martes, 1 de agosto de 2017

Notas breves sobre un regreso

Por Susana Burotto
Talca, julio 2017


No conocí al autor de este libro. Sólo lo vi una vez, en la muestra del documental sobre la Sota. Mi memoria registra imágenes difusas de ese encuentro y por lo tanto, mi aporte en este homenaje viene solamente como apreciación lectora de su libro El regreso de Naiquel Llacson. He tratado de equilibrar una visión humana y literaria, porque entiendo que su figura se proyecta mucho más allá que los textos publicados por él.
¿Qué llamó mi atención de este libro? Muchas cosas. Para empezar, la pasmosa soltura, el aire desenvuelto, sin complejo alguno, conque narra una aventura tan fantástica como esta, un fantasma famoso que sale temporalmente del Purgatorio para introducirse en el cuerpo de un talquino modesto, un joven taxista, con el que dialogará incesantemente todo el relato, siendo este rasgo –el coloquial, humorístico, chispeante y alegre diálogo entre Naiquel y Felipillo, el muerto y el vivo– la hebra que da vida al argumento.

—Escúchame –continuó Naiquel– no tengai miedo, yo soy el espíritu de Naiquel Llacson, necesito hablar contigo pa proponerte un negocio, pero pa eso tenemos que juntarnos en un lugar, que podría ser la Plaza de Armas, mañana temprano, en el asiento que se encuentra en el basurero más grande. Cuando lleguís abre la tapa y me verás revuelto con la basura, no es que haya sido basura, pero en ciertas ocasiones me comporté como tal, tú sabís que nadie está libre de pecados, creo que es el lugar más adecuado para este encuentro de tercer tipo.

Así es como Naiquel y Felipillo se conocen y empiezan sus andanzas, que recuerdan las aventuras clásicas de las amistades que, literariamente hablado, dan vida a muchas obras narrativas eternas, nutridas por anécdotas, diálogos, encuentros fortuitos con toda clase de personajes, visita a parajes maulinos, elementos costumbristas y descriptivos, intercalados con reflexiones, situaciones carnales y espirituales que van ampliando la panorámica de una novela que a primera vista juzgamos como una simple voltereta narrativa en tono lúdico. Tal vez, en un comienzo sea así, para dejar sentadas las bases de la historia, y luego, a partir de allí, deambular por toda clase de situaciones, que alcanzan una variedad de matices, coloridos, elementos realistas, anímicos y filosóficos, en una especie de feria literaria por donde cualquier lector puede deambular con la certeza que no se perderá, que el hilo narrativo está siempre allí, tensado y flexible a la vez, con las voces llenas de vida de sus protagonistas.

-         …Naiquel preguntó a Felipillo.
-         ¿Hay volao alguna vez?
-         Cuado me he fumado un pito solamente.
-         ¿Te gustaría hacerlo físicamente, en cuerpo y alma, surcado los cielos de estas montañas?
-         ¡Claro que me gustaría volar como las gaviotas!, pero cómo… a menos que me tirara barranca abajo y volar hasta quedar convertido en puré.
-         ¡Vamos, súbete a la mochila y asegúrate bien!
-          (……..) (…)
-          De esta manera surcó los aires cordilleranos el pajarraco, con la figura más grotesca que se pueda imaginar, así como el viejito pascual vuela con sus trineos o la bruja que lo hace montada en una escoba, o la bicicleta de Mary Poppins, eran las comparaciones que hacía Felipillo, con la diferencia que él iba sobre una mochila.

Este deambular se nos anuncia desde el comienzo como una breve incursión temporal y con ello ya se adivina que todo estará contenido, abreviado, compendiado en situaciones argumentales nítidas: es el viaje a Marte, al planeta Fantasía, a Constitución, a Enladrillado, a Talca callejera y a Talca en su mundo de casino y negocios, en fin, un fluir por espacios donde tiene lugar una anécdota, un cambio, un recuerdo, una reflexión, una crítica, muchos sarcasmos, pero también indulgencia frente al actuar humano. Leyéndolo, se tiene la percepción que el autor ama la vida y que dentro de ella, amaba la literatura. Es imposible pensar este libro sin imaginar a un hombre que leyó mucho, donde muchas de esas lecturas –aventuro, conjeturo– se quedaron con él y que cuando escribía pudieron haberlo acompañado, como el mismo fantasma del Quijote y sus elucubraciones con Sancho, Dante visitando el Purgatorio y reflexionando sobre el destino, Lazarillo y otros jóvenes vagabundos literarios arriesgándose por calles y caminos inciertos pero seductores. Todo lo leído es vida, ciertamente, y experiencias varias, que al tomar la palabra, como en la clásica narrativa de viajes y aprendizaje, adquiere incluso un tono sentencioso, rozando en lo moralizante, salvándose de ello por el humor, la ironía, el habla informal, que acuden en su ayuda para hacerlo desistir de esa ruta. Queda despejado el camino para este juego humano y literario.
Junto a los rasgos anteriores, se percibe también una urgencia por nombrarlo todo, contarlo todo, pensarlo todo, en una voluntad que no teme correr el riesgo del desbordamiento o la desmesura. Y es justamente este rasgo, la posición autoral del “yo cuento” que al situarse en una oralidad incesante, constituye uno de los rasgos más identitarios de este texto, que en sus diálogos entre Naiquel y Felipillo se pasea por el costumbrismo, el realismo, el humor negro, la nota sentimental, el pensamiento crítico social, el cotilleo, el pelambre, la inquietud espiritual, la imposible y soñada recuperación del pasado (es notable el episodio de la playa, donde Felipillo puede acceder a la imagen de sus padres antes de morir ahogados para salvarlo, cuando él era muy pequeño). Todo lo anterior va sumando, se entra y sale con pasmosa facilidad de un episodio absolutamente sexual a otras anécdotas con distinto carácter, como la entretenida historia de la actuación de Felipillo en el casino de Talca, bailando al son del verdadero bailarín, Naiquel, que ocupa su cuerpo. La impresión que se obtiene de esta suma ingenua, químicamente lúdica y creativa, es que el autor no quiso ahorrar material narrativo alguno. Tenía que estar todo.

¿Qué alternativa nos deja un libro así? Mi hipótesis, por llamar de otro nombre a la simple y atenta apreciación lectora, es que aquí la expresión “critica literaria” es absurda, inútil, ociosa. Ante personajes como Naiquel y Felipillo sólo cabe –como si volviéramos a nuestra infancia lectora– sonreír, asentir, dejarse llevar y agradecer que otra vez, como lectores, simplemente nos dejemos encantar por la palabra escrita que trasunta, en su oralidad fresca, sin límites ni trabas de ninguna índole, la inmensidad de la vida y el gozo de haberla conocido.


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