lunes, 23 de mayo de 2016

LA SOTA

Por Juan Carlos Aros

Presentación en Biblioteca Regional del Maule
13 de mayo 2016


En primer lugar felicitar a los editores, llamados Inubicalistas de Valparaíso, por donde han puesto el ojo en esta ocasión.

A veces pienso en la novela norteamericana y como ellos han logrado, de muchos lugares alejados de las grandes urbes, obras muy meritorias, lo hacen porque creen que el Garden City, el cañón del Colorado, Mississippi, la pequeña ciudad de París, en el estado de Texas, o pueblos mucho más olvidados, son dignos de memoria y necesarios para construir identidad. Por lo tanto La Sota, como libro, es un buen paso para poner una señal de qué están construidas estas calles, cuáles son las personas y personajes que por acá deambularon e hicieron una breve historia, un simple saludo a la bandera o quizás grandes gestas.
Felicitar a don Luis, congraciarlo porque me sucede que soy un muy buen lector de novelas y es paradojal, porque frente al papel mejor se me da lo que otros denominan poesía y por ese travestismo literario, por esto de vivir con estas dos amantes, es que las conozco y sé lo difícil que es escribir largo, tendido, hasta el infinito incierto, carreras de larga distancia que le llamo.
No es el caso que diga porqué, pero tengo bastante experiencia y vivencia en esto de las señoritas que tratan de tú, de hecho una de mis pololas era trabajadora sexual. Esto no es fácil de decir.
Tengo, además, poca experiencia en esto de los viajes, pero sé que en Madrid, hablar de estos temas es lo más natural, acá cuesta, no sólo es el propio pudor, sino que los medios de comunicación han tratado de vendernos una imagen de dama en mujeres de dudosa santería, menoscabando aún más el oficio de prostituta de calle o de casa.
Porque no es lo mismo acostarse con un tipo, por ejemplo, que se llame Julio Iglesias que con este humilde servidor, a lo cual entre Iglesias y Aros, yo, en lo particular no veo ninguna diferencia. Si una mujer se acostara con una de estas celebridades, de ningún modo sería puta y tampoco le pagarían, sino que él muy cariñoso le haría un obsequio. Ni menos se les vaya a ocurrir pensar que entre los dos hubo sexo, eso jamás. Lo que hubo fue una grata velada con un tipo encantador. Esta dama, no tiene proxeneta, ni cafiche, ni un gil que la cacheteé. Ella tiene un tipo que le hace la movida, que maneja su teléfono, que maneja su agenda; su representante. Así están las cosas Clara.
Esta situación de cinismo maltrata aún más el oficio de prostituta y sobre todo a aquellas que no logran escalar en el negocio, porque se puede fracasar de muchas maneras pero fracasar de prostituta, tener ese sentimiento de frustración debe ser una carga muy difícil de llevar.
No quisiera referirme de dónde vengo para hablar con mayor o menor autoridad que don Luis, sobre el puterío. Más que nada decir algo que es muy duro para la actividad en comento.
La prostitución, es una actividad económica y por lo tanto se rige por las mismas reglas que cualquier empresa. Sobre todo en un sistema de libre mercado en que cada uno se rasca con sus propias uñas. Eso sí, debemos reconocer que no es cualquier negocio, porque si fuera así podríamos postular un lenocinio, como un emprendimiento a la CORFO o al FOSIS y no. No se puede.
Pero de que es un negocio lo es. Un negocio tiene competencia, un negocio tiene virus. Un negocio tiene corporatividad  u organización. Un buen negocio debe ir acorde a los tiempos. Un negocio debe tener la caja limpia y con reservas. Un negocio debe tener sapeo de cómo funciona la competencia, estrategias, planes y de un cuanto hay para que el negocio no se nos vaya a las pailas. Creo que planteado de este modo podemos encontrar el origen de la caída de la 10 oriente o la Sota en Talca y de otros míticos barrios chimbiroqueros y famosos en otros puntos del país.
El mismo libro de don Luis Luchín Gutiérrez, nos va dando pistas de lo frágil que era esta actividad.
Ir a putas en general, pedir tragos y bailes era de buen status y respeto. Cerrar una casa de putas era el máxime y uno por un buen tiempo se quedaba con ese dato que después se transformaba en mito … ¿Te acordái cuando cerramos la Universidad? Lo que venía después de este jolgorio era un servicio sexual, un trato personal un Cheek To Cheek, eso era lo que se repetía incansablemente.
