos
encontramos con textos que aluden al vínculo afectivo que une, a la persona con
su tierra natal. En relación a este concepto, Adriana en otro apunte rescatado
de su baúl expresa: “¡Ay, patria patria mía, que aún me escondes en tu seno,
debo dejarte! por eso te heredo mi queja sembrada en cada átomo de tu aire y de
tu tierra, de tus aguas y de tus bosques, para que no olvides la huella de mi
amor.
Aquí
estoy patria, te llevo conmigo y quedo anclada en tu dolor. Serás mi báculo en
el destierro, mi norte en mi errar”.
Uno
de los tantos hilos que cruza esta novela testimonial es el misterio graficado
en una persona a quien la narradora llama “Él”, personaje real que aparece en
los momentos menos esperados para entregar reposo, consuelo, amor y luego
desaparece para continuar trabajando en el rescate y ocultamiento de los
perseguidos políticos.
La
lectura se torna cada vez más cercana y esclarecedora, mostrando así uno de los
tantos socorros que entregaba el comité Pro-Paz como era la atención
clandestina para los casos de urgencia. En esta ocasión, era para que Adriana recibiera
tratamiento dental ya que las descargas eléctricas en su dentadura, más los
golpes proporcionados con puños y pies, más la culata de un arma, habían dañado
severamente el maxilar y su dentadura.
Como
dije anteriormente, Puertas en la Oscuridad
es un libro que me evoca otras lecturas, por ejemplo: la anécdota cuando
Vicente Huidobro sacó a Teresa Wilms Montt disfrazada de monja del convento
donde sus padres y esposo la habían recluido. También Adriana junto a su hija
Lichi, deben recurrir al artilugio del disfraz, saliendo vestidas con el hábito
de las Adoratrices para ir en busca de otro refugio. Refugio que finalmente encuentran
y que Adriana relata en su anterior libro llamado Un Exilio.
Uno
a uno, los acontecimientos se van entrelazando en forma de espiral ascendente,
manteniendo siempre una fuerte tensión narrativa. No hay ningún momento de
respiro, ni una sola pausa donde descansar de todo el abanico histórico que
Adriana despliega en estas páginas plasmadas, de una infeliz época.
Invito
a cada uno de ustedes a recorrer los laberintos que Adriana debió cruzar, a
conocer como; sacerdotes, monjas y laicos enfrentaron a los organismos de
seguridad de la dictadura. Cuando lean el libro, aparten la realidad por unos
momentos y aprecien los instantes poéticos, la fluida y armónica narración que
Adriana desprende en cada una de estas páginas.
Finalmente
les quiero decir que hay historias que no se pronuncian, que no se traen al
presente, que no se olvidan, tan solo se piensan, se rumian, se pesadillan.
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