Por Omar
Mondaca
Texto leído en la presentación del libro La Sota,
de Luis Luchín Gutiérrez, en la Biblioteca Pública de Curicó “Oscar Ramírez”,
el 12 de mayo del 2016.
No es de esos libros que comienzas a leer y puedes dejar de leer
y quizás retomarlo otro día. Te atrapa como te atrapan esos cahuines de
vecindario. No se va a retirar uno en medio de un cahuín sin terminar ¿verdad? Quien
narra en este libro es alguien que te está contando una confidencia de barrio.
Esta crónica literaria está por tanto narrada en un tono familiar y
confidencial, el único adecuado al tema de que trata.
Como obra posee una cualidad
que cumple con lo que se suele llamar en estética la capacidad de Representación, aquella capacidad que
bien le viene a nuestro autor Luis Luchín Gutiérrez al decidirse a realizar
esta crónica literaria y que Felipe Moncada nos sugiere en la lectura de La Sota
en su texto de presentación a la edición cuando dice de esta obra que “fluye
naturalmente, pero también con una ternura que lo hace fijarse en detalles
pequeños de la vida cotidiana, lo que carga su relato de gestos humanos.” Ese
detallar es un gran valor representacional en esta obra. Son muchos los
detalles citados de la realidad que fue la Sota, los que terminan llevando a
cabo su descripción literaria y donde por ello se puede decir que “el propio mundo popular, sigue Felipe,
se encarga de dar cuenta de su existencia.” Y para mí a modo de resumen
fenoménico, “es la sociedad que hizo posible el universo de La Sota , la que de alguna manera
habla por él”. (Todas las citas sacadas del texto “Presentación” en La Sota ).
La crónica está muy bien documentada… bien informada.
Encontrarán en ella mucho patrimonio de nuestra historia, en particular de la
ciudad de Talca de mitad del siglo XX. En Talca el aroma queda aún en muchas cosas
que heredaron su aura, ya sea porque quedan restos de esa historia o porque sus
retoños llevan su sangre y parecido.
En La Sota,
Crónica de un Barrio Rojo se respira algo de nostalgia
y tributo también a lo que “fue”. Al fijar en el texto lo que desapareció
y sólo queda ahora en la memoria, este texto pasa a ser un muy buen compendio
de lo que fue ese barrio tan visceral de Talca. Pero Luis Gutiérrez no es solo
un nostálgico de lo que ya no existe, porque ese mundo que ya no está dejó su
huella recientemente… no es de otro tiempo solamente. No es la memoria de algo
ya pasado y totalmente fuera de época. No
fue la sola erosión del tiempo lo que acabó con ese mundo, sino un terremoto. Y
el autor que narra es un testigo presente con una gran memoria ocular. Ahora,
nuestro autor nos pone en alerta, a nosotros sus confidentes del siglo pasado y
a la vez post-2000, para que esta abrupta desaparición del histórico barrio 10
Oriente no pase por alto… así nos involucra a todos quienes hemos sido
contemporáneos y coterráneos de esta La Sota.
“Todo lo
relacionado con los prostíbulos que funcionaban en La Sota , llámese regentes,
cabronas, pícaras mujeres, cafiches, campanilleros, maricones y todo el entorno
que los rodeaba, vale decir bares y clandestinos donde se finalizaban las
jornadas nocturnas, estuvieron activos por mucho tiempo, hasta que poco a poco fueron
desapareciendo, por diferentes motivos, hasta extinguirse completamente.”
(Las Picaras Mujeres p. 23)
Es verdad que en La Sota , Crónicas e un Barrio Rojo nos
encontraremos con historias llenas de picardía, esa picardía que, insisto, sólo
escuchamos siendo estos cómplices en la confidencialidad… llegando a veces por
ejemplo a la recreación conjunta del mito que es representativo de nuestra zona
y sus valores machistas “Lo primero es
que si se han metido al ambiente es porque, hablando en buen chileno, les
gustaba mucho el güeveo, así de simple.” (Ibid. p. 24). Pero no vayan a creer ustedes, que sólo de la
picardía de la cultura de la hacienda se trata todo esto. Seriamos algo
reduccionistas si así pensáramos. El texto no se ha propuesto sólo recrear sino
que también ser un testigo y difusor de una realidad social que pocas veces nos
atrevemos a ver. Y con esto quiero señalar que La Sota es ante todo también un
crudo y verás retrato social de esta cultura de la hacienda. Cito:
“las ingenuas
huasitas eran tratadas con mucha delicadeza por los proxenetas, los cuales
mediante engaños y mentiras las convencían, haciéndoles creer que en el lugar
donde vivirían nada les faltaría. Algunas de las mocitas con un poco de
atractivo físico ya habían perdido la ingenuidad a manos del patrón o de los
hijos de estos.” (Ibid. p. 26).
