A propósito de
ESCOMBROS de Felipe Montalva (Ediciones Inubicalistas 2017)
Por Claudio Maldonado
El
mote de literatura marginal a veces porta un gatillo fácil, un ojo que por un
lado grita la rebelión y por el otro está pendiente de las fluctuaciones de un
poder culturoso, tan frágil como ridículo. Y es en esta invención de
marginalidad donde escritores, críticos, editores, libreros y lectores mucha
veces caen y pican para librar una lucha soterrada por hacerse “creíbles”, como
dirían en los campos del valle central, los absorbe no lo maldito, sino el
amalditamiento, esa cosa que Octavio Paz
decía en uno de sus ensayos: el no querer rajarse, el morir calladito con la
bandera orgullosa de haber vivido en una periferia de escarnio y valentía.
Pero
algunos actores no siempre mueren en su rueda y se rajan y percolan y se
delatan y sus cañerías explotan en la cara de algún paisano que no les compra,
por ejemplo, que sus lecturas estén destinadas a rotular lo marginal en cuanto
a género, tendencia sexual, nivel socioeconómico, color político, nivel de
provincianismo, etc. Lo sabemos: cuando algo está bien escrito esas máquinas no
aguantan análisis. Afiebrados por ganar con esos no lugares se alejan de lo que realmente importa: lograr, a través
de la lectura de una pieza literaria, la posibilidad de inventar nuevas ideas, proyectar
otros relatos (el cuchillazo íntimo como diría Borges) otras posibilidades de
imaginar (releer en el fondo) lo que parece estar en esa inútil belleza de lo nimio.
Entonces la chispa de eso marginal puede que esté en ese proceso tan sencillo y
creo que ESCOMBROS, de Felipe
Montalva, se puede leer de esa manera. Sus 11 relatos constituyen una
invitación para que el lector (provisto de cierta energía creadora) cierre por
unos momentos el libro y se ponga a contar (o a contarse) una historia de talla
similar. ¿Acaso estos 11 cuentos de Montalva son cómo esas películas chilenas
noventeras? ¿Que a punta de chuchadas y anécdotas folclóricas le hacen decir al
espectador: putas que me sentí YO, putas que chilenos somos por la cresta? Creo
que esto no pasa en ESCOMBROS y creo
que ese es uno de los méritos de la composición, pues su lenguaje atravesado de
poesía y técnica narrativa certera neutralizan todo intento de caer bien a
través de la simpatía de la identificación, es más, su forma logra que estos 11
cuentos los tengamos que leer con mucha aplicación, entrar en detalles,
cavilaciones complejas y juegos con la temporalidad y con el espacio concreto
de la ficción al servicio y en pos de no depender sólo de un buen argumento. ¿Y
a través de esto entonces qué? Ahí es cuando leemos una potente biografía, una
mirada política y un territorio conocido.
Le
agradecemos al autor esta laboriosa gentileza y nos proyectamos hacia su
lectura, como el cataclismo final que atraviesa el miedo de todos los
personajes de estos ESCOMBROS, que
parten con el TONO (DE LO) QUE SE
DESVANECE, un viaje de un hombre que ya no es joven y que construye los detalles
de un momento de su juventud. El viaje de un cuerpo que ya no está y que un día
se fue en el auto de un chileno con acento argentino, no un gásfiter, sino un
plomero recordando cuando en su niñez conoció en su pueblo al primer negro que
más encima se había armado una extraña bicicleta. “Qué porfía eso de llamarle
esperanza al mañana”, escribe Montalva. A partir de los recuerdos de ese cuerpo
viejo, yo, por mi parte, pienso en el primer negro basquetbolista que llega a
Curicó y más encima a mi barrio y a los pocos meses deja esperando guagua a una
vecina que al otro año se pasea feliz con su negrico en el coche, mientras
todas las viejujas de la cuadra le tocan las motitas de pelo al querubín, que
no sabe que su padre se ha vuelto hace rato al Panamá.
Vamos
al segundo cuento: PUERTO PORTAL. Aquí
la ficción no cuenta la cantinela del pueblo chico infierno grande, tampoco la
de un pueblo alejado de las grandes tribus que por ser así ya es sacro. Una
pareja se aburre de todo, quieren armar una nueva vida. Un amigo los visita,
cuenta la crónica de una derrota conyugal desvaneciéndose en el tedio de Puerto
Portal que ya se les ha metido en la sangre: “Cuando te vi por última vez
seguías en Puerto Portal. Habías encanecido otra vez y ya no sonreías” “Tu
mujer estaba en la cocina haciendo no sé qué cosa. Te llamaba a cada tanto pero
tú no le hacías caso”.
“Regresar
a una ciudad es siempre volver a una mujer”, nos dice Montalva en HUELLAS, su tercer cuento, como cuando
Germán Marín, en su novela vuelve de España y salta las panderetas de la Villa
Grimaldi (antes que fuera memorial) y se traslada a su juventud cuando el
recinto era una disco y conoce una chiquilla que no sabe que años más tarde
será la secretaria de una central de tortura, terminando estragada entre la
culpa y el alcohol puro.
En HUELLAS un hombre cree regresar a su
país, pero termina evocando sus tocatas viejas con la cáscara de una mina vieja
conocida, que poco importa si todo está por reventar en un terremoto terminal.
