Santa
Victoria de Ricardo Herrera Alarcón
Por Patricio Serey
Si bien ya en los primeros
poemas del libro se esbozan algunas posisiones en torno a su “intención”, estos
textos (como ya lo dijo Luis Riffo en una presentación anterior) funcionan como
un oxímoron, poética que, por un lado, quiere jugar a desorientar, a conducir
la lectura hacia lugares ignotos y oscuros, pero que, a su vez, se preocupa de
la frágil salud (¿mental?) de la poesía escrita. La iglesia de nuestro señor
(segundo texto del libro), por indicar uno que nos ayude a graficar lo antes
dicho, puede querer mostrar la antigua “casa” de la poesía, que ya no se ocupa
de su propio mito; pero que, sin embargo, hoy se encuentra convertida en un
práctico almacén de acopio de materiales; en un escondite; en una casa de
acogida para adictos en rehabilitación: hoy “la ocupamos
para sacarnos el mal espíritu
/ el
demonio de la literatura
/ esa
vieja costumbre de escribir a caballo contra el viento.”
En
este contexto, creo yo, es donde se detiene con especial interés Ricardo Herrera
en Santa Victoria (Ed. Inubicalistas, 2017). El autor se declara implícitamente
escéptico, aunque no enemigo, de la frialdad técnica de la poesía conceptual,
de la poesía objetiva, sonora, de los eco-poemas, los poemas-cosas, los escritos
con calculadora y bajo los parámetros de la filosofía posmoderna, contra
aquella que sin el abrigo de una referencia culta sentiría por lo menos
escalofríos a la intemperie, haciendo dedo en pleno invierno entre Llolletúe y
Temuco; se declara implícitamente escéptico de la poesía escrita como una lista
de supermercado, o contra aquella que desconfía de la intuición y los sentidos
como agentes reveladores, aglutinantes y desbordantes.
Aunque
acá también se duda de las viejas
técnicas del lirismo, de la nostalgia de la poesía lárica, o de aquellas que se
piensan a sí mismas o fuera de sí mismas; y claro, lo anterior obliga al autor (y
éste a su vez al lector) a forzar la vista, pero en este caso no para enfocar sino
para distorsionar esta “chata realidad”, o dicho desde un punto de vista
cinematográfico (tópico que persiste a lo largo del libro) cambiar de foco, o
lisa y llanamente desenfocar para poder avanzar y volver a relacionarse con lo
otro ya tan dicho y hecho, con ese entorno también dinámico, que si bien hechos
básicamente de los mismos materiales de construcción, que otrora fueran tan
nobles a nuestros mayores, ahora ya degradados, manoseados y transados, no se
ven con la misma nitidez. “Se había prohibido reproducir este mundo chato, la
palabra orilla, naufragio / y miraba hacia atrás y sentía nauseas / no sabía qué hacer / pensaba o sentía que respirar,
que andar de un lado a otro / presentía que algo iba a nacer fuera de foco / que no era ese el exacto lugar de
la cámara.
LA
HERMANA T
En
este mismo contexto de cambio de foco, uno de los temas en que todos los
reseñistas de este libro se han detenido, y me parece muy bien que se detengan
ahí, es el no menos curioso personaje de la hermana T. La mapuche evangélica y
fascista. Directora, regenta o cabrona del lupanar, colegio rural, manicomio o lazareto
de Santa Victoria. “La hermana T se dedicó a hacerme la vida imposible durante mi estadía en Santa Victoria. / Empezó quitándome el saludo,
hablando a mis espaldas / mientras almorzaba lanzaba virulentos comentarios
que hacían me atragantara / que la comida saltara de mi boca, que me doliera el
estómago por las noches. / La hermana T era una mapuche fascista / que gritaba todo el día a los
enfermos que paseaban por los jardines que rodeaban la construcción / una mapuche evangélica / que se enamoraba de todo: / Los árboles, las llaves y norias / que amaba a los toros / a las yeguas en celo”. Antes de seguir con este tema
debo confesar que, como editor, mi primera reacción al enfrentarme a este duro
texto fue de inquietud. En torno a temas tan delicados, contingentes y
necesarios como el conflicto mapuche o el feminismo, lo primero que sentimos es
una honda empatía en favor de dichos movimientos vindicativos. Pero dicho esto,
comienzan a emerger las capas, las distintas dimensiones, las disonancias, las
escalas de grises en torno a estos temas, como es natural para seguir
pensándolos. En este tema creo interesante citar a Héctor Llaitul Carrillanca, líder de la
Coordinadora Arauco Malleco, quien en una entrevista distingue a varios
grupos funcionando en torno al tema mapuche, desde los grupos autonomistas
revolucionarios (como la misma CAM), los ultrones y anarquistas (no mapuches),
hasta cierto “grupo más ingenuo coaptado por el dogmatismo religioso y las dinámica del clientelismo en torno a la política
asistencialista del Estado”; todo dentro de lo que se podría llamar una integración forzada, que ve en el pueblo mapuche nada más que otro
sector pobre de la sociedad chilena bajo los estándares más duros del
capitalismo. Es a este último grupo donde pertenece, obviamente, la hermana T.