La satisfacción al cliente, se creía estaba asegurada, la frase “el cliente tiene la razón”, era de buen sentir, podríamos incluso considerarla una frase romántica. Pero este cliente y su razón cambiaron drásticamente cuando se vio inserto, en medio de la jungla del sistema neoliberal, un salvaje sistema de libre mercado. Ahora sí que el cliente tiene la razón y golpea con su puño el mesón.
Las chiquillas decían; “Mijito, vamos a pasarlo rico”, esa era la oferta y uno era eso lo que esperaba.
Pagar por un servicio y que este no tuviera mayores complicaciones. La primera es que uno efectivamente lo pasara rico, y eso de pagar dos combinados, pagar por la pieza es como dudoso que esté dentro de pasarlo rico. Pero la necesidad tiene cara de hereje. Luego que en el mismo lugar no te robaran, que a la salida del local no hubieran querellas o que no lo asaltaran y por último que uno no se cargara con una enfermedad venérea.
Los amigos andaban por las mismas, mientras pudieras manifestarte con una ponchera, que siguiendo el nombre, es un ponche, digámoslo elegante, pues se sirve en tazas de cristal, mientras pudieras hacerlo eras un buen amigo, si no tenías para pagar unos tragos, si te he visto no me acuerdo.
La Dictadura es culpable, claro que es culpable y de todo. La pérdida del espíritu de amistad avasallada por el ímpetu personalista que le hizo perder sentido a la camaradería.
Desde la dictadura, nunca más que yo lo sepa hubo un compatriota que le interesara cerrar un lenocinio para pasarlo bien por una noche, o unas cuantas horas, y ser los reyes de la noche.
Así eran las cosas Clara. Cliente era ese, el que creía ingenuamente eso de pasarlo rico. Él, que creía que ahí donde La Turca, estaba el remedio para el mal de amores o el lugar donde lo aliviaban de la carga de los problemas domésticos. Pero de tanto tratarlo de cliente, ese ser humano triste y abandonado y sin que las servidoras nocturnas se dieran cuenta, se convirtió en un verdadero cliente, en un cachorro del jaguar del nuevo Chile y que ya no se conformó con unos besitos en la mejilla, quería más y para este nuevo cliente las casas de putas no tuvieron la capacidad de respuesta. Este nuevo cliente se dio cuenta que estas condiciones no eran las ideales y que la oferta, de un buen momento, del uno pirulo no se estaba cumpliendo. Que no se pasaba tan rico, que el pago extra de la pieza no se identificaba mucho con la higiene, que los tragos eran de dudosa calidad y que la suerte, más que nada era la que te acompañaba a la salida y lo peor de todo que el amor obtenido estaba en directa proporción con los recursos.
Los nuevos tiempos exigían creatividad y respuesta, pero no fue así. Los moteles empezaron a surgir tímidamente hasta que se convirtieron en una realidad presente en todo el país. En un motel si se pasa rico y esto lo sé por el testimonio de unos amigos. Y por lo que me cuentan son un sueño, pues se parecen mucho a un hogar, una cabaña en el bosque, con unos pequeños snakcs de papas fritas y dos tragos a gusto, hay uno acá, según lo que me cuentan tiene jacuzzi y con una vista fantástica de la capital regional, según lo que me cuentan.
Y si el cliente quiere los servicios de una meretriz, prefiere una colombiana, que no es lo mismo que una paisana, por lo que me cuentan mis amigos.
Ahora hay números de teléfonos donde tú llamas y te pasan a buscar y te cuidan, pues saben que en la confianza mutua está el negocio.
Hay casas de putas, pero esas son las menos y son las que han sintonizado con los nuevos tiempos. Eso sí, para ello han hecho inversiones. Tienen y pagan a buen personal. Son exclusivos. Nada de pasarse de la raya, todo compuestito, para que todo sea como en Yankilandia, el cliente paga y la satisfacción es completa, como para publicarlo entre los amigos.

Después de esta breve exposición, por mi parte digo, sólo nos queda llorar por los pasos perdidos.

                                                                            Foto: Nery Briones

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