Apuntes
sobre “Santa Victoria” de Ricardo Herrera Alarcón
Por
Felipe Caro
Hace
un par de años Ricardo nos confió, a Pablo y a mí, la publicación de una
plaquet de adelanto de este libro, llamada “Santa Victoria: Poemas de anticipo”
por Venérea Violenta Ediciones. Configuramos una presentación esbozando ciertas
interrogantes: cuál era el territorio expuesto, quiénes los animales que lo
poblaban, cuál la relación entre vida y poesía. Hoy me queda claro. Como si la
luz de nuestra virgencita me hubiese bendecido.
Es Santa Victoria, de Ediciones
Inubicalistas 2017, un libro que conforma un panorama de la poesía regional, un
espacio geográfico al que oficialmente se le denomina Araucanía. De singular
fauna, rural, lluvioso, desolado, violento, donde sus seres abrazan la fragilidad:
un manicomio para escritores, aspirantes y lectores.
Un
acierto del libro, enciendo la primera velita a la virgencita, es hablar sobre
un tema que parece tabú en la escritura regional: la etnopoesía que tanto le
gusta manosear a ciertos académicos del sur de Chile para justificar su trabajo.
El primer gesto de rompimiento con este canon de idealización del mundo mapuche
en la literatura, violencia cultural al cosificar y normar lo que pertenece y
no, es el personaje de la “hermana T”, mapuche evangélica y fascista, porque
sí, se puede ser oprimido (mujer-mapuche) y ser parte del discurso opresor
(fascista-evangélica). Podríamos decir que es este personaje el símbolo de la
literatura regional, muy tipificada por la academia y comercializada por la
misma. Es una estructura repetitiva con elementos y recursos ya agotados que se
ha transformado en un lugar no criticable desde la misma literatura: “no
entiendo esas serpientes ajenas al agua y la tierra que despreciando el mito y
el amor descansan entre las sábanas / seguramente cansadas de dios /
posiblemente hastiadas de arrastrarse por el otro / para qué sacan tanto brillo
al bronce de esa puerta si ya nadie va a entrar / duerman, consuelen a las
fieras que aúllan / limpien de hojas el estanque”. Se extiende una invitación a
explorar una poesía más allá de la norma que hoy se impone y dictamina, que ha
invisibilizado escrituras paralelas, como nos dice el hablante: “La hermana T
se dedicó a hacerme la vida imposible durante mi estadía en Santa Victoria. /
Empezó quitándome el saludo, hablando a mis espaldas”. Los lugares asociados a
este poder clerical, en la metáfora del mundo poético, son apropiados y
devenidos a espacios para “hacer” en anonimato: “La iglesia que construimos… /
…La ocupamos de establo / para almacenar granos / la ocupamos para sacarnos el
mal de espíritu / el demonio de la literatura / esa vieja costumbre de escribir
a caballo contra el viento.”.
Segunda vela encendida. Un motivo
que se repite ya en la constante del proyecto poético de Ricardo Herrera es
pensar sobre la propia literatura. Una amiga me dijo que todo buen escritor
escribe textos metapoéticos. Debe exponer su visión acerca de la poesía y el
poeta. En “La fuga de los cisnes” vemos como el hablante nos deja en claro el contexto
poético actual. “acá perder no es un arte” nos dice, un claro mensaje del escaso
riesgo que corre la poesía contemporánea en la zona de la comodidad en la que escribe.
Finaliza el poema con los siguientes versos: “borrar hasta que dejes / un
estado anterior a este momento / como alguien que va a decir algo (te va a
decir algo, escucha) / pero finalmente calla y sonríe”. Hoy la poesía nada nos
dice, es un artículo, un objeto inanimado adornado hasta el cansancio. Incluso
la vanguardia, ese movimiento que cíclicamente siempre aparece no ofrece ningún
panorama alentador: “la crisis de la vanguardia: hectáreas sembradas de pino y
eucaliptos que provocan / erosión de la memoria. Lo mío es el olvido”. Ricardo
va reafirmando una visión que ha construido en sus libros, la relación del
autor con su escritura. Para él la poesía es forma y contenido. No es cosa de
artificios ni challa de cumpleaños. No es un manifiesto ni dogma. Es el camino
solitario del escritor: “damos por cancelada la vieja contradicción entre
revolución en la literatura o literatura en la revolución / y escribimos en las
mazmorras del lenguaje, en las trincheras del sentido / la poesía que nos dé la
gana, en un idioma gastado y viejo.”. Por amor al arte es que se deben hacer
todas las cosas sin esperar nada a cambio. Un poema no necesita de aplausos en
lecturas, conventilleo entre escritores ni figuración en eventos. La escritura
está en otro lugar. Es una “Lectura amorosa” como nos dice el poema con el
mismo nombre. No hay que confundir la lectura amorosa con la complaciencia. De
esta manera, la lucecita de nuestra vela devela otro elemento en este libro.
Uno reiterado en la poesía de Herrera, que es la atención en el trabajo de
editar el texto, la verdadera escritura: “La lectura amorosa se hace con el
puñal debajo de la chomba… / …aprovecho de leer tiernamente los libros que me
envían / y que yo voy desmadejando, desmalezando, arrancando pluma a pluma, hoja
a hoja y entregando…. / …a mis amigos enfermos… / …en las botellas de suero,
cuelgan las hojas que se iluminan en las noches como los ojos de un conejo /
cuando las enfermeras sarmentosas apagan todas las luces”. Dibujamos una de las
preocupaciones de este libro, del autor. La necesidad de una lectura crítica de
este paraje, que se atreva a sanar este casi cadáver que es la literatura
regional. La lectura amorosa es aquella que se hace desde un punto crítico,
enemistada para siempre con adjetivos que nada dicen: “que bonito tu poema”,
“que bonito tu libro”; es decir nada: callar y sonreir.
Santa Victoria es la garita de
nuestra patrona. La tradición nos dice que es necesario encender velas a
nuestros seres queridos. Aquellos que por uno u otro motivo caminan descalzos por
nuestros pensamientos: un hijo que la vida ha imposibilitado de ver crecer día
a día, un amigo pintor que con su lucidez nos ayuda a perseverar en el camino,
la persona que se ama y se espera en la puerta de la casa para darle la
bienvenida a este mundo que sostenemos dentro de uno.
Al finalizar encenderemos la última
velita, como siempre en un ruego: “Santísima Virgen: / me siento derrotado esta
mañana / y pido un poco de piedad para mi cuerpo… / …no importa que caiga la
noche en la escritura / el río pasa turbio y barroso y lo que suceda allá en el
fondo no preocupa / a nadie. Por el momento. / Aunque la ola de los días me
lleve al desprecio por la palabra vuelvo a los campos / para dejar escrito en
las hojas y la corteza de algunos árboles / mensajes que amantes y pájaros
leerán / antes de cantar o desnudarse”. Podríamos decir sobre Ricardo Herrera
que Santa Victoria “es su libro más personal”.
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