Por Juan Carlos Aros
Presentación en Biblioteca Regional
del Maule
13 de mayo 2016
En primer lugar felicitar a los
editores, llamados Inubicalistas de Valparaíso, por donde han puesto el ojo en
esta ocasión.
A veces pienso en la novela norteamericana
y como ellos han logrado, de muchos lugares alejados de las grandes urbes,
obras muy meritorias, lo hacen porque creen que el Garden City, el cañón del
Colorado, Mississippi, la pequeña ciudad de París, en el estado de Texas, o pueblos mucho más olvidados, son dignos de memoria y necesarios para construir
identidad. Por lo tanto La Sota, como libro, es un buen paso para poner una
señal de qué están construidas estas calles, cuáles son las personas y
personajes que por acá deambularon e hicieron una breve historia, un simple saludo
a la bandera o quizás grandes gestas.
Felicitar a don Luis, congraciarlo
porque me sucede que soy un muy buen lector de novelas y es paradojal, porque
frente al papel mejor se me da lo que otros denominan poesía y por ese
travestismo literario, por esto de vivir con estas dos amantes, es que las
conozco y sé lo difícil que es escribir largo, tendido, hasta el infinito
incierto, carreras de larga distancia que le llamo.
No es el caso que diga porqué,
pero tengo bastante experiencia y vivencia en esto de las señoritas que tratan
de tú, de hecho una de mis pololas era trabajadora sexual. Esto no es fácil de
decir.
Tengo, además, poca experiencia
en esto de los viajes, pero sé que en Madrid, hablar de estos temas es lo más
natural, acá cuesta, no sólo es el propio pudor, sino que los medios de
comunicación han tratado de vendernos una imagen de dama en mujeres de dudosa
santería, menoscabando aún más el oficio de prostituta de calle o de casa.
Porque no es lo mismo acostarse
con un tipo, por ejemplo, que se llame Julio Iglesias que con este humilde
servidor, a lo cual entre Iglesias y Aros, yo, en lo particular no veo ninguna diferencia.
Si una mujer se acostara con una de estas celebridades, de ningún modo sería
puta y tampoco le pagarían, sino que él muy cariñoso le haría un obsequio. Ni
menos se les vaya a ocurrir pensar que entre los dos hubo sexo, eso jamás. Lo
que hubo fue una grata velada con un tipo encantador. Esta dama, no tiene
proxeneta, ni cafiche, ni un gil que la cacheteé. Ella tiene un tipo que le
hace la movida, que maneja su teléfono, que maneja su agenda; su representante.
Así están las cosas Clara.
Esta situación de cinismo
maltrata aún más el oficio de prostituta y sobre todo a aquellas que no logran
escalar en el negocio, porque se puede fracasar de muchas maneras pero fracasar
de prostituta, tener ese sentimiento de frustración debe ser una carga muy
difícil de llevar.
No quisiera referirme de dónde
vengo para hablar con mayor o menor autoridad que don Luis, sobre el puterío.
Más que nada decir algo que es muy duro para la actividad en comento.
La prostitución, es una actividad
económica y por lo tanto se rige por las mismas reglas que cualquier empresa.
Sobre todo en un sistema de libre mercado en que cada uno se rasca con sus
propias uñas. Eso sí, debemos reconocer que no es cualquier negocio, porque si
fuera así podríamos postular un lenocinio, como un emprendimiento a la CORFO o
al FOSIS y no. No se puede.
Pero de que es un negocio lo es. Un
negocio tiene competencia, un negocio tiene virus. Un negocio tiene corporatividad u organización. Un buen negocio debe ir
acorde a los tiempos. Un negocio debe tener la caja limpia y con reservas. Un
negocio debe tener sapeo de cómo funciona la competencia, estrategias, planes y
de un cuanto hay para que el negocio no se nos vaya a las pailas. Creo que
planteado de este modo podemos encontrar el origen de la caída de la 10 oriente
o la Sota en Talca y de otros míticos barrios chimbiroqueros y famosos en otros
puntos del país.
El mismo libro de don Luis Luchín
Gutiérrez, nos va dando pistas de lo frágil que era esta actividad.
Ir a putas en general, pedir
tragos y bailes era de buen status y respeto. Cerrar una casa de putas era el
máxime y uno por un buen tiempo se quedaba con ese dato que después se
transformaba en mito … ¿Te acordái cuando cerramos la Universidad? Lo que venía
después de este jolgorio era un servicio sexual, un trato personal un Cheek To Cheek, eso era lo que se repetía incansablemente.