También puede adquirir un tono existencialista… “Música y mujeres, era la rutina, como todo
en la vida: nacer, crecer y morir… rutina.” (en “El Zeppelín…, y otros más”).
Pero obviamente no puede faltar, no puede fallar la anécdota en una crónica
como esta: “A raíz del factor temperatura, el músico baterista efectuaba muchas
veces la operación “calentar cueros”, pero a veces era tanta la calentura de
las parejas bailando en el salón, que los parches se mantenían estirados y
afinados toda la noche.” (La Música y los Pacos de la Década del ´40).
En esta crónica novelada llegaremos a encontrar expresiones propias
del autor, tal cual lemas del habla popular, expresiones con algún neologismo
como adjetivo popular ya clásico cuando lo amerita, y lo mejor, sin sobrecargos
en el texto. Algo que a los lectores les sonará como un verdadero dicho popular
cuando no reflejo del habla misma. Veamos
algún ejemplo, vamos de nuevo a La
Sota :
“las emprendía
contra el o los polizontes y así deshacerse de ellos, no sin antes soportar la
sarta de chuchadas provenientes de los pasajeros que querían irse “a la
cochiguagua”” (Los Coches De
Pasajeros, pág. 47). Y otra cuando nos
recuerda “acudían al Río Claro,
que era el centro del carrete dominguero talquino, del que salían como tunas.” (Las Pícaras Mujeres). “los contrincantes iban quedando en el camino sin ni uno en los
bolsillos.” (El Tuerto Simón y El Choro Damián”) o “los combos y patadas iban a parar
directamente a la humanidad del detenido.” (La Música Y Los Pacos De La Década
Del ‘40). El autor-narrador con esto logra no separarse del
mundo que está narrando. Está inmerso en él, como su testigo próximo, presente,
siempre un testigo ocular presente desde ese mundo desde el que nos habla.
Otras expresiones de esta índole poseen ingeniosos
desplantes figurativos como
“La oferta y la demanda se hacían
presentes en el mercado de la tentación” (en El Zeppelín…, Y Otros Más).
O con tintes poéticos fenomenológicos: “el rouge (pienso en el nombre que estaba a
la altura de lo que significaba y significará por siempre el papel de los
labios en la mujer, como parte, por ejemplo, del juego amoroso, del comienzo
hasta el final, cuando los hechos ya se habían consumado).” (El Zeppelín, Pág.
44).
O también cuando con atención amorosa se detiene: “Al mirar el paso lento y reposado de los
caballos, siempre con la vista hacia abajo, mirando al suelo, daba la impresión
que iban cavilando, pensando su situación, el trabajo que debían cumplir, muy a
su pesar.” (La Música Y Los Pacos De La Década Del ´40).
Si nos fijamos bien en
estos momentos nuestro relator se ha dado un tiempo para la apreciación poética
hacia un lugar, anécdota, artefacto o sujeto (como el animal) porque así lo
ameritaba aquello dentro
del contexto humano en que la narración nos está introduciendo. Ese mundo que
guarda humanidad sin reservas ni eufemismos.
Un mundo que reconoce la
vida al margen de la oficialidad centralista y puritana, con sus propios
valores y contrastes cuando nos referimos a su supervivencia, menesteres y
personajes, a su vida y a su muerte, al bien y al
mal.
Acudo nuevamente a lo expuesto por Moncada cuando
afirma: “es la sociedad que hizo posible
el universo de La Sota ,
la que de alguna manera habla por él”. ¿Cual es el sujeto narrador entonces
sino un confidente como tal? El de nuestra zona central contemporánea por
fijarlo en una fórmula espacio-temporal.
Y ahí nos encontramos todos los que alguna vez anduvimos por La Sota.
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