Presentación
del libro Santa Victoria, de Ricardo Herrera, Ediciones Inubicalistas, 2017
Por
Jorge Volpi Bravo
LUZ / OSCURIDAD
Luz – paisaje – escritura–cuerpo
– percepción – cambio – temporalidad.
La luz que podemos
observar se construye en el encuentro / sentir la luz en esos paisajes / Hay un
conflicto en la luz.
Esta fuerza invisible
se hace visible cuando hace contacto con la materia, la oscuridad es espacio
que contiene luz invisible. En estas escrituras vamos por un adentrarse en la espacialidad
de lo oscuro y al mismo tiempo entrar a la dimensión de lo luminoso, cuerpos
que producen luz, la perciben y la reflejan. Hay una ventana abierta, una
inmersión en un paisaje de luces; quiero atender a las luces que veo en esta escritura,
las luces del paisaje, paisaje sin luz, crisis de la percepción. Aquí, en este
paisaje es posible observar el movimiento de la luz, pero también sentir su vibración.
Es también una luz que se siente, vivimos dentro de una luz, si tienes
paciencia y esperas, podrás ver esa luz de la que hablas, o al menos sentirla,
porque esto se siente.
Aparecen luces de
diferente naturaleza u origen, objetos lumínicos, artefactos, tecnologías
lumínicas, está presente la luz desde las fuerzas “naturales”, la luz solar,
lunar, luces del cielo nocturno; “la luz de ese mediodía en una isla”[1],
la luz sitúa espacio temporalmente sucesos, ficciones, mitologías, tradiciones
culturales; “como un faro apagado, como un anchimallen emergiendo entre la
niebla”[2].
Es también la luz “artificial”,
la fuerza eléctrica y su acción sobre el paisaje, la que recuerda antiguos paradigmas
binarios; naturaleza/cultura, civilización/barbarie, modernidad/posmodernidad,
neón/chonchón, faro/anchimallen.
Siento
que los textos oscilan en diferentes luminosidades, se mueven, vibran y
adquieren otros tonos. En la relación luz/oscuridad, a veces opuestas, complementarias,
simbióticas. La luz en la oscuridad y ésta en la luz, hay zonas confusas intermedias
que afectan, pienso que estamos observando la afectación de la luz y la emocionalidad,
esa interacción física, como fluctuamos, como nos dejamos afectar por la luz; “ni
la luz que se filtra y refleja en la pared las distintas versiones de tu
rostro”[3] o
“las hojas que se iluminan en las noches (…) cuando las enfermeras sarmentosas apagan
todas las luces”[4]
o “abajo donde la oscuridad pendenciera no permite lámparas donde la tiniebla
derrite velas y arroja agua salada sobre los chonchones”[5].
Este
último elemento, adquiere valoraciones diferenciadas, la presencia de luz
bautiza el paisaje, lo ilumina, lo enfatiza, en oposición a una oscuridad a
ratos ontológica, metafísica, intensa, activa, violenta; “sin neones pero con
chonchones en la entrada para alumbrar la noche oscura del alma”[6]. Las
luces que producen la crisis, la luz de la casa que se incendia produce una luz
que da calor o quema, las cosas de la vida cotidiana, que actúan “bajo este
chorro de luz, eterno y compasivo”[7].
La luz y la intensidad
del color, luz, emocionalidad y cambio, la fluctuación de la luz, la luz y el
reflejo, en “ser un poco la sombra del árbol en la corriente”[8],
la proyección de un cuerpo en una superficie movediza, pero también en una
búsqueda constante. Hay un afán de esa luz misteriosa, y la afectación alegre
de encontrarla; “faltaba un granero y lo encontré, la mitad está lleno de luz y
un cuarto restante está vacío y el otro cuarto está lleno de oscuridad hasta la
mitad”[9].
PAISAJE
Aquí
todo paisaje y todo espacio está lleno de luz, luego estás en ese campo del
paisaje, sales de la observación contemplativa para entrar, hay una aprehensión
movediza, un paisaje que se agita “se mueven en ondas de calor expresionistas”[10].
En
este libro hay una invitación a pensar el cuerpo que escribe como un cuerpo
receptor, un canal, un flujo, un cuerpo abierto y sensorial, el cuerpo sensible
que danza en el bosque y va recogiendo informaciones, capturando, perdiéndote
en el camino, para dar con una dimensión de sonidos sin borde, un campo de
ruido expansivo, también el sonido aparece acá como una fuerza transformadora,
un sonido que te hace cambiar, la búsqueda de lógicas de relación con el
“paisaje” y el “territorio” escritura en la tierra, en la luz, en el sonido, es
sutil el modo de estar ahí:
“¿existe
esa ventana que abro?”
Las
luces que ingresan y salen, el espacio abierto que se crea, cuando abres esa ventana
inmaterial que si existe, abres un espacio para que entre luz.
El
paisaje es híbrido; mientras leía hacía las conexiones con el jardín de las
delicias, esa hibridación donde conviven plantas, animales, humanos. En esta relación,
hay animales extraños, especiales, plantas que mutan en colores, cambian de
estado, las figuras en el agua, “cubos que ladran, triángulos que suben a los árboles…
especies vegetales que al rato evaporan a colores”[11].
PERCEPCIÓN
Escritura,
cuerpo y sensorialidad.
Escritura desde la
sensorialidad, se puede percibir una escritura hecha desde un cuerpo sensible,
un escribir que se vale “de”, o toma diferentes informaciones. Hablamos de un
cuerpo que siente, observa, toca, huele, un cuerpo que es otra fuerza material
en la danza del paisaje, un cuerpo que entra en ese movimiento, porque hay un
entendimiento de como esto se está moviendo “para nosotros la literatura nunca
dejó de tener que ver, oler, tocar la realidad”[12].
Ahí el cuerpo tendido
en el pasto profundo, un cuerpo en la frondosidad vegetal, cuerpo en estado
vegetativo, que resiste en la búsqueda de la luz. Me pregunto por las
transformaciones de la luz en esa isla, pienso en el tiempo de observación de
la luz en la composición de esta naturaleza muerta.
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