La satisfacción al cliente, se
creía estaba asegurada, la frase “el cliente tiene la razón”, era de buen
sentir, podríamos incluso considerarla una frase romántica. Pero este cliente y
su razón cambiaron drásticamente cuando se vio inserto, en medio de la jungla
del sistema neoliberal, un salvaje sistema de libre mercado. Ahora sí que el
cliente tiene la razón y golpea con su puño el mesón.
Las chiquillas decían; “Mijito,
vamos a pasarlo rico”, esa era la oferta y uno era eso lo que esperaba.
Pagar por un servicio y que este
no tuviera mayores complicaciones. La primera es que uno efectivamente lo pasara
rico, y eso de pagar dos combinados, pagar por la pieza es como dudoso que esté
dentro de pasarlo rico. Pero la necesidad tiene cara de hereje. Luego que en el
mismo lugar no te robaran, que a la salida del local no hubieran querellas o que
no lo asaltaran y por último que uno no se cargara con una enfermedad venérea.
Los amigos andaban por las
mismas, mientras pudieras manifestarte con una ponchera, que siguiendo el nombre,
es un ponche, digámoslo elegante, pues se sirve en tazas de cristal, mientras
pudieras hacerlo eras un buen amigo, si no tenías para pagar unos tragos, si te
he visto no me acuerdo.
La Dictadura es culpable, claro
que es culpable y de todo. La pérdida del espíritu de amistad avasallada por el
ímpetu personalista que le hizo perder sentido a la camaradería.
Desde la dictadura, nunca más que
yo lo sepa hubo un compatriota que le interesara cerrar un lenocinio para
pasarlo bien por una noche, o unas cuantas horas, y ser los reyes de la noche.
Así eran las cosas Clara. Cliente
era ese, el que creía ingenuamente eso de pasarlo rico. Él, que creía que ahí
donde La Turca, estaba el remedio para el mal de amores o el lugar donde lo
aliviaban de la carga de los problemas domésticos. Pero de tanto tratarlo de
cliente, ese ser humano triste y abandonado y sin que las servidoras nocturnas
se dieran cuenta, se convirtió en un verdadero cliente, en un cachorro del
jaguar del nuevo Chile y que ya no se conformó con unos besitos en la mejilla,
quería más y para este nuevo cliente las casas de putas no tuvieron la capacidad
de respuesta. Este nuevo cliente se dio cuenta que estas condiciones no eran
las ideales y que la oferta, de un buen momento, del uno pirulo no se estaba
cumpliendo. Que no se pasaba tan rico, que el pago extra de la pieza no se
identificaba mucho con la higiene, que los tragos eran de dudosa calidad y que
la suerte, más que nada era la que te acompañaba a la salida y lo peor de todo
que el amor obtenido estaba en directa proporción con los recursos.
Los nuevos tiempos exigían
creatividad y respuesta, pero no fue así. Los moteles empezaron a surgir
tímidamente hasta que se convirtieron en una realidad presente en todo el país.
En un motel si se pasa rico y esto lo sé por el testimonio de unos amigos. Y
por lo que me cuentan son un sueño, pues se parecen mucho a un hogar, una
cabaña en el bosque, con unos pequeños snakcs
de papas fritas y dos tragos a gusto, hay uno acá, según lo que me cuentan
tiene jacuzzi y con una vista fantástica de la capital regional, según lo que
me cuentan.
Y si el cliente quiere los
servicios de una meretriz, prefiere una colombiana, que no es lo mismo que una
paisana, por lo que me cuentan mis amigos.
Ahora hay números de teléfonos
donde tú llamas y te pasan a buscar y te cuidan, pues saben que en la confianza
mutua está el negocio.
Hay casas de putas, pero esas son
las menos y son las que han sintonizado con los nuevos tiempos. Eso sí, para
ello han hecho inversiones. Tienen y pagan a buen personal. Son exclusivos.
Nada de pasarse de la raya, todo compuestito, para que todo sea como en
Yankilandia, el cliente paga y la satisfacción es completa, como para
publicarlo entre los amigos.
Después de esta breve exposición,
por mi parte digo, sólo nos queda llorar por los pasos perdidos.
Foto: Nery Briones
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