Leyendo "El hombre y su piedra", de Cristián Cayupán
Eugenia Toledo Renner, Junio, 2016
La
poesía es tan vieja como la vida en el planeta. Los poemas se han tejido con la
historia de la humanidad; por ello los encontramos desde sus raíces. En cuanto
nace el lenguaje, nace la poesía. Generaciones y generaciones de poetas han
hecho descubrimientos, creado o inventado nuevas formas de expresión poética
hasta llegar a nosotros. La humanidad puede trazar poemas desde los orígenes de
sus culturas. En casi cinco mil lenguas, la gente ha usado poemas para expresar
quiénes son, en qué creen, qué han hecho y qué se siente al estar vivo. La
poesía nunca ha sido estática, siempre en movimiento, movimiento interior y
exterior, tratando de evidenciar la luz y la sombra, la libertad, la historia,
lo concreto y lo filosófico. En resumen, lo humano y lo bueno que se obtiene de
“la continuidad de las cosas queridas”, como nos dice Cristián Cayupán, joven
poeta de nuestra región de la Araucanía (Puerto Saavedra, 1985) que presentamos
aquí.
Desde
este contexto Cristián Cayupán ha construido en sus libros Tratado de
piedras (2014, Editorial Conunhueno), Terruño (2015, Mapu ñuke
Ediciones), y ahora El hombre y su piedra (2016, Ediciones
Inubicalistas) una estructura que obliga al lector a observar la
secuencia del mensaje, incorporándolo a postulaciones ontológicas, metafísicas,
antropológicas y míticas. Se reconoce en sus textos la preeminencia de este
factor mensaje que caracteriza la función poética en su caso.
El
hombre y su piedra es un texto que resiste varias
lecturas. Junto a sus otros libros, ya mencionados, está la lectura con el
temple de ánimo del hablante lírico que se expande desde la experiencia personal
del poeta hacia una expresión cosmogónica, relacionada con su identidad
mapuche, y finalmente, para llegar, a la altura de una postura de intención
totalizadora o universal que nos transporta, a su vez, a una vuelta al lenguaje
primigenio, al lenguaje común, comunitario. El poeta vuelve los ojos hacia la
comunicación ancestral y a un deseo intenso de modos de comportamiento
ancestral para vivir satisfactoriamente.
En
un país carente de una integración y convivencia entre sus partes
multiculturales esta propuesta de una vuelta a la sabiduría “filogenética”
última (también llamada “el concepto continuum” en la antropología social) es
una brecha muy contemporánea. Creo que en Cayupán este instinto poético es real
en su poesía y en el lenguaje referencial que usa a través del cual trata de
reivindicar el continuum[1] o la persistencia de las cosas
amadas que ya mencionamos [1]. Estas cosas se repiten en el tiempo o deben repetirse,
aunque sea en forma distinta, para salvarnos de las sociedades disfuncionales y
los tiempos “distópicos” que vivimos.
Se
añora y se postula en sus textos una reflexión sobre estilos de vida, (por
ejemplo, el de su pueblo mapuche y otras culturas y lenguas), porque la
evolución de la humanidad nos ha apartado de ellos, destruyendo además el orden
natural y sustentable de la tierra. Pero la ciencia o la evolución no solo han
logrado esto último, sino que también han destruido el sentido común, la
comunicación, la convivencia que había guiado desde antaño el comportamiento
prístino de los hombres. Las alteraciones producidas por la historia han
destruido de raíz las culturas ancestrales o las “han borrado”. A esa
trascendencia se refiere el poeta cuando nos dice:
Hay
algo que nos hace humanos / no la muerte ni los sentidos sino el lenguaje / ese
tratado que desentrañó la gente de antaño (ALGUIEN ATRAVIESA LAS PUERTAS DE
ANTAÑO)
Removimos
las cenizas de tiempo / y desenterramos un lenguaje olvidado / ese pan sin
levadura que ya nadie quiere comer (LENGUAS DESAHUCIADAS)
…porque
pertenecen a una era anterior a todas las eras / que el hombre pueda conocer
(EPITAFIO DE LA SAL)
Varios
autores nos han proporcionado reflexiones que investigan las cosmogonías de las
civilizaciones, algunos de ellos citados por nuestro autor y que vale la pena
mencionar, porque nos proporcionan aspectos comunes a la poesía de Cayupán. Nos
referimos a Octavio Paz, Gastón Bachelard, Mircea Eliade, el poeta chileno Efraín
Barquero y el Prof. Rafael Echeverría citado en el epígrafe con su obra Ontología
del lenguaje.
