Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2018, 98 páginas
Por Felipe Moncada
El tema que atraviesa todos los relatos de este libro es la
guerra, el medio para hacerlo: relatos “clásicos” (en el sentido estructural
del cuento) sobre conflictos bélicos en lugares y tiempos diversos. Cito acá un
fragmento de la contraportada del libro: “Una tribu que se protege a través de los
sueños y la brujería del progreso, un interrogatorio sobre un incendio en un
territorio en conflicto, un prisionero gringo en una guerrilla latinoamericana,
dos soldados argentinos en una playa de las Islas Malvinas, los sobrevivientes
de una tropa del Ejercito de Chile en la Guerra del Pacífico, desorientados por
el desierto, un soldado israelita oyendo de un palestino en silla de ruedas un
antiguo relato árabe, una española que disfrazada de hombre se integra a la
empresa de la “conquista de América”. Estos son algunos de los personajes y temas
que recorren estos 7 cuentos.”
Es allí donde se sitúa Raúl Alcaíno[1]
y desde donde despliega sus recursos narrativos.
Alguien podría preguntar, con justa curiosidad o candidez: ¿no
es algo anacrónico escribir sobre la guerra?, a lo que un segundo “alguien”
podría responder con otra pregunta: ¿no hay algo acaso más contemporáneo que
hablar de la guerra? Busquemos noticias en la Red, invierno del 2018: Trump
habla de una guerra económica a ciertos países orientales. Los políticos hablan
de una guerra a la pobreza o una guerra a la delincuencia. El Estado se
complace en difundir por los medios masivos su “Escuadrón Jungla” de
Carabineros de Chile (institución con escandalosos casos de corrupción
económica y procedimental), como si se empeñaran en hacer su propio Vietnam
comunicacional, mientras protegen el interés de los capitales privados que
secan el suelo hasta la erosión. Fin de la búsqueda.
A propósito de ello, de la omnipresente guerra, quiero
comentar microscópicamente dos libros
recientes. Uno es el libro En guerra con
Chile de Víctor Munita Fritis (Ediciones Cinosargo, Arica 2013) que se centra
en la Guerra del Pacífico y haciendo uso de la fotografía, el documento de
época, la traducción, el fotomontaje, nos narra una guerra otra, desde la perspectivas
del indígena, de la mujer, del esclavo chino, y desde ahí se fuga a sus
construcciones poéticas. Profesor de historia, Víctor Munita sabe buscar en los
registros no considerados por la historia oficial, pero no se queda en eso,
sino que de ahí parte para construir un artefacto metaliterario que llega
rápido al lector–observador y logra graficar esa guerra otra donde los héroes
son una convención, y donde la violencia se naturaliza y se mantiene en el
tiempo, a través de una “impunidad acumulada”, hasta la dictadura y hasta la
actualidad.
El otro texto es la plaquette A mi casa no llega el cartero (Ediciones Inubicalistas, 2017) de la
poeta cubana radicada en Chile, Damaris Calderón. En ese trabajo los poemas
hacen alusión a distintos conflictos contemporáneos, que nos es posible conocer
gracias (o desgracia) a la Web y los medios alternativos de información. Allí
están las masacres en África, la franja de Gaza, la ciudad de Aleppo hecha pedazos,
o las matanzas en Estambul, Bagdad, Budapest, Damasco, o el desierto de Sonora
como una “máquina de matar”. Noticias que golpean en su salvajismo mediático,
en su latencia de miedo nuclear, bactereológico, químico y absurdo, y que son
la punta del iceberg noticioso de interminables odios internos, de motivos que nadie va a terminar de conocer ni analizar,
pero que nos recuerdan que la guerra es una especie de estado permanente de la
humanidad, o como Damaris Calderón la denomina: “un experimento de ciencia de
un estudiante de secundaria de otro universo”. Sirva lo anterior, la alusión a
esos dos textos recientes, para poner relieve la actualidad del tema. No sería
exagerado —aunque sí efectista— afirmar que en este mismo momento una bomba cae
en algún lugar, una bala acaba con una vida humana.
Vuelvo a Espejismos.
Raúl Alcaíno se sitúa entonces en esa especie de actualidad eterna y despliega
sus recursos narrativos para situarse en distintos contextos: en Medio Oriente,
en la Selva Amazónica, en el desierto de Atacama, en un trabajo de
documentación que pasa felizmente desapercibido en los relatos. Desde allí, crea
atmósferas alejadas de nuestro cotidiano, con sobriedad y exactitud de las
descripciones, diálogos breves y precisos y la ubicuidad de los narradores que
no caen en parcialidades obvias, que no moralizan sino despliegan acciones
internas y externas, en resumen: narran sin que el narrador sea un protagonista
o un opinólogo. Tampoco aborda la guerra desde lo estratégico militar, o desde
las condiciones geopolíticas, o desde lo ideológico, sino desde la perspectiva
de hombres y mujeres que son los peones en estos tableros de sangre, la parte
humana que deja su sus ilusiones, sus miedos, su impotencia, en distintas
condiciones de conflicto.
Para cerrar esta pequeña alusión al inagotable tema de la
guerra, cito al historiador José Bengoa, en su Historia del Pueblo Mapuche, un
fragmento en que a partir de Levi Straus, dice lo siguiente:
“No se pude estudiar la guerra sin estudiar el comercio”
o en general, en sistemas de intercambio. Hay quienes señalan con mayor énfasis
el origen de las guerras en la relación escasa de productos y bienes. Pierre Clastres
plantea una crítica muy dura a estas interpretaciones y postula la guerra como
una relación ritualizada entre diversos agrupamientos humanos.
Y bien, sea cual sea la causa, de la que nadie hallará la
punta de la madeja, en estos cuentos lo que interesa es el resultado de esas
causas en la imaginación agotada de los combatientes, en la ilusión de la
victoria o la derrota, aquello apenas perceptible que puede unir un viejo
relato que podría haber estado en Las Mil y Una Noches, con la voz pausada de
un palestino en silla de ruedas a punto de escuchar una detonación. Es ese caos
histórico, todas las causas se expresan finalmente en el sujeto tenso al borde
de su existencia, en su asfixiante cotidiano de armas. Sí, el tema es universal,
si es que ello aún se puede afirmar de algo, lo demás es el arte de contar,
quizás una de las pocas cosas más antiguas que la guerra, y por lo cual es
posible construir la memoria o estimular la imaginación de quienes no
estuvieron presentes en el horror.
[1] Nacido en Talca, 1983. Estudió Literatura en la Universidad de Chile y
Magister en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Santiago.
Actualmente es docente en instituciones de educación superior. Fue miembro del
Taller de Narrativa Universidad de Talca. Espejismos es su primer volumen de
cuentos. Su cuento “Después de la victoria” obtuvo un premio Roberto Bolaño en
el año 2009 y el cuento “Falkland” obtuvo el primer lugar en el Premio Stella
Corvalán 2011, ambos cuentos están incluidos en el libro Espejismos.
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