Por
otro lado parece interesante que el tema étnico en la poesía salga de sus
registros clásicos, como la épica eco-naturalista, la diaspora mapuche y el
mestizaje forzado, y la del punto de vista victimizante al que nos tiene
acostumbrado; con todas las razones del mundo que estas poéticas puedan o no
tener fuera de la literatura misma. Desconozco si algún autor mapuche (o no
mapuche) haya utilizado ya antes este mismo enfoque crítico del tema étnico. Al
menos acá se presenta un referente para abrir la discusión.
EXPRESIONISMO
ABSTRACTO
Harto
se ha hablado también de la dimensión plástica de este libro, hecho bajo los
parámetros del dripping, del action painting, la técnica de chorrear
y salpicar pintura sobre un lienzo, como lo hacía Jackson Pollock, por dar el
ejemplo más obvio. La idea es trabajar los campos y animales con la estética del chorreo / sin cosa social o reflejo / si todo se apuna, bien / si algo reconocible sale a flote,
mejor”, comienza
diciendo el autor en el primer texto del libro. Pero no hay que olvidar que Pollock
es también heredero del expresionismo alemán y si bien la técnica escritural
está tácitamente influenciada por este dripping
pollockiano, también podríamos decir que su dimensión expresionista también
recuerda la angustia, la exaltación y profusión del color en Van Gogh, o los
pintores del grupo alemán El Puente, o del cine expresionista europeo de
principios de siglo, que también establecieron diferencias irreconciliables con
sus antecesores, el arte objetivista de los impresionistas.
La expresión
de los sentimientos y las emociones del autor, sumada a la representación o distorsión de la realidad objetiva de Santa Victoria, está de alguna
forma relacionada con el arte expresionista; vemos un entorno recargado,
personajes exuberantes y dramáticos (pacientes o funcionarios de un
psiquiátrico), animales, floresta desbordada y domesticada en una tensa
relación, que el autor logra armonizar o confrontar mediante alegorías que
recuerdan los relatos, también expresionistas, de Kafka. Acá podría distinguir
la angustia del profesor–funcionario–paciente del manicomio–escuela de Santa
Victoria, que se encuentra atrapado bajo el influjo venéreo de la hermana T, la
mapuche evangélica y fascista (el símbolo del poder, la burocracia, ejercida
por un personaje absurdo), lo que recuerda explícitamente la angustia que sufre
Josef K (o casi todos los personajes de Kafka) en El Proceso. Lo kafkiano.
Esta visión, como en la obra de Kafka, se plasma también en Santa Victoria, donde Herrera por
medio de un lenguaje dinámico, elíptico,
simultáneo, concentrado, sintácticamente deformado, nos anuncia su derrota frente a este
ejercicio retórico, pero dejando en claro que se trata de una derrota simbólica,
una posición desde donde dramatizar y exagerar la nota para poder fijar la
atención en otros aspectos más importantes de su poética (por ejemplo, lo
político), porque sabe que el triunfo nunca ha estado dentro de las
posibilidades en la poesía; pues en literatura, está claro, nadie puede, (o
nadie debiera) ganar.
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