Presentación de Claudio Maldonado
Leída en la Biblioteca regional del Maule, 13 de mayo 2016
La noche no ha muerto en La Sota,
quedan los escombros, maderos y latones vivientes de un pasado que no desea
cambiar esa piel vieja de pueblo maulino. Es otro domingo nublado en La Sota,
el viento, los vapores del agua y el sol implacable han corroído las ruinas de
un pasado. Ellos, los elementos, se toman todo el tiempo del mundo,
indiferentes al ojo rapiña del fariseo inmobiliario, que sólo tiene el tiempo
verde de un hombre imaginando el habitar de otro hombre en un cubículo relleno de espejos. La noche material algún
día despertará sin La Sota. Morirán sus vecinos y sus parroquianos, morirán los
que intentaron levantar su historia para moldearla en la memoria colectiva de
un porvenir que poco hará para encontrar en lo muerto alguna chispa que les
permita vivir mejor en su pequeño presente.
Pero la noche de La Sota existirá, se repetirá, modificará su espacio y su tiempo mientras exista un lugar donde la pobreza refugie a algún borracho acalorado de carne, o a alguna puta triste bocetando augurios frente al vidrio de su pieza en un domingo a media tarde. Domingo como éste, en que ocupo para decir que La Sota fue, es y será, y que ni los escritores ni los cineastas, pese a sus bellos afanes, podrán nunca arrojarse el mérito de este poder divino, ni tampoco las lecturas de estas piezas creativas, sin duda más importantes que las obras mismas. Es la máquina del arte del cotidiano lo que alimenta la inmortalidad de La Sota y se sirve de la comunión pagana del hombre popular en las cantinas, se sirve del lenguaje alcoholizante y culebroso de las cabronas, los cafiches, los garzones y los travestis enjaulados en un barrio donde justifican su existir, en una armonía dolorosa pero lejana al mundo de prejuicios y puñales maleteros de urbe “decente”. La noche en La Sota está al cuidado de la máquina del cotidiano, ella la suspende en un Aleph sin delirios, la encierra en el espacio de un vaso limitado al orden que indica que los bailes de Dionisio y sus sátiros, que las fiestas pantagruélicas de Rabelais o el diálogo carrasposo de un bar bukoskeano es un sólo puñetazo contra el vidrio, una sola sangre destinada a ser un solo gesto universal, el de la noche y sus historias de amor, miseria y esperanzas. Que lleguen los días que tengan que llegar, La Sota es la vida que pasa sin darnos cuenta, un sin llorar, un lugar atemporal por donde el pueblo canta sin banderas escritas, una comunión pagana entre la dicha, la carencia y el deseo de que alguna vez dios exista.
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