LA VUELTA
es una historia de micro porteña, de vueltas, sapos y recorridos marcados por
la urgencia del diario vivir. El Araña y el Mosca son los gladiadores del
transporte, entre subidas y bajadas dan cuenta de sus micro-vidas, desde el
cielo una piedra viene cayendo “¿dónde está el sol? ¿El sol es la piedra?” El
horizonte se hacer añicos, ya no hay vuelta atrás. Las monedas de la pecera,
tantas veces manoteadas por los asalta-flaites, son los planetas que el Araña y
el Mosca nunca podrán ver.
LA POSICIÓN DEL ARTISTA,
es
la historia de un chiquillo que sale de su zona y llega a una fiesta top, con
gente muy pirula e intelectual. Mientras hablan sobre el arte que la lleva,
sorben sus copas mirando tras el ventanal los carritos de golf en panorámica. ¿El
muchacho espera el insulto o el desprecio de esta jauría para constatar su
verdad de hombrecito digno de una estatura moral superior? Eso no ha pasado,
pero quizás lo desea tanto que su auto persecución lo hace escapar de la fiesta.
¿Qué hago aquí? –se pregunta- ¿Cuándo el señor Burns soltará a los perros?
Con
PASAJEROS –el cuento que viene– me
llega el sonido de una canción de Seru Girán, cantada por Aznar y que se llama
Paranoia y soledad. Un tema al estilo del Pessoa del Libro del desasosiego. Subirse a una micro, escuchar que tres tipos
le dan un nombre nuevo y esto pasa una y otra vez hasta confundirse con un
sueño donde él revienta a todos con una metraca en un supermercado y al
despertar esos tres gorilas siguen ahí, renovando la ciudad que es nueva y
desconocida: “Cuando avanza el bus se siente como un topo para el que solo
existe lo que va perforando con un nombre que jamás había escuchado”.
En
el cuento INÉDITO: un periodista
tiene la misión de entrevistar a Staforelli, que no hablará acerca de su
primera película (que fue un éxito) ni de su segunda película (que la crítica
considera una mierda) sino que hablará de su poemario titulado La sombra de las palabras. Pero
Staforelli no quiere ser entrevistado como Staforelli, sino como un travesti
prostituto, de esos que imitan a Xuxa o a Cristina Aguilera. El propósito va
más allá de jugar con un seudónimo, la idea es transmutarse como los hacen los
machis en el sur, practicar el ocultamiento encima del ocultamiento: “Como un
ladrillo manchado por un humo, que en esa casa hubo un incendio y que murió
gente” Veremos si en el cuento este dispositivo Staforelliano sirve para que el
periodista cumpla su misión, o tal vez esto sea lo que menos importa.
En
el cuento EN PEDAZOS el personaje es
Saavedra, un chileno que se va de mercenario al Medio Oriente. Por unos buenos
morlacos tiene que aguantar y aguantar por unos meses, cuidar los intereses de
los gringos y luego volver sano y bueno a su provincia. Freno el conteo de las
acciones y escarbo en los escombros de un relato que viví hace unos años en la
ciudad de Molina: cuando fui a presentar una novela que escribí y el moderador
(una hora antes) me presenta a su hermano que a mitad de los 2000 había hecho
la misma de Saavedra, lo contó a pito de que hace unos días había peleado con
el jefe de los guardias del mall de Curicó, quedándose sin pega. Decía: “es
injusto, esos sacos de papa no saben lo que es derretirse con el calor de una
tierra seca, que deja loco y con esas mujeres, entera de tapadas, con esas
telas negras que igual son transparentes, sin calzones ni sostenes, igual
mostrando todo” Quizás el personaje de Montalva, Saavedra, también se percató
en esos detalles, pero se los guardó, tenía que aguantar y ser la carne de
cañón en las misiones menores, pero no por ello menos mortales. Aguantar, no
rajarse, no explotar, a pesar de ese afgano rebelde que bomba en mano quiere
reventar a esos latinos para siempre. Para Saavedra perder la chamba es morir.
Debe implotar, volver a la Foxys, contraerse frente a la tribu de su puerto.
En
LA CASA MUERTA una muchacha camina
por la periferia de una casa tapiada, el paisaje la devora calladamente, hay
una historia de amor quebrado, una piscina de plástico con el agua negra de
hojas.
Pienso
que de estas ruinas nace COLADOR, hijo
del campo y de esos silencios, es Colador, que llega a un pueblo que hace la
resistencia contra los abusos del poder. Colador llega con una manta que parece
hecha de adobes, y unas muecas tan primitivas como directas. Colador será el
detector de todos los espías que intenten sabotear los intentos de revolución.
Montalva nos entrega un par de pistas y nos deja en el misterio. El origen de
Colador es trabajo del lector.
El
último relato lleva el título del libro:
ESCOMBROS. Ir, volver, quedarse, así funciona toda la mecánica del mundo,
nos dice Vallejo en un poema. Desde las ruinas de capital del Maule escribo
estas ideas para Montalva, mañana será el tiempo de volver a la vieja casa del
sur. El viaje ha percolado un cuento nuevo, doy gracias por aquello.
Leído
el 8 de septiembre de 2017 en Valparaíso.
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