Reseña de “Limeriques” de José Tomás Labarthe
Por Cristián
Rau
¿Qué son los mentados
limericks? Wikipedia, el oráculo de nuestra época, nos dice que son una forma poética muy
conocida en el mundo anglosajón, formadas comúnmente por cinco versos con un esquema de rimas. El limerick tiene generalmente intención
humorística, y a menudo obscena. Los dos primeros versos riman con el último,
así como el tercero con el cuarto, y éstos dos por lo general son más
cortos. Estos poemitas nacen en el Siglo
XVIII, pero alcanzaron su apogeo en el XIX gracias al Book of nonsense de Edward Lear.
Como muestra,
un botón. Un limerick, de autor desconocido, que intenta explicar el género:
“El Limerick
junta chistes anatómicos
En un espacio
bastante económico
Pero los buenos
que se ven
Rara vez
decentes suelen ser
Y los decentes
rara vez tienen algo de cómico”
El Limerick es,
entonces, una especie de chistecito victoriano; acá va uno de Lear, su más
grande maestro:
“Hay una joven
cuya nariz
Aumenta y
aumenta sin fin
Cuando la
perdió de vista
exclamó con
gran angustia:
¡Hasta siempre,
punta de mi nariz!”
Un poema
cómico, muy simple, pero no fácil de cazar. Mauricio Redolés, chistoso por
excelencia, explica especialmente para este libro que los limericks son una
“especie de paya que debe ajustarse a ciertas reglas”. Además, acertadamente,
apunta que uno de los libros más extraños y complejos de la gran historia de la
poesía chilena, parte con uno de estos chistes. Así abre, entonces, La Nueva Novela de Juan Luis Martínez:
“Había una
vieja persona de Chile
Su conducta era
odiosa e idiota
Sentado en una
escalera
Comía manzanas
y peras
Esa imprudente
y vieja persona de Chile”
Aunque nunca
lograremos conocer a este viejo imprudente, ni menos entender de punta a rabo
la obra de Martínez sí podemos aventurarnos a decir que en la poesía chilena
hay ejemplos maravillosamente sólidos de esta alianza entre humor y verso. El
dominio maestro de Parra y su capacidad de emitir juicios racionales y luego
mandarlo todo al carajo con la chispeza
nacional, por ejemplo:
“supongamos que fue crucificado
supongamos incluso que se levantó de la tumba
–todo eso me tiene sin cuidado–
lo que yo desearía aclarar
es el enigma del cepillo de dientes
hay que hacerlo aparecer como sea”
supongamos incluso que se levantó de la tumba
–todo eso me tiene sin cuidado–
lo que yo desearía aclarar
es el enigma del cepillo de dientes
hay que hacerlo aparecer como sea”
En la cuneta
contraria está el humor minimalista, casi zen de Bertoni, cuando escribe:
“un poeta
mejicano
nos dedicó un
poema
a mi novia y a
mí
¿por qué a mi?
si se acostó
con ella”
Incluso Lihn,
quizás el más inteligente y teórico de nuestros poetas, escribe:
“Señora asesora del hogar
prefiero el caos a un resfrío
amigos
prefiero un resfrío el enfriamiento de las relaciones humanas”
prefiero el caos a un resfrío
amigos
prefiero un resfrío el enfriamiento de las relaciones humanas”
José Tomás ha
leído seriamente este tipo de poesía chilena. Puedo dar fe de eso. Pero creo
importante señalar que hay otra veta probablemente más decidora a la hora de
intentar explicar el motivo por el que Labarthe elija este tipo de verso. La
familia de José Tomás, a quienes por fortuna conozco de cerca, son unos
maestros consumados del humor. Generación tras generación se traspasan ciertos
tics y maromas, secretos de artes secretas. Como en toda casta que se precie
hay varias vertientes internas: están los sabios, que con la simple y
disimulada alzada de una ceja, o del muso, según corresponda, puede desatar la
más grande carcajada entre los iniciados. También están los espadachines,
aquellos que buscan insistentemente los puntos débiles del adversario hasta
dejarlo reducido a una piltrafa, con el ánimo por los suelos y más cocido que
botón de oro. Y los hay también de esos que se creen ladinos, rápidos, pero no
la agarran ni al quinto bote. A esos,
obviamente, le llegan las peores chanzas. Se los ha visto sentados en la
primera fila de un funeral, carne de la carne que está dentro del cajón,
dándose de codazos y riéndose por la bajo. Incluso me han contado que es
tradición echarle un billete escondido al finado, por si en una de esas el
diablo acepta propina o por si, como dice De Rokha, pueda “echarse esa última
canita al aire antes de que la pelada le coloque la espalda contra la eternidad
y el pecho frente al cielo”. Un pariente muy
cercano, casi hermano de José Tomás, luego de ser víctima de una broma
de antología, llegó a decir que eran “muy burlescos”.
En estos casos
en que el humor es parte de la personalidad, es normal ocuparlo como arma de
defensa. Una forma medianamente elegante de tirar la pelota fuera del estadio y
poder campar, pidiendo la hora. Es por eso, quizás, que José Tomás eligió estos
versitos, estas payas, para enfrentar
uno de los momentos más complejos de su vida. Su hijo menor, Borjita, a
quien está dedicado el libro, estaba muy enfermo, cuando en las salas frías de
los hospital nacieron estos limeriques. ¿Cuánta gente en el mundo recurre a un
tipo de poemas victorianos para ponerle cara a la noche?
Entonces,
quizás, este libro es por una parte una especie de salvavidas, una treta válida
para sacarle la lengua a la mala fortuna pero, al mismo tiempo, es un ejercicio
poético no menor (como se dice hoy en día), ya que escribir en una métrica
determinada y con ciertos parámetros de estructuras no es tarea fácil. Labarthe
entonces hace el ejercicio completo: escribe siguiendo al pie de la letra las
exigencias estilísticas de los limericks, pero se aprovecha de ellos, los hace
suyos, transformándolos en limeriques con “q”, y les saca la pompa británica y
los trae a Chile y hasta al último pueblo del Valle Central, cubriéndolos con
sus obsesiones, con sus gustos, con sus hijos, con sus Alexis Sánchez, sus poetas
y series favoritas.
Finalmente,
debo decir que este libro tiene otra gracia: con estos versos cortos, con estos
chistes inocentones, recordándonos que
feo rima con peo y e informándonos que:
“En Valdivia
llueve tantazo
Que de un solo
costalazo
Una señora en
la calle
Se cayó al
Calle Calle
Con manso ni
que guatazo”
Este libro logra
hacernos reír como niños, despreocupados, sin vergüenzas ni pudores y, quizás, simplemente
para eso para eso sirva la poesía.
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