Para
una interpretación crítica se nos hace útil mencionar, a nivel lingüístico,
ciertos polos de referencias en sus poemas, alrededor de los cuales el poeta arma
el esqueleto y formula el mensaje temático de El hombre y su piedra. La
imaginería de Cristián Cayupán se va desarrollando en torno al contexto de 34
poemas y dos “prosemas”. Los elementos de significado que nos han atraído como
más relevantes son los siguientes:
Lenguaje (o
lenguas): usado alrededor de 38 veces.
Piedra,
con sus variantes: roca, cantera pétrea, usado 25 veces.
Luz:
que es reforzado por la secuencia verbal de iluminar, encender, encandilar,
alumbrar, que aparece 20 veces.
El
mito de la casa y sus componentes: puerta, umbral,
lámpara, pieza, habitación, mencionado 12 veces.
Y
varios otros como: ser íntimo, convivencia, ancestros, lo humano.
Finalmente,
aparecen en lugar destacado hombre y mujer entre
otros.
El
término mujer destaca en los poemas “Mujer de la tierra”, “Composición de
mujer”, “La vasija de la vida” y “Mujer y hombre, su esencia, su destino”.
Cristián
Cayupán inicia su libro con el mito de “El árbol de la vida”, título del primer
poema. El árbol de la vida nos dice es camino y está fundado en la raíz del
vocablo. El hombre debe saber “que el árbol que buscamos cada día está en
nosotros / en lo más íntimo del ser”. Este árbol es la memoria y la
historia. Además, apunta al universo, a lo alto. Se sujeta en la tierra y
asegura sus raíces en la piedra.
Y
¿qué es la piedra? El poeta la define en el segundo poema que titula el libro:
“El mundo es una sola piedra girando alrededor del hombre”. De
lejos la piedra y el hombre se confunden, dice Cayupán, y ambos “fueron
nombrados con el mismo respeto / con que fue esculpido el lenguaje ancestral”.
En
el arte pre-hispánico se le otorga una dimensión trascendental a la noción de
piedra. La piedra es un símbolo en la cosmogonía del pueblo mapuche y
también es parte de su vida diaria. Sus referentes más conocidos son el símbolo
cultural en el“toquicura”, el sitio de la piedra violada en la
comunidad Chilko ko por una forestal chilena y la piedra Manquian que conocemos
en nuestra zona.
Pero
probablemente el monolito más antiguo conocido es la Piedra del Sol que
representa la compleja cosmogonía azteca junto a las piedras del sacrificio y
otras. La piedra es el símbolo de lo empírico. También nos conecta con el
cuento del mexicano Carlos Fuentes llamado CHAC MOOL. Todos son mitos que establecen
que la piedra es lo primero y lo último, lo que queda, lo que permanece,
mientras todo lo demás se desgasta, la piedra sufre transformaciones. Sujeta a
las leyes naturales, el hombre proviene de ella y se refugia en su seno: Cuando
comenzó a decir la última palabra de su vida / el mundo también declinó /
Sepúltenme en la piedra -dijo- y ella en mi (EL HOMBRE Y SU PIEDRA).
Inmediatamente
a la vuelta de la página, el tercer poema del libro nos abre una puerta y
descubrimos que desde el centro de la tierra algo alumbra como una “piedra
desnuda” del “tamaño de una sombra femenina”. Dedicado este poema a Ana
Ñanculef Carilao, el poeta expresa que esa luz que se busca se ve solo a través
de la mujer que ilumina desde el centro de la tierra y a través de ella. Es
vientre, vasija o lugar desde donde hombre y mujer perpetúan la especie. La luz
es dadora, es generosa y gracias a ella -la que ha dado a luz- según se lee al
final del poema, se restaura la comunión necesaria en la mesa fraterna de la
concordia que busca el poeta:
Una
mano verdadera es cuando te la estrecha una mujer de la tierra / con esa
suavidad humana que solo el hombre reconoce / porque no somos sino el pan de un
mismo grano ancestral / escritos en el canto de una mesa fraterna (MUJER DE LA
TIERRA).
Hombre
y mujer son uno, de la misma materia, tal como la piedra y la casa que
construye el poeta (el albañil), lugar donde van a encontrar “los orígenes del
ser” y donde “el tiempo reconstruye sus muros / haciéndola cada vez más profunda”.
Y desde allí el pasado revive, porque el pasado es la memoria del ser humano,
todos estos son los fundamentos de la nueva casa (LA CASA EN LA ROCA).
Y sigue el poeta: desde el edificio de la casa (y la lámpara) hombre y mujer se
constituyen en hacedores del lenguaje. Son harina y agua. Traen el lenguaje de
vuelta desde el pasado, aquellos rescoldos del tiempo, en forma de recuerdos
“como un lenguaje salido de un árbol humano” y también lo reconocen en el fuego
sagrado, “como si cada palabra fuera un leño resignado” (FUEGO SAGRADO).
De esta manera se va reconstruyendo el lenguaje. El poeta ha aprehendido la
palabra, porque esta alumbra y alimenta. No seguirá las huellas de la
tecnología ni la ciencia ya que quiere volver a lo Humano, a sus ancestros y a
la piedra primogénita. A la casa y la mesa del padre:
Quiero
conocer a mis antiguos /…/ quién es aquella persona que nombra las cosas / con
una sola palabra dibujada en sus labios / para hacer que perdure el lenguaje? /
Qué busca en el fondo de esa piedra / sino el origen de esos genes? / porque
cada vez quiero conocer aún más / el rostro de mis antepasados (ALGO QUE ME
INCITA A VOLVER).
Finalmente,
acercándose a los pensamientos de Rafael Echeverría, el poeta en su búsqueda filosófica
y ontológica sabe que el drama de la sociedad moderna o su gran tragedia ha
sido la pérdida de lo humano por el poder.
Frente
a este postulado, Cayupán señala que el poeta no es un mago, ni es el héroe
occidental Prometeo, sino el que sabe desenterrar, como un antropólogo, el
necesario lenguaje ancestral. Puede despertar las fuerzas secretas de un
lenguaje prístino y ancestral a través de la poesía y sus recursos, imágenes,
metáforas y mitos, porque el nombrar es nueva creación. Creación o recreación
de lo ancestral. Y porque sabe que cada palabra conlleva la pregunta
sobre el ser del hombre y su identidad, quizá la pregunta más esencial de la
historia. Todo hunde sus muros en el lenguaje, la filosofía, la tecnología, las
estructuras sociales, los comportamientos, las artes, las creencias, etc.; es
decir, todo lo que constituye la cultura[2].
Algo
se ha perdido para siempre en su interior / al no dignarse a encontrarlo
inventó las palabras / para transmitir su dolor / a sus descendientes /…/ Desde
entonces mira a sus adentros / a través del cerrojo que hay en él / porque
siente que algo encontrará / de ese pasado que no logra reparar (EL UMBRAL DEL
HOMBRE)
En
síntesis, EL HOMBRE Y SU PIEDRA es una explicación del mundo y
de una poética más humana, postulada por el poeta desde el inicio del texto.
Con
el tiempo mujer y hombre / encarnaron en la palabra adecuada / y esa palabra se
hizo tierra (MUJER Y HOMBRE, SU ESENCIA, SU DESTINO) y
también la extendieron sobre la mesa de su hogar, la humilde mesa donde cupo
“la palabra humana” donde entendieron “el mensaje del abuelo” y donde el poeta
termina la última página de su poema proyectándose hacia el próximo canto. .
. porque lo que el tiempo busca en uno es la continuidad de las cosas
amadas (LA ULTIMA PAGINA).
Nuestra
vida entonces se da para quienes están o viven con nosotros. Este es el secreto
de la vida, ir a la búsqueda del ancestro como dijo Octavio Paz para llegar al
convencimiento de que somos semillas precarias, elementales, para nutrirnos a
nosotros mismos a través de nuestro prójimo. Tal mundo propuesto no es sólo
imitación, sino concepción de ese mundo.
NOTAS
[1] El
Continuum de un individuo es global, en el sentido de que forma parte del
Continuum de su familia, que a su vez es parte del Continuum de su clan, y el
de la especie, y el Continuum de las especies humanas forma parte del Continuum
de la vida sobre la tierra. El Continuum puede definirse también como la
secuencia de experiencias que se da a través de nuestro comportamiento o que
guía nuestra conducta, y que se ha socavado a través de los siglos. Una
de estas experiencias es la experiencia del lenguaje. (Jean Liedlof: “El
concepto de Continuum, en busca del bienestar perdido”).
[2] La
obra Ontología del lenguaje presenta tres postulados básicos
que son: a) los seres humanos son seres lingüísticos, b) el lenguaje es
generativo y c) los seres humanos se crean así mismos en el lenguaje y a su vez
éste interviene en la creación del futuro, modelando nuestra identidad (Lourdes
Margarita Gómez Montilla: Análisis del texto Ontología del lenguaje de
R. Echeverría, www.slideshare.net).
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